miércoles, 31 de enero de 2007

Diagrama Modelo Identidad Glocal

Francisco Cabellos - Pamela Luna

El desarrollo conceptual de este diagrama en http://identidadypobreza.blogspot.com/2007/01/identidad-glocal-una-propuesta-para.html

Identidad Glocal: una propuesta para reconsiderar la Identidad en el contextos Post Moderno

Bases conceptuales para una formulación post moderna / post industrial de Identidad: la Identidad Glocal.
Francisco Javier Cabellos Martínez*
Pamela Alejandra Luna Bahamonde**

Sinópsis de la evolución y modelos en la conceptualización de la Identidad

La noción de Identidad ha tenido una larga trayectoria de conceptualización en el ámbito de las Ciencias Sociales, migrando desde definiciones escencialistas, individualistas y fixistas[1] hacia conceptualizaciones que introducen gradualmente el carácter sociocultural e historico de su construcción.

Psicologia, Psicología Social y Psicología Política.

De acuerdo con Johnston, Laraña, Gusfield (1994) uno de los problemas del concepto «identidad» es al mismo tiempo la fuente de su fuerza: su carácter interdisciplinar que es resultado de sus dimensiones sociales y psicológicas. Este concepto constituye una herra­mienta para el análisis de una serie de hechos y problemas en los que se in­terrelacionan las esferas individual y social, y donde se pone de manifiesto la necesidad de integrar supuestos procedentes de los modelos biológicos y sociológicos de la conducta. Parte del interés de la perspectiva psicoanalíti­ca proviene de la exploración de sus aspectos inconscientes, tanto «norma­les» como patológicos, que en ambos casos se vinculan a las etapas en el crecimiento biológico. Erik Erikson (1958 y 1968) se ocupó del significado de la identidad psicosocial que describió como un sentido subjetivo de «continuidad[2]» y de «ser uno mismo[3]», y como parte de una etapa decisiva en el desarrollo de la personalidad individual[4]. Pero este «sentido subjeti­vo» no surge en aislamiento sino que requiere la existencia de una comuni­dad social. La construcción social de la identidad ha sido considerada como una de las implicaciones más importantes del desempeño de roles por parte de sociólogos y psicólogos sociales (Johnston, Laraña y Gusfield, 1994). De hecho, el problema fundamental de estas perspectivas psicologisistas es que la mayoría de las personas pueden caracterizarse en términos muy limitados cuando se induce un enfoque individual o personal. La articulación verbal de este nivel de identidad suele circunscibirse a la terapia psicológica y a distinciones relativas al ciclo vital o al desarrollo de la personalidad realizadas en este campo, fuera del cual se hace poco significativa. No obstante, como palntea Cocourel (1973, en Johnston, Laraña y Gusfield, 1994) la identidad personal/individual adquiere valor en una explicación sociológica cuando su estatus se ve amenazado por sus inmerción en el dominio social.

Dentro del campo de la Psicología Social puede evidenciarse en la perspectiva elaborada por Tajfel y mas tarde complementada por Turner uno de los primeros intentos serios por integrar la dimensión social en su conceptualización y operacionalización de la Identidad. A partir de una serie de experiementos desarrollados desde 1970 Tajfel plantea la Teoría de la Comparación Social, basándose en la hipótesis que las personas buscan resaltar las similitudes al interir de un grupo a la vez que maximizar las diferencias con otros grupos, proceso a partir del cual relevaría su identidad. En otros términos, la identidad se conforma en un proceso de categorización social que efectúa una discriminación a favor del propio grupo de pertenencia, acción cognitiva inherente al ser humano que sostiene toda actividad pereceptiva y que busca simplificar, ordenar y dar sentido al entorno, en este caso social o psicosocial (Tajfel, 1984). Posteriormente – y habiendo encontrado limitaciones en la concepción inicial del constructo “categorización social” para explicar, más alla de la discriminación intergrupal, la acentuación de las preferencias intragrupales – retoma el concepto de identidad social de Berger y Luckmann (1968), que por considerar la naturaleza socialmente construida del sujeto explica la tendencia de las personas a conservar y fortalecer su pertenencia grupal, y con ello su identidad, más allá de las implicancias valorativas del proceso de categorización social. Sin embargo, no logra situar con relevancia esta idea en su formulación cuando mantiene la idea que la identidad social sería “aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo (o grupos) social junto con el significado valorativo y emocional asociado a dicha pertenencia” (Tajfel, H.; 1984; pp. 292). Así, las personas se comparan intergrupalmente y se adscriben a un grupo en la medida que dicha afiliación le de una connotación positiva o satisfactoria a la identidad social.

Posteriormente, Turner retoma la idea que los grupos buscan realizar diferencias asimétricas entre ellos mediante la discriminación para distingir positivamente su identidad arribando, no obstante, a la conclusión - en su Teoria de la Categorización del Yo (Turner, 1990) - que la comparación intergrupal esta más al servicio de delimitar las fronteras de cada colectivo que al de la conformación de la identidad social misma. En este sentido, la Teoría de la Categorización del Yo distinge a la identidad social como el sustrato cognitivo de la conducta grupal y ubica al Yo como la instancia que sostiene la conducta grupal e individual, subordinando la identidad social a la existencia de una instancia anterior y permanente, el Yo.

De acuerdo con Turner (1990) la percepción y el juicio concomitante dependen de marcos de referencia con los que se contrastan y distingen los fenómenos, cosas o eventos, los que son provistos por la sociedad y la cultura bajo la forma de normas, tradiciones o valores. Son estas normas y valores socioculturales los que “estan relacionados con la identidad del yo … [el cual] situado en el centro de la individualidad, de hecho está socialmente construido: los valores son los constituyentes capitales del ego … estos valores constituyen lo social en el hombre” (Turner, J.; 1990; pp.39). En esta conceptualización la norma social, como regla de pertenencia grupal, es producida socialmente no obstante se interioriza en forma psicológica, individual.

En esta perspectiva la formación de grupo se basaría en el criterio de identidad - reconocerse a si mismo como perteneciente a una entidad social diferenciada compuesta por sujetos con los que se comparten similitudes – y de interdependencia positiva – satisfacción recíproca de necesidades entre los individuos. Estos dos criterios llevarían a la conformación del grupo psicológico, y de ahí a la identidad social. En estudios posteriores, sin embargo, Turner (1990) reconoce que la sola interdependencia y atracción interpersonal no son causales directas de la formación de grupo e identidad consecuente, por lo que la categorización social sería más bien un efecto y no una causa de la formación de grupo y la identidad.

La teoría de la identidad social de Tajfel y Turner supone “que las personas están motivadas para evaluarse a sí mismas de forma positiva y en la medida en que se definen desde una determinada pertenencia a un grupo, estarán motivadas para tratar de conseguir una identidad social positiva." (Turner, J.; 1990; p. 58). Cuando la identidad social (referencia endogrupo contrastada con referencia exogrupo) resulta negativa o insatisfactoria las personas tenderán a desafiliarse psicológica o conductualmente del grupo para asociarse a otro que se reconozca positivamente.

En tanto Tajfel sostiene una hipótesis de tipo cognitivo emocional cuando propone que las personas buscan identificarse positivamente a sí mismas adscribiéndose a un grupo tambien distingido positivamente, Turner sostiene una hipótesis de caracter más socio cognitivo al plantear que la teoria de categorización del yo se “centra en la explicación, no de un tipo específico de conducta grupal, sino del modo en que los individuos son capaces de llegar a actuar como un grupo" (Turner, J.; 1990; p.74), como una “identidad”. En esta concepción, mediante la despersonalización producida por el mecanismo cognitivo a la base del proceso de categorización, se produciría un tránsito desde la identidad personal a la identidad social, base sociocognitiva de la conducta grupal.

Cabe señalar que si bien los desarrollos de Tajfel y Turner incorporan la discusión sobre la dimensión social implícita en la naturaleza de la identidad, no logran superar un cierto sesgo individualista al reconocer que todo el proceso de formación de la identidad termina situandose en una plataforma final de tipo psicológico. Asimismo, da estatus de relevancia a lo psicológico individual cuando opone identidad personal y social sin ofrecer un modelo integrativo (la idea de despersonalización supone la existencia de un ego que se trasciende en la conformación de la identidad social). Más aún, el énfasis en los procesos de categorización - de naturaleza eminentemente intrapsíquica - para explicar la formación de identidades situa su teoría en un plano más individual, manteniendo una diferenciación conceptual entre el ámbito individual y social. Esta misma limitación no permite delimitar como la imposición de canones externamente impuestos prefiguran definiciones respecto de uno mismo. En este sentido, la interiorización de categorías prefiguradas endo y exo grupo es entendida como un problema de cambio de actitudes, volviendo el problema al plano individual. La creencia en una escencia, un “yo” nucleo del individuo, eminentemente racional, deriva en concepciones en las que lo social se incorpora mediante marcos de referencia – normas, costumbres, valores – determinados por el contexto sociocultural pero interiorizados de forma psicológica. (Cáceres, 2002)

En contraste con el enfoque antes descrito, puede referirse el desarrollo realizado por Montero (1991) en relación con la Identidad Social Negativa. Este enfoque integra de forma relevante el aspecto tanto histórico como ideológico implicado en los procesos de conformación de la identidad, superando el sesgo individual psicologicista. Formulado desde un “sitio[5]” latinoamericano, integra la historia de dominación cultural, económica y política para explicar un tipo de identidad en los sujetos, colectivos o países periféricos que fluctúa entre formas de pertenencia al propio grupo – o etnocentrísmo – y la negación de las cualidades del propio grupo basada en marcos de referencia externos – o altercentrísmo. Cuando predomina esta última orientación en la conformación de la identidad se produce lo que constituye el fenómeno de interés principal en el análisis de Montero: la Identidad Social Negativa. “El predominio de la referencia a otro social (llamese grupo, colectividad, país) externo y contrapuesto al nosotros social” (Montero, M.; 1991; pp.5) definiría la orientación altercentrista.

Cuando se refiere a las identidade negativas se alude al proceso de construcción de identidad social en el que una doble categorización considera al endogrupo como “nosotros” tanto como “otro”. Se es miembro de una comunidad y un territorio con un modo de organización político institucional y una historia fuertemente influida por procesos de intervención y dominación extranjera, los que producen experiencias de inferiorización, explotación, exclusión y control, vividas negativa y traumáticamente. Los modos de vida desarrollados en estas condiciones resultan devaluados cuando ocurre la comparación con los marcos de referencia del exogrupo, promovidos por la extensa e intensiva relación de dominación política, económica o cultural. Este es el mecanismo de progresión de la orientación altercentrista y la construcción de identidades negativas, fuertemente determinado por aspectos de naturaleza histórica y con directas implicancias ideológicas (Cáceres, 2002).

Antropología y Etnicidad.

En el campo antropológico, por otro lado, se ha verificado un largo debate en torno a los rasgos o elementos constituyentes del constructo Identidad Étnica. En este desarrollo es posible distinguir las mismas tensiones epistemológicas y teóricas que se observan en la historia de conceptualización de los proceso de conformación de la identidad ocurridos en el campo de la psicología: escencialismo y fixismo.

La Identidad Étnica podria entenderse como el tipo de identidad social que distingue la pertenencia a un grupo étnico, entendido tradicionalmente, inicialmente, como colectivos humanos mantenidos en aislamiento geográfico de la sociedad occidental, europea, con formas autóctonas, ancestrales de organización social, religiosa ritual, etc.. En este sentido, para que se pueda delimitar lo étnico de una identidad (social) - o identidad étnica – un grupo humano debia ser sometido a una verificación de correspondencia entre las cualidades del mismo y un inventario de rasgos culturales determinado, validado por los investigadores competentes. Este criterio implica, para ser válido, que los elementos contenidos en esos inventarios sean consistentes y estables, inmutables – por un lado – y definidos por sujetos que para ser distingidos como creibles tienen que diferenciarse socioculturalmente del grupo que se decribe – por otro (Cáceres, 2002).

Cuando la correspondencia entre los rasgos delimitados por el conocimiento autorizado para tal grupo étnico y las cualidades observadas en un colectivo específico es reducida se habla de extinción cultural y perdida de etnicidad. Así, “el no mantener el patrimonio cultural en forma intacta, exacta, se toma como un indicador de descaracterización étnica, obviamente dichas experiencias no se igualan a las de los grupos mayoritarios y dominantes” (Briones; 1992; pp. 259); respecto de éstos no se enjuicia su transformación como pérdida sino que como construcción, como fortalecimiento, a pesar de las fuertes y constantes crísis experiementadas por estas sociedades.

Como consecuencia, un enfoque de este tipo resulta escencialista y arbitrario al asumir el cambio de los grupos dominantes y negar el de los grupos minoritarios bajo la concepción de extinción o desaparición cultural. Tras él se entiende la cultura como un sistema cerrado, estable - cuya transformación era motivada por la expectativa de progresar o acceder a un estadio de mayor desarrollo o civilización – concepción determinista que apoya la inmobilidad y el carácter ahistórico de los procesos culturales, argumento al servicio de legitimar la expansión colonial (Bengoa, 2004). Lo étnico está "revertido de marginalidad económica y cultural, inferioridad numérica, diferenciación de la sociedad mayoritaria y sujeción a prejuicios y discriminación" (Fukomo; 1985; p. 12). Los pueblos indígenas se asocian a modos de organización y vida propios de un pasado antiguo, considerados incivilizados o no modernos, expresión de lo más atrasado de nuestras sociedades. Con estos rasgos se homogeniza, tras el concepto de “indígena”, a la diversidad de pueblos originarios existentes, quienes ahora son reconocidos por una posición de inferioridad y colonización (Cáceres, 2002).

A diferencia de este enfoque, escencialista y determinista, hay quienes como Barth (1969) critican y transforman el concepto de etnicidad, entendiendo que los grupos étnicos representan “categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los actores mismos y tienen, por tanto la característica de organizar la interacción entre los individuos" (pp. 13). Establece como característica central de los grupos étnicos la autoadcripción en relación con la adcripción por otros como referente para la clasificación de la acción. El foco no esta puesto en distinciones de tipo cultural sino en la organización social de éstas, reemplazando la discusión sobre las diferencias entre culturas por la discusión sobre las diferencias en los procesos de construcción social de las mismas (Cáceres, 2002).

En esta perspectiva, la etnicidad ocurre en las multiples relaciones de contacto interétnico o intercultural que los distintos grupos étnicos asumen con el estado – nación, la identidad nacional, los grupos dominantess o entre ellos mísmos (Barth, 1969; Cardoso de Oliveira, 1971; Fukomo, 1985). Esta dinámica instala límites étnicos, asociados a procesos de persistencia histórica y formas de contingencia social producida en los eventos de contacto que van a determinar aquello distintivo en un grupo específico, su cultura y los modos de su expresión. Supone, sin subestimar los contenidos culturales, que lo étnico se desarrolla más en una dinámica de contacto e interacción social que de aislamiento, ya que – como plantea Gundermann (1997) – las diferencias culturales se verifican y validan en la medida que sean socialmente significativas en situaciones de interacción social, solo así tienen una naturaleza étnica.

Como planteara Bengoa (2004), la antropología contemporánea se instala sobre el principio del relativismo cultural y la diversidad. Esta condición implica reconocer los distintos modos y alternativas que durante la historia y en la extensión total del globo terraqueo ha encontrado el ser humano para adaptarse y resolver problemas desde el nivel doméstico hasta el político y espiritual, principal capital de la humanidad. Desde esta perspectiva se hace un imperativo de la antropología como disciplina específica desarrollar la idea de “derecho a la diversidad”, superando la sola constatación de la diversidad de culturas para promoverla, trascendiendo enfoques fixistas, escencialistas y míticos, bases de los tradicionalismos fundamentalistas que sostienen un origen milagroso de la identidad o continuidad colectiva, cuyo conocimiento esta bajo la tutela de ciertos “guardianes” de la tradición que asuguran su inmodificabilidad o distorción utilizando apelaciones a la raza, la religión o costumbres tradicionales.

Por este motivo se hace urgente un tipo de conceptualizaciones que aporten una perspectiva relacionista, que permita pensar a los grupos y su identidad situacionadamente, contextualizados socialmente, rescatando una cierta naturaleza emergente de la identidad étnica y desechando la posibilidad de su prexistencia escencial y permanente. Desde esta perspectiva se considera que todas las culturas son esencialmente dinámicas, interdependientes y cambiantes. Las identidades son procesos cambiantes producto de la construcción permanente. Como señala Robert Castel, las identidades se van metamorfoseando, esto es, van cambiando permanentemente. Parte de lo antiguo es recuperado y al mismo tiempo transformado. Es por ello que nunca se puede afirmar la existencia de una identidad social. Siempre la identidad es un proyecto (Bengoa, 2004).

Enfoques con esta pespectiva acarrean como consecuencia la introducción de la dimensión política en la conformación de la identidad étnica al definir lo étnico como dependiente de la interacción social y, por lo tanto, de las estrategias y formas de influencia social y poder (Cáceres, 2002).

Un modo de reconocer esta dimensión política implicada en los procesos de conformación de la identidad, de uso ideológico al servicio del poder, es revisar los discursos dominantes asociados a la construcción de la identidad nacional, definida – entre otras cosas – a partir de la oposición y negación de los pueblos indígenas (Bengoa, 2004). Parte importante de este problema se considera cuando se revisa la historia de construción de identidades culturales nacionales latinoamericanas.

Historia, Sociología e Identidad Nacional en América Latina.

Una primera distinción considera, siguiendo a Larraín (1996), que el carácter social de la identidad se funda en su inscripción en categorias sociales definidas culturalmente – como el caso de nacionalidad, por ejemplo – en tanto que la identidad cultural se sostiene en el dominio histórico, ya que éste comprende categorías que cambian y, en esa medida, modifican la identidad de las personas.

Este autor refiere ciertos perídos históricos determinados a partir de crisis significativas que influyen en la concepción de identidad: Conquista y Colonia, en que predominan discursos autoafirmatorios de la identidad latinoamericana en oposición a lo índígena, distinguido como inferior, bárbaro o salvaje; Independencia y constitución de los Estados Nación, en que predomina el postivismo y la ilustración, y se reifica la doctrina del progreso, el desarrollo y la civilización, rechazando los rasgos culturales indígenas por “atrasados”, los que además son atribuídos a factores raciales y posicionados como determinantes del sub desarrollo de la región; Primera Guerra Mundial y Depresión Capitalista de los años veinte, periodo a partir del que surge la idea del origen mestizo de la identidad latinoamericana, para la que los movimientos indigenistas privilegian el legado indígena sobre el europeo como rasgo distintivo, en tanto que el hispanismo distingue al legado cristiano español; década de los setentas, en la que el fracaso de regimenes populares, estancamiento industrial, luchas sociales y regímenes militares inducen una revisión de los supuestos y conceptualizaciones de la identidad cultural, permitiendo la emergencia de propuestas de intelectuales de izquierda que reconsideran el valor de las tradiciones indígenas, y de propuestas que integran el impacto del postmodernismo que, basado en el relativismo cultural, enfrentan el logocentrismo occidental.

Desde un enfoque histórico estructural como el de Larraín se concibe la identidad cultural como un proceso constante de constitución y reconstitución - dentro de contextos emergentes y nuevas situaciones históricas - a partir de discursos públicos y de prácticas y significados fundados en la vida cotidiana o discursos privados. "Es necesario entender que la identidad no consiste sólo en el proceso de ser situado por las "narrativas del pasado", sino también en el proceso según el cual las personas se sitúan ellas mismas en relación con esas narrativas mediante sus prácticas y modos de vida" (Larraín, J.; 1996; p. 219). Se establece así una dicotomía en la realidad sociocultural: el ámbito público, expresado en discursos elaborados, selectivos, homogenizantes, referidos por instituciones y agentes culturales; y el ámbito privado, sustrato de experiencia social en el que se forma la subjetividad indivudual, expresado en aquello que los actores reconocen acerca de su propia realidad o existencia y que no pueden contener o vehicular mediante formulaciones discursivas.

Con relación a los estudios sobre la identidad nacional se ha relevado el ámbito de los discursos públicos, en los que se expresa la distribución del poder en la esfera social - dada su naturaleza selectiva y excluyente – mediante distintos mecanismos: selección de rasgos, símbolos y experiencias, y exclusión de otros; evaluación, que define ciertos valores – propios de ciertas instituciones, grupos o clases – como de rango nacional; oposición, a partir de la cual se afirma la identidad nacional definiendo a ciertos grupos como fuera de ella por disponer de modos de vida, valores, etc. distintos de los definidos como constitutivos de la identidad nacional; y naturalización, instalación de los rasgos atribuidos a la identidad nacional como naturalemente originados (Cáceres, 2002).

Las versiones de la identidad nacional basadas en los discursos públicos se conforman a partir de seleccionar y significar, por parte de ciertos actores institucionales, determinados elementos de los modos de vida de las personas, influyendo en su autopercepción y conducta (Johnson, 1993, en Larain, 1996). Sin embargo la influencia de los discursos públicos en la conformación de la identidad nacional no es automática cuando se reconoce la existencia de grupos étnicos, subculturas, regiones o sectores de la sociedad que no se sienten representados, negociando significados y propiciando la proliferación de versiones diferentes o alternativas al de “la” identidad nacional. Esto es lo que Bengoa (2004) denomina “erosión” de la identidad nacional, un proceso en el que identidades culturales desarrolladas como medios de adaptación y resistencia por grupos oprimidos develan las contradicciones existentes en la sociedad, las que son ocultadas por el efecto ideológico del proceso discursivo público de construcción de identidades nacionales. Esta erosión de los cuerpos culturales conlleva una crítica continua que va desgastando o detruyendo los mísmos, a partir de la aparición de otro u otros cuerpos y que comienza por la superficie pudiendo llegar a destruir el conjunto del cuerpo.

En el caso chileno, pareciera que la sociedad se encuentra en un tiempo de transición en que se esta migrando desde la unívoca imagen de la identidad nacional hacia formas cada vez más complejas que el estado deberá reconocer y asumir en su estructuración y dinámica. No se visualiza factible sostener la persistencia de sistemas de integración sociocultural basados en los antiguos esquemas homogeneizantes construidos durante el período proteccionista del nacional populismo (Bengoa, 2004).

Puede decirse que la formulación de Larrain (1996) reconoce la función de agente generador de la identidad que cumple la dimensión social, la que a través de discursos públicos ejerce influencia en los sujetos, posibilitando que se erijan identidades sintónicas, concordantes con el discurso, distónicas, opuestas con las prescripciones del dicurso, y átónicas, basadas en categorías propias de un marco de referencia diferente, todo esto dependiendo de los procesos de significación que las personas hagan de estos discursos a partir de su conocimiento de la vida cotidiana. Estas versiones de identidad resultan de procesos más bien sociológicos de negociación y/o conflicto que a partir de mecanismos psicológicos individuales, abriendo el espacio para integrar el modo en que la identidad se inserta en el continuo social y viceversa (Cáceres, 2002).

Desde otro punto de vista - siempre con una perspectiva histórica - puede consignarse con Brunner, citado por Neira (1998), las maneras más comunes de hablar la identidad en América Latina. En primer lugar, se ha definido identidad como origen. La pregunta acerca de donde venimos es central y consagra prácticas discursivas que recortan la realidad que así se desea especificar, contra el fondo del drama histórico por medio del cual hombres y pueblos se apropian de la naturaleza y la dotan de un sentido peculiar, creando un mundo de vida, una cultura. Dicho recorte no es, por cierto, geográfico, pero en él la geografía juega un papel esencial como escena de la identidad. Tampoco se trata sólo de hablar de una identidad localizada sino, ante todo, de resaltar un lugar de origen, inicio del periplo identificatorio y de dotar al tiempo de un espacio poblado por figuras de identidad. Así, la identidad como origen cuenta la fábula, es decir, crea la realidad de una América que necesita ser nombrada, y es, por lo mismo, un hablar que encuentra en la literatura su mejor expresión, que permite, desde la literatura, hablar de nosotros mismos frente a la comunidad de los que nos leen.

En segundo lugar, la noción de identidad como evolución nos ofrece una idea de nosotros mismos desplegada en la cultura; como tal, ha sido especialidad preferentemente de filósofos, ensayistas e historiadores que ofrecen sus interpretaciones en el espejeante mundo de las interpretaciones precedentes, cada una de las cuales descifra las claves de nuestra posible identidad. Así, dentro del mundo cultural occidental se resaltan los aportes de los componentes indígena, español y negro y de los demás grupos y etnias que confluyen en la formación histórica de la cultura latinoamericana, en busca de la posibilidad o existencia de una cultura originalmente latinoamericana. Este discurso busca lo que está enmascarado y ha sido distorsionado por la historia; sobre todo por las dominaciones y exclusiones que ella impone a nivel de las estructuras de la sociedad. Justo en este punto, la interpretación de nuestra identidad nacida de la historia de las ideas y de la filosofía de la historia se conecta con la siguiente manera de hablar de nuestra identidad.

En un sentido distinto, hablar de identidad como crisis - más bien de su falta, su ausencia o confusión - es utilizada para mostrar una región en formación o más frecuentemente para fundar un discurso crítico frente a las alienaciones y subordinaciones impuestas por las relaciones de colonialismo, dependencia y penetración foránea. Esta interpretación de la identidad surge desde las ciencias sociales latinoamericanas, que interpretaron la identidad a partir del fracaso, la debilidad y la impotencia. Mientras la identidad como origen da lugar a una épica y la identidad pensada como evolución histórica refleja una búsqueda, la crisis de identidad diagnostica un callejón sin salida o una alternativa drástica entre decadencia o revolución, así la identidad como crisis fragmenta, superpone y hace chocar sus elementos constitutivos; donde se quiere ser como otros para ser sí mismos. Algunos planteamientos llegan a suponer la existencia de una identidad ausente, distorsionada y dominada por la cultura hegemónica, que reflejaría la erosión de las culturas populares. En definitiva, la identidad como lo que no fue ni es y tiene que llegar a ser, negando para tal efecto aquello que es, pero que existe bajo una forma distorsionada por la dependencia y la dominación.

En conexión con las anteriores se habla de la identidad como proyecto, como manera de llegar a hacer presente lo que está por hacerse, sólo que esta vez, en términos propositivos. Se trata de una meta a alcanzar mediante específicas operaciones de constitución de una realidad (nacional o regional) en términos de sus propias potencialidades. Aquí la identidad es frontera, horizonte y en última instancia, utopía que se expresa en las preguntas ¿hacia donde queremos y debemos ir?. Así cada una de las posiciones anteriores convergen en la identidad buscada y deseada para América.

Restricciones de pertinencia para los enfoques modernos en el campo de la Identidad.

No obstante la amplitud de aspectos involucrados en las distintas orientaciones con que se enfoca el concepto de identidad, ninguno de ellos permite hablar de la identidad con relación a los procesos de modernización latinoamericana, ya que estos discursos han predeterminado las maneras de hablar de la identidad en el ámbito de la intelectualidad latinoamericana, y no nos permiten entrever el continente en que nos hemos transformado. Nuestra modernidad, desgarrada por sus propias lógicas de construcción, poder y diseminación, permanece así sin nombres y sin haber empezado a hablar todavía de sí misma como identidad. Por tanto, como lo señala Neira (1998), citando a Brunner, al parecer estamos asistiendo al final de esos discursos, ya que ellos pueden ser pronto sustituidos por otras maneras de hablar proporcionadas por los medios de comunicación, en particular por la televisión, por los múltiples otros lenguajes que se generan con la vida urbana, con los movimiento de mercado cultural y con las nuevas formas de inserción de los países en la economía mundial.

La posibilidad de construir los nuevos referentes a partir de los cuales se habla y se construye la identidad pasa por reconocer las transformaciones que los procesos de modernización y globalización provocan en los proceso de construcción de la identidad. Dentro de este contexto, la identidad ya no es vista como identidad latinoamericana o nacional, sino como una identidad regional o local o bien como una identidad étnica, ecológica, generacional, de género, etc.. Tal como lo indica Neira (1998), las identidades colectivas dejan entonces de ser puras expresiones de la cultura o meras estratagemas de la política para ser abordadas como, siguiendo a Barbero, el producto de complejos sistemas de interpolaciones y reconocimientos a través de los cuales los agentes se inscriben, consensual o conflictivamente, en el orden de las transformaciones sociales.

En la actualidad los procesos de construcción de identidad se dan en un escenario de condiciones que consideran el hecho que lo que se produce en todo el mundo está aquí y es difícil saber que es lo propio. La internacionalización fue una apertura de las fronteras geográficas de cada sociedad para incorporar bienes materiales y simbólicos de las demás. La globalización supone una interacción funcional de actividades económicas y culturales dispersas, bienes y servicios generados por un sistema con muchos centros, en el que importa más la velocidad para recorrer el mundo que las posiciones geográficas desde las cuales se sitúa. Esto implica que los objetos pierden su relación de fidelidad con los territorios originarios. La cultura es un proceso de ensamblado multinacional, una articulación flexible de partes, un montaje de rasgos que cualquier ciudadano de cualquier país, religión o ideología puede leer y usar (Garcia Canclini, 1995). Es así como las manifestaciones culturales han sido sometidas a valores que dinamizan el mercado y la moda y el consumo incesantemente renovado.

En un escenario como el descrito, una aproximación a la identidad debe comenzar desde el hacer, desde la experiencia; pensar la experiencia es el modo de acceder a lo que irrumpe en la historia con las masas y la técnica. No se puede entender lo que pasa culturalmente en las masas sin atender a su experiencia, pues, a diferencia de lo que pasa en la cultura, cuya clave está en la obra, para aquella otra definición de identidad está en la percepción y los usos. En otros términos, en la realización de experiencias que posibiliten generar una identidad cultural desde los usos que articulan memoria y experiencia y desde la posición relacional en cuanto relación histórica de diferencia y de conflicto, se encontraría el nuevo espacio de reconocimiento de la identidad (Neira, 1998).

Los diferentes grupos se identifican hoy en día por pertenecer a un espacio transterritorial y multilingüístico. Se estructuran menos desde la lógica de los estados que de los mercados; en ves de basarse en las comunicaciones orales y escritas que cubrían espacios personalizados y se efectuaban a través de interacciones próximas, operan mediante la producción industrial de cultura, su comunicación tecnológica y el consumo diferido y segmentado de los bienes. La clásica definición socioespacial de identidad, referido a un territorio particular, necesita complementarse con una definición sociocomunicacional (García Canclini, 1995).

La identidad pasa a ser concebida como el punto focal de un repertorio estallado de mini - roles más que como el núcleo de una hipotética interioridad contenida y definida por la familia, el barrio, la ciudad, la nación o cualquiera de esos encuadres declinantes.

Esto significa que los procesos de re articulación de lo propio y lo global (hibridación, en términos de García Canclini, o re apropiación, en términos de Barbero), es decir, los procesos mediante los cuales en las comunidades se producen los procesos de globalización y fragmentación, no constituyen una cuestión determinante en cuanto a la posibilidad de negarnos a nosotros mismos, más bien lo que hacemos es conjugar lo que ya tenemos con lo nuevo, pero no como mera mezcla, sino como una forma de darle un nuevo sentido a los usos y las prácticas que surgen en la cotidianeidad.

Lo que sucede es que esas hibridaciones y re apropiaciones, es decir el re conocimiento de lo propio, nos permitiría retomar la heterogeneidad y la diversidad que existe dentro de nuestra sociedad. Si tomamos esta diversidad, en la cercanía que tenemos con ésta, podría reducirse los impactos de los procesos de globalización y fragmentación. Esta nueva orientación permite la afirmación de una identidad que se fortalece y recrea en la comunicación - encuentro o conflicto - con él o lo otro.

A una operacionalización de esta nueva comprensión de identidad que urge aportan desarrollos socioconstruccionistas que, de acuerdo a Ibañez (1994), se basan en los siguientes supuestos: la realidad es construida socialmente ya que su conocimiento proviene de la actividad humana, que se da en situaciones históricas, contextualizadas temporal y espacialmente, las que van conformando un archivo o memoria de relaciones sociales que cosntituye a cada persona y su identidad; “el conocimiento que podemos producir en un período histórico dado es dependiente del entramado sociocultural que caracteriza ese período” (Ibañez, T.; 1994; pp.220), representando, en este sentido, una práctica social, concepción con la que se desdibuja la asimétrica frontera entre sujeto cagnoscente y objeto de conocimiento, tanto como la objetividad de los saberes disciplinarios en las ciencias sociales; lo social se constituye a través de la intersubjetividad, por medio de la cual se comparten significados y representaciones que les permiten a las personas poblar el mundo de categorías y conceptos mediante la comunicación y el lenguaje; el ser humano se caracteriza ontológicamente por su reflexividad o capacidad para hacer de sí un objeto de análisis – invalidando la dicotomia sujeto/objeto -, por la intencionalidad y autodeterminación de la conducta u acción - denominado agencia – con lo que se invalida la dicotomía causa/efecto, y por su determinación social en tanto la realidad se establece en situciones de relación, de interacción o interdependencia – con lo que se invalida la dicotomia individuo/sociedad. En esta perspectiva se puede hablar de identidad relacional ya que se invalidan los supuestos en los que se basan perspectivas escencialistas y sienta bases conceptuales para validar la consideración del relativismo cultural.

Gergen (1991) plantea que en el transcurso del siglo XIX se desarrolla una visión romántica del yo caracterizada por atribuir pasión, alma, creatividad, moral a cada individuo, con lo que se promueve relaciones de compromiso. En el siglo XX el yo romántico se reemplaza por un yo moderno, racional, con capacidad de conciencia y control como para desarrollar nuevos conceptos, opiniones e intenciones. Según este autor ambas concepciones colapsan progresivamente en la medida en que se complejiza la sociedad y emerge la situación de saturación social y el yo saturado. Como ya se ha descrito antecedentemente, el desarrollo de la tecnología en múltiples ámbitos diversifica progresivamente las posibilidades de relación - en multiples niveles, ambitos y grados de simultaneidad – reduciendo la utilidad del uso de categorías específicas o particulares para la identidad, que tengan como efecto la estabilización de ésta, y menos de perspectivas centradas en lo escencial – individual. La noción de individualidad como un yo independiente, autodeterminado, como núcleo último que sostiene la conducta personal ha sido dominante en la cultura occidental, representando un fundamento para el modelo de sociedad democrática (Pujol, 1996). Por otra parte, la condición de saturación implica un aumento complejo de la contingencia social incidente en que se establesca una experiencia de transitoriedad, de cambio vertiginoso, de virtualidad y despersonalización, referencias significativas para comprender las modificaciones en los modos en que la identidad se sustenta en la cultura. Como plantea Gergen “la escisión del individuo en una multiplicidad de investiduras del yo” (1991; pp. 106) representa lo que denomina multifrenia, condición producida por el aumento progresivo de las categorías de relación. Se experiementa insuficiencia personal, contradicción inter papeles o roles, ruptura de los marcos de referencia que sostienen las certezas que estabilizan el mundo de la vida cotidiana.

En este contexto, siguiendo al mismo autor, categorias de diferenciación del yo tradicionales (genero, raza, edad, religión, nacionalidad, etc) estan perdiendo capacidad de distinción ante definiciones situacionales, múltiples y simultaneas. Sin duda la busqueda de escencias queda desechada a cambio de la comprensión de la forma en que ciertos aspectos identitarios se formulan en la cultura mediante relaciones múltiples. El apego a perspectivas románticas o modernas en contextos de saturación social no reconoce, no registra, la búsqueda de referentes eficaces para conducir la vida cotidiana, o lo que Gergen (1991) denomina atrincheramiento cultural, proceso de resistencia a la modificación de marcos de referencia tradicionales que impulsa la restauración o revitalización cultural como la “busqueda de raíces históricas, de la identidad étnica o de movimientos sociales” (pp.219)

Globalización, Nuevos Movimientos Sociales e Identidad Colectiva: bases para la formulación de una Identidad Glocal

Existen perspectivas en cambio, que justamente se basan en procesos de resignificación cultural en el contexto de la saturación social, como los desarrollados por los teóricos de los nuevos movimientos sociales, introduciendo los cambios observados en el orden global en sus formulaciones y permiten reconocer una definición de identidad compatible con el enfoque esbosado.

Reconsiderando aspectos planteados se introduce lo indicado por Revilla (1994) en cuanto a que para reconocer una representación vinculada al entorno social, y por tanto una manifestación de tipo identitaria, es necesario referirse a un proceso de identificación en el cual se articula una perspectiva o proyección social que da sentido a las preferencias y expectativas tanto individuales como colectivas. Reconoce que sólo en la conformación de una auto referencia se coincide desde el nivel individual hasta el colectivo, como agregación de lo individual, específicamente en la expresión de esta auto referencia en libretos de acción que constituyen las formas de articulación de las personas con los otros y la sociedad. La explicación de una estructura de sentido compartido, explica Revilla (1995), se construye a partir de “...la existencia de un interés común y de las expectativas de desarrollo de ese interés [cuestión que hace] referencia a un proceso de identificación: los individuos construyen sus objetivos, hacen elecciones y toman decisiones de acuerdo con la percepción de su ambiente y las expectativas socialmente construidas” (pp. 191).

Plantea que “La identidad colectiva a la que pertenezco ofrece un apellido a los individuos que forman parte de ella, contribuyendo a la constitución de la identidad individual. Al constituir una identidad colectiva disminuyo la incertidumbre valorativa sobre mi propio yo futuro, atribuyo a mi orden de preferencias actual una cierta continuidad y adquiero capacidad para predecir mis preferencias y expectativas futuras...[la] identidad colectiva es sinónimo de continuidad individual y de previsibilidad de preferencias: a través del apellido relevante con el que me presento (identidad colectiva), preveo cierta estabilidad para los valores con los que actúo” (Revilla, 1995; pp. 192-193).

A diferencia de enfoques como el anterior, los desarollos teóricos dedicados al estudio de los movimientos sociales y la acción colectiva desde una perspectiva de estrategia - como la teoría de la acción colectiva de Olson y de la acción racional de Elster, o las teorías de la movilización de recursos de Mc Carthy y Zald y de las estructuras de oportunidad política de Kitschelt - se enfocan en comprender el movimiento social como organización, sin cuestionarse el origen de tal organización ni explicar el paso de lo individual a lo colectivo. Por otro lado, la mayoria de los enfoques que se centran en el estudio del movimiento social desde una perpspectiva identitaria como los propuestos para los nuevos movimientos sociales - Habermas, Melucci, Offe o Touraine – se enfocan en explicar la movilización asociada a ciertas condiciones estructurales en que emerge, asignando a cada movimiento social una comprensibilidad situada, como fenómeno de expresión propio de cada sociedad (Revilla, 1995): “el propio contexto sociohistórico de su surgimiento determina la composición social y la dinámica del movimiento” (pp. 182) y por tanto de la identidad.

Diani, en cambio, distingue cuatro enfoques teóricos dedicados al estudio de los movimientos sociales: la teoría del comportamiento colectivo de Smelser, Turner y Killian, la teoría de la movilización de recursos de Mc Carty y Zald, la teoría del proceso político de Tilly y la teoría de los nuevos movimientos sociales de Touraine y Melucci. Con relación a éstos verifica cuatro conceptos más o menos transversales en la definición de los movimientos sociales que efectúan: redes informales de interacción, creencias y solidaridad compartidas, acción colectiva en situaciones de conflicto, que se realiza fuera de la esfera institucional y la vida social cotidiana. Asimismo, distinguen con claridad el comportamiento colectivo de la acción colectiva; en esta última, la conducta se desarrolla sobre un interés y expectativas compartidas producto de un proceso de identificación y que repercute en el nivel individual como confirmación de la propia identidad, circunstancia que no ocurre en eventos de comportamiento colectivo, pues en ellos se coinside desde el nivel individual al colectivo como agregación, sin repercusiones sobre la propia identidad inicial (Revilla, 1995).

De partida, en la perspectiva de los nuevos movimientos sociales “la busqueda colectiva de la identidad proviene de una necesidad intrínseca a la condición de la persona de mantener una imagen de sí misma integrada y duradera, que es objeto de constantes ataques y amenazas en la sociedad moderna” (Johnston, Laraña y Gusfield, 1994. pp. 12), saturada y compleja. Representa el antídoto de la multifrenia referida por Gergen (1991) al reducir la incertidumbre mediante el aseguramiento de un círculo de reconocimiento en el que inscribir las preferencias y la acción propia. Pizzorno plantea la acción colectiva como proceso de identificación, por el cual la persona se inscribe en un círculo que le permite reconocerse y ser reconocido, a la vez que dar una cierta conti­nuidad a los valores por los cuales establece sus preferencias y expectativas. «Una persona es una sucesión de yoes que eli­gen y pueden tener algo en común sólo si se encuentran circuns­critos a un círculo de reconocimiento común. La identidad per­sonal consiste en una conexión vertical e intertemporal entre sucesivos yoes de un ser humano que se hace posible sólo por conexiones intertemporales y horizontales entre diferentes yoes individuales» (Pizzorno, 1989: 38; en Revilla, 1995). Identidad colectiva y proceso de identificación se refieren aquí, por tanto, a una dinámica de proyección, individual y colec­tiva, del presente hacia el futuro, superando formulaciones como las realizadas en enfoques de tipo racional, de las que un ejemplo es la figura del free rider, distinción que en esta perspectiva no opera.

El modelo de individuo en sociedad que se propone es el de uno contradictorio, instrumental y calculador con relación a sus propios intereses pero en un entramado social que contiene incentivos normativos, relativos a la satisfacción de expectativas que un individuo identifica como motor de la propia acción, tanto como solidarios, relativos a la necesidad de entrar en relaciones de interdependencia con otros en las que se reconozca recíprocamente la propia identidad (Pizzorno, 1989; en Revilla, 1995). Esta doble contingencia genera unos grados de incertidumbre que, para Melucci (1992; en Revilla, 1995), son propias de los sistemas con alta densidad de información, en los que la producción material se reemplaza progresivamente por la producción simbólica y social, tensionando la capacidad de grupos e individuos para controlar las condiciones que determinan su acción. “ En una sociedad con alta densidad de informa­ción, la producción y el tratamiento de información participan en la construcción de las dimensiones fundamentales de la vida coti­diana (tiempo y espacio, relaciones interpersonales, nacimiento y muerte), del tratamiento de las necesidades individuales en el seno del Estado de bienestar y del proceso de formación de la identidad personal y social en los sistemas educativos, a la vez que se realiza un control social difuso que sobrepasa la esfera pública para invadir el terreno de la formación del sentido en la acción individual: lo «privado» se convierte en objeto de intervención y manipulación social (Melucci, 1992: 271) (en términos de Jürgen Habermas, «la colonización del mundo de la vida», sometido ahora a la racionalidad instrumental del sistema y a sus medios, poder y dinero (burocratización y mercantilización del mundo de vida). Los grados crecientes de información circulando en el sistema producen incertidumbre en la medida en que suponen un obstáculo para el conocimiento”. (Revilla, 1995; pp. 197)

Bases para construir la noción de Identidad Glocal

Definición.

Específicamente, en la definición de Melucci (1989) se entiende la Identidad Colectiva como una definición compartida e interactiva, producida por individuos en interacción, concerniente a las orientaciones de su acción, así como el campo de oportunidades y restricciones en el que tiene lugar su acción. En términos específicos, la identidad colectiva como proceso enlaza tres dimensiones: formulación de las estructuras cognitivas relativas a fines, medios y ámbito de acción; activación de relaciones entre los actores, los que interactúan, se comunican, negocian y toman decisiones; e inversión emocional que permite a los individuos reconocerse. Esta definición considera un enfoque eficaz para asimilar en el estudio de la identidad todas las implicancias de la sociedad posindustrial, la complejidad y saturación social.

Ámbitos de conformación de la Identidad.

En una sociedad con alta densidad de información, la identidad que se produce individual y socialmente se enfrenta a la incertidumbre provocada por el flujo per­manente de información y al hecho de la pertenencia simultánea de los individuos a una multiplicidad de sistemas y a distintos ám­bitos espaciales y temporales de referencia (Melucci, 1992). Lo que podría llamarse «exceso de información» - o multifrenia en los términos de Gergern (1991) - provoca una di­ficultad en el proceso de construcción de las orientaciones y en la determinación de las oportunidades de la propia acción; en defini­tiva, provoca una pérdida del sentido de la acción. (Revilla, 1995). En este contexto[6], el movimiento social se constituye como proceso de identificación, esto es, de desarrollo del poten­cial de individualización. La definición alternativa de sentido que se lleva a cabo en el movimiento social produce integración simbólica: en el proceso de identificación se articulan significados alternativos (la orientación de la propia acción) que se traducen en la reapropiación del sentido de la acción individual y colectiva. En este tipo de sociedad compleja, según el planteamiento de Melucci, el movimiento social no responde a una situación de emergencia ocasional, ni tiene un carácter de marginalidad (res­pecto a las instituciones) o de residualidad (respecto del orden), sino que se constituye como realidad permanente y estable en el funcionamiento del sistema, con un espacio específico para su acción. Se produce una separación entre acción política y acción colectiva no institucional: el movimiento social asume la confi­guración de área, de red social en la cual se forma, se negocia o se recompone una identidad colectiva, situándose en el ámbito de redes sociales informales, propias del mundo de la vida (Revilla, 1995).

Elementos constitutivos: estabilidad y cambio.

Dos elementos constitutivos de la Identidad Colectiva han sido considerados en la literatura sobre los nuevos movimientos sociales: Preferencias y Expectativas. La identidad colectiva conforma el círculo de reco­nocimiento en el que se inscribe el orden de preferencias actual de las personas - los valores y las prioridades de las que se deduce el interés - y que les permite el desarrollo de expectativas. «Antes de realizar cualquier actividad […] los individuos formulan un proyecto. Una parte de este proyecto son ciertas imágenes mentales, o expectativas, acerca de su naturaleza y acerca de la clase y el grado de satisfacción que brin­dará la actividad» (Hirschman, 1989: 20; en Revilla, 1995). Esta formulación es siempre simbólica, cognitiva, fundada en las base de la memoria que sostienen la conformación de sentido en torno a la identidad y, en este caso específico, de las preferencias y expectativas.

Esta formulación de expectativas y evaluación de posibilidades se concuerda que es realizada en el contexto de redes informales, extrainstitucionales (Melucci, 1992, en Johnston, Laraña y Gusfield, 1994). La acción de un movimiento social en tanto que se desarrolla al margen de la ac­ción de las instituciones sociales creando su propio espacio, implica que las identidades colectivas pre existentes no se constitu­yen como círculo de reconocimiento para un individuo, no sir­ven de referente para su orden de preferencias ni le permiten desarrollar expectativas (insuficiencia de las identidades colecti­vas existentes) (Revilla, 1995). Este es el fundamento de la construcción marginal, en el sentido de extra institucional, de la Identidad Colectiva. Encarna en sí misma una tendencia alternativa al orden establecido.

La explicación del surgi­miento de un movimiento social como proceso de (re)constitución de una identidad colectiva se basa en la existencia de una situación de disonancia o incertidumbre en la relación entre preferencias y expectativas personales. Dado que trabajamos con dos variables, hay dos fuentes de disonancia y, por tanto, dos causas de emergencia de un movimiento social: modificación en el orden de prefe­rencias y/o reducción en las expectativas de acción.

De acuerdo con Revilla (1995) el efecto sobre la identidad se da de dos formas. En el caso de la modificación en el orden de preferencias, el yo al que la persona da prioridad para la construcción de su orden actual de prefe­rencias, por el cual deduce su interés, no coincide con el de los círculos de reconocimiento que le son próximos: las expectati­vas de acción que corresponderían a su potencial inscripción en un determinado grupo de reconocimiento existente no concuer­dan con el orden de preferencias al que da prioridad. Las identidades colectivas existentes no permiten a un indi­viduo reconocerse y ser reconocido. El movimiento social resul­tante de este tipo de incertidumbre tenderá a constituirse como una identidad colectiva nueva. En el segundo caso, circunstancias del ambiente provocan una reducción en las expectativas de acción de una determinada identidad colectiva, forzando a modificar su identidad para adap­tarse al nuevo ambiente o a permanecer en una situación de ais­lamiento respecto de la situación social en la que ahora se halla inserto. En el caso del desarrollo de un movimiento social en es­tas circunstancias, se adopta la primera opción, se reconstituye el proceso de identificación: se adoptarán nuevas estrategias para la readaptación entre preferencias y expectativas.

Estos son, fundamentalmente, los modos en que la saturación social influye en la conformación de la identidad y el cambio de ésta.

Además de las preferencias y expectativas existen también, como elementos constitutivos de la identidad, los estados de identificación y compromiso psicosocial, relevados en conceptos con el de lealtad planteado por Hirschman (1997) o en proposiciones de transformación del los medios (costes de identificación) en fines (beneficio) como la de Scitovsky (1976). De acuerdo con Hirschman, el individuo involucrado en algún tipo de acción social o pública – sea en el campo de la economía, ante un acto de consumo o en el campo de la política – en un momento de insatisfacción, como vimos antes producida por modificaciones en el orden de preferencias o en cambios en la evaluación de factibilidad de la expectativas, tiene dos posibilidades: la Salida, entendida como abandonar la práctica social sostenida, y la Voz, entendida como la permanencia en la actividad con actitud crítica para lograr la mejoría de los conflictos de inconsistencia. Según Hirschman las perspectivas de uso eficaz de la voz – como potencial para el cambio efectivo - desincentiva la opción de salida ante una situción de inconsistencia o modificación de preferencias y/o expectativas. Sin embargo, el factor determinante entre la activación de la opción de Voz o Salida esta representado por la Lealtad: esta aleja la Salida y activa la Voz (Revilla; 1995). En la medida que hay más lealtad los miembros de la organización harán más esfuerzos por lograr mejoras desde dentro de esa identidad, en tanto que miembros de la organización con poca lealtad adoptarán la opción de salida – y cambio de identidad - mucho antes que los leales. Pizzorno refuerza esta argumentación acerca de la involucración psicosocial de tipo cognitivo emocional distinguiendo un tipo de actor en los movimientos sociales, el Identificador, miembro que entrega identidad a un grupo, proceso en el cual refuerza la identidad propia. Para estos miembros la salida es improbable, ellos no se identifica con los fines sino que con la propia realidad colectiva del grupo, reciben su identidad de ella, implicando ésto que una salida para el identificador obliga un cambio de su propia identidad (Pizzorno, 1989; en Revilla, 1995).

Por otro lado, el medio de la acción se puede convertir en un fín en símismo, contradiciéndo las premisas económicas de modelos basados el concepto de conducta o acción racional en la que los individuos calculan la relación entre coste y beneficio de sus acciones para la adcripción a grupos y transar la individualidad en procesos de identificación social. Según Scitovsky el individuo, en el propio transcurso de la acción obtiene el beneficio del proceso interno, constituyéndose en una motivación genuina para la acción por la estimulación proporcionada por la posibilidad de obtener plena satisfacción de un deseo o necesidad (Scitovsky, 1976; en Revilla, 1995).

Considerando tanto lo planteado por Hirschman como por Scitovsky, el beneficio de la acción colectiva para un individuo no es - como plantean los modelos de acción racional basado en enfoques economicistas - la diferencia exis­tente entre el resultado esperado y el esfuerzo realizado, sino la suma de estas dos magnitudes.

Este tercer elemento constitutivo de la identidad, el compromiso psicosocial o socio emocional, viene a integrar un tercer factor de cambio; las modificaciones de la identidad aociadas a preferencias y expectativas, resultan significativamente influidas por el nivel de lealtad que se expresa en la activación del mecanisno de Salida o Voz. Mientras más lealtad menos probabilidad de cambio identitario en situaciones de inconsistencia de preferencias y expectativas.

Estos elementos conforman la base de un proceso de identificación en que los individuos construyen sus objetivos, hacen elecciones y toman decisiones de acuerdo con la percepción de su ambiente, con las expectativas socialmente construidas. A diferencia de las teorías de acción racional, en los postulados originados en el contexto de los nuevos movimientos sociales el individuo es reconocido como una multiplicidad de yoes que se desarrollan simultanea y consecutivamente, por lo que la realización de una elección implica asignar una prioridad a uno de los yoes que en un determinado momento contituye al individuo como tal, operando como un mecanismo de identificación que, además, resuelve el problema de la incertidumbre en cuanto a como sus yoes futuros evaluarán la situación en la que la decisión que ahora ha tomado los ha colocado. En este sentido la acción colectiva como proceso de identificación, por el cual las personas se inscriben en un círculo de reconocimiento que les permite reconocerse y ser reconocido, da una cierta conti­nuidad a los valores por los cuales establecen sus preferencias y expectativas. Una persona es una sucesión de yoes que eli­gen y pueden tener algo en común sólo si se encuentran circuns­critos a un círculo de reconocimiento común. La identidad per­sonal consiste en una conexión vertical e intertemporal entre sucesivos yoes de un ser humano que se hace posible sólo por conexiones intertemporales y horizontales entre diferentes yoes individuales (Pizzorno, 1986, 1987, 1989; en Revilla, 1995). En este sentido, la Identidad Colectiva es sinónimo de continuidad ontológica y previsibilidad de preferencias y el proceso de identificación una dinámica de proyección individual y colectiva del presente hacia el futuro.

Considerando todo lo antes expuesto, “La hipótesis que aquí plantemos es que la identidad colectiva constituye en sí un incentivo selectivo para la acción…si comparto una identidad colectiva, si me identifico con un grupo de individuos, actuaré a favor de los intereses co­lectivos. Y aquí conviene hacer una puntualizacion: para que la identidad colectiva sea el incentivo selectivo principal de la ac­ción, la unidad en esta identidad sólo puede existir como resul­tado del proceso de la acción. Si se parte de una identidad defi­nida a priori, fija e inmutable, no se soluciona el problema del free rider. El proceso de identificación, entendido en los términos de Melucci como «poten­cial de individualización», significa la confir­mación de la identidad personal y colectiva en el curso de la ac­ción, y sólo en este sentido se constituye la identidad colectiva como el principal incentivo selectivo” (Revilla, 1995; pp. 194). Este cuarto elemento se agrega a los anteriores para conformar la arquitectura de la identidad colectiva.

En este sentido, se considera para la conceptualiuzción de la Identidad Glocal los elementos propuesto para la categoría Identidad Colectiva en el ámbito de los estudios de los nuevos movimientos sociales: Preferencias, Expectativas, Inversión Emocional de tipo psicosocial, éstos determinando la coordinación de pautas de Acción que conforman los libretos conductuales de la Identidad, y que se modifican de acuerdo con el resultado de la resolución de la inconsistencia o incertidumbre que provea la ecuación Preferencias / Expectativas / Inversión Emocional. En un proceso de identificación con estas cualidades no resulta pertinente la separación entre acción instrumental – orientada hacia el logro de recursos que permitan defender los intereses – y acción expresiva – orientada por el proceso de identificación; por el contrario, en el proceso de conformación de la identidad con referencia a un colectivo se puede observar en forma consistente la coexistencia entre racionalidad instrumental y expresiva (Melucci, 1992; en Revilla, 1995).

Desde esta perspectiva existe una realidad social enten­dida, cuestionada y/o articulada por cada una de las acciones de los individuos y las instituciones que participan en la sociedad, recibida como producida y participando en su producción. Es el propio individuo inmerso en una acción social quien produce significaciones y sentidos de su acción que se dirigen a los otros y a la sociedad.

Dinámica performática de los elementos de la Identidad.

La formulación de preferencias, expectativas e inversión emocional que organizan la conducta colectiva y los proceso de identificación en el contexto de la acción para la resolución de los problemas de la vida cotidiana se ve fuertemente retroalimentada, condicionada, por la interacción entre lo que se ha denominado Ámbitos de Identidad y Campos de Identidad.

Con relación a lo primero, aun cuando se ha cuestionado la noción de Identidad Individual o Personal en tanto predominante en la explicación de la Identidad, cabe reconsiderar sus coordenadas en los procesos de conformación de identidad en la sociedad pos industrial, pos moderna. Este concepto hace referencia a una serie de rasgos totalmente personales que, a pesar de ser resultado de una combi­nación entre la herencia biológica y la vida social, son internalizados por aquéllos que participan en los movimientos sociales como parte de sus biografías personales. Sin embargo, la sociología de los movimientos sociales debe reconocer la incidencia que tiene en la identi­dad la participación en ellos y los cambios que puede generar en la identidad individual, haciéndo así parte de sus conceptos y modelos esta distinción. De acuerdo con Johnston, Laraña y Gusfield (1994) la capacidad de suscitar estos cambios a nivel de Identidad Individual/Personal puede uti­lizarse como un criterio de clasificación de los movimientos desde los grupos que intentan la total transformación de sus miembros, y donde su identidad individual se pone a disposición del grupo, hasta los cuasi-mo­vimientos en los que la participación no suele ir mas allá del pago de cuotas de afiliación y la identi­ficación individual puede limitarse a algo tan trivial como llevar una pe­gatina del grupo. En este sentido, la identidad individual constituiría una instancia de constraste de la identidad colectiva.

Por otra parte, la misma emergencia de fenómenos colectivos nuevos han repuesto la necesidad de considerar este ámbito o nivel de identidad, como ha ocurrido con los estudios realizados por Melucci y sus colaboradores en Milan, en los que los movimientos estudiados estaban integrados mayoritariamente por jóvenes de entre 18 y 28 años, constituyendo parte de lo que Lodi y Gracioli han denominado “movimiento juvenil” (Johnston, Laraña y Gusfield, 1994). “Más que en ningún otro estadio del ciclo vital, la búsqueda de iden­tidad es una actividad juvenil. “Nuestro punto de vista es que el énfasis en la búsqueda de identi­dad en los nuevos movimientos sociales es resultado de la intersección de varios factores, uno de los cuales consiste en la llegada a cierta edad de una cohorte en un contexto económico y social que libera a sus miem­bros de preocupaciones materiales inmediatas y les permite proceder a una intensa introspección en torno a su identidad. Aunque la investiga­ción sobre nuevos movimientos reconoce que la importancia de esto últi­mo en la participación en ellos, la búsqueda de identidad y su dimensión transitoria son tratados como hechos nuevos que derivan de las transfor­maciones estructurales en la sociedad postindustrial. En la medida en que estamos tratando de movimientos juveniles, o al menos de movi­mientos caracterizados por un amplio apoyo entre los jóvenes, la búsque­da de identidad no puede ser explicada exclusivamente por los cambios asociados a la llegada de la sociedad postindustrial” (pp. 16).

Otro ámbito o nivel de Identidad esta conformado por la Identidad Colectiva, referida a la definición de pertenencia a un grupo - los límites y actividades que éste desarrolla - como producto de un acuerdo generalmente implícito entre sus miembros. Está integrada por definiciones de la situcación compartidas por los miembros del grupo y es el resultado de un proceso de negociación y complejos ajustes entre distintos elementos relacionados con los fines y medios de la acción colectiva y su relación con el entorno. A través de ese proceso de interacción, negociación y conflicto sobre las distintas definiciones de situación, los miembros de un grupo construyen el sentido del “nosostros” que impulsa a los movimientos sociales. (Johnston, Laraña, Gusfield, 1994).

Así planteada la identidad colectiva, desde un enfoque de cosntrucción social, tiene tres dimensiónes que limitan su aplicación emprírica: surge a través de una continua interpretación e interrelación entre indentidad individual y colectiva dentro de los grupos; por la naturaleza de los fenómenos colectivos, objetos en movimiento, las definiciones cambian junto con el “movimiento” del fenómeno; y, finalmenente, estos procesos de creación y mantenimiento de esa identidad resulta operativos en distintas fases del movimiento (Johnston, Laraña, Gusfield, 1994).

Sin embargo, como plantea Johnston, Laraña y Gusfield (1994) el concepto con frecuencia es usado como “estado”, congelado y estático en el continuo tiempo y espacio, dejando de lado su carácter de proceso y sus límites cambiantes. “Un problema derivado de esa aproximación hace referencia al «carácter fáctico» de la identidad colectiva y la forma en que puede utilizarse para caracterizar el comportamiento … cuyo uso frecuente [implica] hablar de la identidad colectiva como algo que se yergue por encima de los actores sociales y los transciende [adquiriendo] vida propia. Relacionada con la vieja conceptualización que hi­ciera Blumer del «espíritu de cuerpo», está presente en otros teóricos del comportamiento colectivo que destacaron la conciencia de grupo, esta acepción del concepto aleja el foco de atención de las contribuciones individuales y lo sitúa en las organizaciones del movimiento, definidas como un actor colectivo. Desde esa concepción, tanto la identidad colec­tiva como el movimiento social pueden tratarse sin hacer referencia a los procesos donde se gestan ambas cosas. Por el contrario, la primera se considera algo parecido a la «conciencia colectiva» de Durkheim, enten­dida como el receptáculo de las ideas y normas que, desde alguna posi­ción epistemológica implícita, se piensa que definen al movimiento por encima de los hechos protagonizados por sus seguidores, y establecen cuáles son los comportamientos prohibidos y cuáles los adecuados” (pp. 18).

De esta concepción, no obstante, se deduce una idea que puede resultar útil: la identidad es simultaneamente real en el plano cognitivo, pués se basa en la experiencia y el conocimiento conservado en la memoria, e idealizada en el sentido que Goffman emplea el término, para aludir a las nociones ideales sobre los comportamientos adecuados de los individuos en el desempeño de sus roles sociales. “Compartir una identidad colectiva no sólo implica participar en su creación, sino que también a veces la necesidad de <> sus prescripciones normativas” (Johnston, Laraña y Gusfield, 1994; pp. 19). En este sentido, los aspectso normativos y axiológicos de las relaciones sociales retroalimentan la forma en que cada persona piensa de sí, conduciendo de este modo el comportamiento dentro y fuera del grupo. Se establece una relación de mutua determinación entre lo que se hace – como conductas modeladas por un grupo o movimiento – y lo que se es como identidad. En la medida que un sujeto más se identifica con un grupo aumenta la probabilidad que las normas de ese grupo determinen la conducta del sujeto. En este sentido, y siguiendo a Reichter (en Johnston, Laraña y Gusfield, 1994), el poder de las normas del grupo ejercen su influencia en la ación a través del mecanismo de la identidad colectiva.

No obstante lo anterior, el análisis reciente de los nuevos movimientos sociales sobre colectivos feministas radicales, gay y lesbianas, como el realizado por Margolis (1985) y Mrshall (1991) o sobre grupos étnicos y nacionales como el realizado por Johnston (1985), See (1986), Nagel y Olzak (1982) y Anderson (1987) hacen emerger una acepción más construccionista del término Identidad Colectivo. Johnston, Laraña y Gusfield (1994) refieren a Melucci (1992) para planter como idea central de este nuevo enfoque el que la identidad colectiva es el resultado de acciones concientes - y de los proceso reflexivos y evaluativos asociados a esa acción conciente - más que de unas determinadas características estructurales de la sociedad. Se destaca el carácter de proceso reflexivo y socialmente construido que implica la definición e identificación personal.

El argumento básico es que los actores colecti­vos se autodefinen en un contexto social determinado, y que cualquier análisis construccionista de la identidad debe hacer referencia tanto a la situación de interacción donde se configura ésta como a lo que hacen ter­ceras personas que participan de dicha identidad colectiva.

En esta instancia se revela el tercer ámbito o nivel de la identidad, el de la Identidad Pública. En tanto que en la Indentidad Individual como en la Colectiva se reconoce el fenómeno desde la perspectiva de autovaloraciones realizadas por los propios indivios o colectivos, en la Indentidad Pública se contiene el perfil de calificaciones realizadas por instancias ajenas a los grupos de referencia de las personas y que ejercen influencia en la forma en que sus seguidores se perciben a sí mismos. Como plantea Johnston, Laraña y Gisfield (1994) tanto la identidad individual como colectiva se ven afectadas por la interacción con personas que no participan del movimiento y por las definiciones que de él hacen organismos del estado, movimientos antagonistas y, especialmente, los medios de comunicación. Así, por ejemplo, “la represión estatal puede intensificar las distinciones entre «nosotros» y «ellos» y fortificar la identificación y el compromiso con el grupo (Trotsky, 1957; Smelser, 1962; Brinton, 1965; Hierich, 1971), especial­mente en movimientos políticos radicales (Knutson, 1981; della Porta and Tarrow, 1986; della Porta, 1992; White, 1992; Pérez Agote, 1986). En el entorno actual de los movimientos sociales, también tienen singu­lar importancia los medios de comunicación y el papel que desempeñan en la formación de la imagen pública de un movimiento (Gamson, 1988; Gitlin, 1980). Laraña analiza la forma en que puede pro­ducirse una disociación entre las imágenes interna y externa de un movimiento como consecuencia de la tendencia de los periodistas a basar su información en los sectores más profesionalizados del mismo y en los as­pectos visibles de sus actividades. Otro elemento de esta identidad pú­blica proviene de la influencia que ejercen dichos medios sobre la atri­bución de significados a un movimiento al enmarcar [esquematizar] las actividades de sus líderes” (Johnston, Laraña, Gusfield, 1994; pp. 22)

Un aspecto poco relevado en la identidad pública es la influencia personal y el impacto social de la interacción de miembros de un movimiento con per­sonas ajenas a él. En psicología social se ha constatado, como Latané (1981), que cuanto más íntima, local y personalmente relevante es una informa­ción, mayor será su influencia en la opinión de los individuos, por lo tanto, la influencia de las imágenes de un movimiento procedentes de los medios de comunicación en la identidad personal y colectiva será mayor si proviene de personas próximas al movimiento que son va­loradas por sus seguidores. Esto no resulta trivial si se considera que la dimensión colectiva de la formación de identidad tiende a ser como mucho una actividad a tiempo parcial; y lo que otras personas piensan acerca del movimiento puede tener mucho peso en el desarrollo de la identidad colectiva , especialmente aquéllas vinculadas por relaciones pri­marias con los miembros del grupo (Johnston, Laraña y Gusfield, 1994).

La noción de Identidad Pública adquiere especial relevancia en relación con la de Identidad Colectiva al observar la noción de “límite” que, desde una perspectiva ecológica, distingue un grupo o colectivo del entorno social o masa. En la operación de un grupo o movimiento sus miembros tienden a dejar paulatinamente las relaciones que mantienen con personas ajenas al mismo concentrándos en las relaciones ocurridas en el interior del movimiento o grupo, estableciendo categorías, códigos, normas, valores y pautas de comportamiento que van configurando los límites del grupo o movimiento, los rasgos distintivos. Así, por ejemplo, cuanto mayor sea la proporción de actividades diarias de participación exigidas en el movimiento más importantes serán los límites entre nosotros y ellos y más fuerte la identidad colectiva. Esta dinámica de “marcación de límites” considera desde la apariencia física, formas de vestir y hablar hasta estilos de vida (Johnston, Laraña y Gusfield, 1994).

Estos tres niveles o ámbitos de identidad – individual, colectiva y pública - interactúan y se combinan entre sí para dar forma a los elementos que se han propuesto como constitutivos de la distinción Identidad Glocal: Preferencias, Expectativas, Inversión Emocional y Acción. No obstante, este proceso de combinación de los ámbitos o niveles de identidad que da origen a la identidad glocal es ponderado por la dinámica que en el nivel colectivo se reconoce al distinguir los Campos de Identidad en base a los que opera el proceso de un movimiento social o conformación de un grupo.

Existe un tipo de personas y grupos reconocidos como Protagonistas pues promueven y se comprometen con los valores, metas y prácticas de un movimiento social; serían tambien los que experimentan mayor satisfacción con las acciones del movimiento social. Existe tambien un tipo de personas y grupos que parecen consistentemente unidos en torno a revatir u oponerse a los esfuersos de los protagonistas, identificados como Antagonistas. Por último, existe un tipo de personas y grupos distinguidos como audiencias, cuya cualidad relevante es la neutralidad y observación no comprometida.

De acuerdo con Hunt, Benford y Snow (1994) el campo de identidad de los Protagonistas contiene el conjunto de significados atribuidos a la identidad de los individuos y grupos destinados a convertirse en los defensores de las causa del movimiento. “Generalmente comprende una variedad de atribuciones a la identidad individual como las de héroes y heroínas del movimiento, empleados remunerados y voluntarios, lideres y colaboradores cercanos y las estrellas o simpatizantes famosos” (pp. 231). No obstante, tambien en el campo de de los protagonistas se integra a algunos miembros seguidores del grupo o movimiento como víctimas inocentes, poblaciones afectadas, generaciones futuras o mayorías silenciosas. Cabe señalar, en este sentido, que son los actores de las organizaciones de los movimientos sociales los que producen las identidades individuales y colectivas de los protagonistas.

El campo de los Antagonistas, en tanto, contiene una serie de atribuciones de identidad a individuos o grupos que se oponen al movimiento. Condensa cualidades, valores, comportamientos imputables a los líderes de los sujetos o grupos antagonistas, sus adversarios más famosos y sus bases. “También se hacen atribu­ciones sobre la identidad personal y colectiva al resto de los seguidores de esos contramovimientos tales como los «peces gordos», los «ejecutivos de salón», las «élites culturales», al igual que a una variedad de personas a las que presenta como de causas «liberales», «conservadoras» o «radi­cales»” (Hunt, Benford y Snow,1994; pp. 238). Resulta un procedimiento más o menos connatural a la conformación de un moviniemto colectivo e identidad subsecuente, identificar aquellos individuos, grupos, creencias, valores y prácticas que entran en conflicto con las identidades de los protagonistas y las causas que defienden.

Finalmente, el cambio de las audiencias integra los conjuntos de atribuciones de identidad a individuod o grupos a los que se supone imparciales u observadores no comprometidos susceptibles de reaccionar ante las actividades del grupo o informar de ellas. Está integrado por las organizaciones afines o simpatizantes del grupo o movimiento, medios de comunicación, elítes de poder, seguidores marginales, simpatizantes y gente comun ((Hunt, Benford y Snow,1994). Su característica más distintiva de quienes son categorizados en eta campo es considerarselecapaces de recibir favorablemente los mensajes de los protagonistas.

Marcos de referencia.

Una distinción que viene a completar el modelo complejo de Identidad Glocal representado en la gráfica anterior es el de Marco / Esquema de Referencia. Toda la dinámica descrita en la que se conforma la identidad glocal egresa como producto un proceso de creación de Marcos de Referencia (framing processes) que determinan el esquema interpretativo construido por los miembros de un grupo o seguidores de un movimiento al buscar el sentido de sus mundos sociales (Gamson et al., 1982; Snow et al., 1986; Snow y Benford, 1988, 1992; Johnston, 1991; Gerhards y Rucht, 1992; Tarrow, 1992; Benford; 1993a, 1993b; en Hunt, Benford y Snow, 1994). En este sentido, todo proceso de construcción de identidad genera siempre marcos de referencia.

De acuerdo con Hunt, Benford y Snow (1994) los marcos de referencia son esquemas interpretativos que simplifican y condensan el mundo exterior al distinguir y codificar objetos, situaciones, acontecimientos, experiencias y acciones – presentes o pasadas - en forma selectiva. Además de destacar ciertos aspectos de la realidad actuan también como fuente de atribución y articulación de sentido. “Los procesos de creación de marcos de referencia no sólo establecen las conexiones ideológicas entre individuos y grupos, sino que también proponen, refuerzan y adornan las identidades, cuya diversidad abarca desde las acciones de cooperación hasta las que producen conflictos”. (pp. 221).

Entendidos de esta forma, los marcos de referencia permiten seleccionar o identificar situaciones problemáticas a partir de una serie de parámetros contruidos por éstos, produciendo además una atribución de responsabilidad sobre estas situciones problemáticas identificadas a determinadas personas o hechos y presionando la articulación de propuestas alternativas de solución o cambio, dentro de lo que se cuenta lo que los miembros de un grupo o actores de un movimiento deben hacer para conseguir el cambio visualizado. De acuerdo a Hunt, Benford y Snow (1994) todas estas operaciones requieren la creación de lo que han denominado Marcos de Referencia de Diagnóstico, de Pronóstico y de Motivación. “Los marcos de diagnóstico identifican algunos acontecimientos o situaciones como problemáticas y necesitadas de cambios, y por eso seña­lan a ciertos agentes sociales como los responsables. La función de atri­bución de significados en los marcos de diagnóstico supone imputar unos rasgos y motivos para aquellos sujetos que son considerados responsables de haber «causado» o exacerbado el problema. Dicho de otro modo, esta función tiene como consecuencia situar a otras personas en roles de cana­llas (maleantes), culpables, o antagonistas. El marco de pronóstico esta­blece un plan para corregir esa situación problemática, especificando para ello qué debería hacerse y quién tendría que hacerlo, es decir: los objetivos específicos, las tácticas y estrategias a seguir. Aunque para pro­mover la movilización del consenso es necesario que se hayan estableci­do previamente los marcos pertinentes de diagnóstico y pronóstico, el acuerdo sobre estas definiciones de la situación no dará lugar automáti­camente a la acción colectiva. Para que la gente decida pasar a la acción, con el objetivo de resolver un problema que es objetivamente percibido como una «injusticia», será preciso que tales personas desarrollen un conjunto de razones apremiantes e irresistibles para proceder así. El mar­co generador de motivación aborda esta necesidad al establecer un voca­bulario de motivos adecuados, o los razonamientos que justifican la ac­ción a favor de una causa (Benford, 1993b; véase Mills, 1940). De esa for­ma, mientras que los marcos de diagnóstico producen una imputación de las motivaciones e identidades aplicables a los antagonistas o a los objeti­vos de cambio del movimiento, los marcos de motivación implican un proceso de construcción social y el reconocimiento de los motivos e iden­tidades de los protagonistas. Estas motivaciones e identidades comparti­das a su vez sirven de impulso para la acción colectiva” (pp. 228).

Como se ha señalado antes con relación a los marcos de referencia de diagnóstico, un aspecto fundamental es el reconocimiento y/o imputación de cualidades a unos conjuntos relevantes de actores dentro del ámbito de funcionamiento del grupo o movimiento social, las que pueden ser de dos tipos, unas referidas a la conciencia de un grupo y otras a la naturaleza de éste. Los “submarcos” de conciencia atribuyen un cierto nivel o tipo de conocimientos, destacan ciertos valores, connotando la necesidad de promover el cambio de éstos. En el caso del segundo tipo de “submarcos”, relativos a la naturaleza de los grupos o movimientos sociales, suelen producir declaraciones sobre la estrategia y sus guías morales; los adversarios de un movimiento, por ejemplo, con fecuencia son representados como sujetos irracionales, inmorales, carentes de compasión y sentimientos (Shibutani, 1970; en Hunt, Benford y Snow, 1994).

En este punto resulta evidente que dichas atribuciones de significado no sólo cumplen funciones en la formación de la identidad colectiva, sino que también dirigen la acción colectiva al identificar y situar otras categorías de actores como objetivosde esa acción. Como se observó anteriormente, la mayoría de esas identificaciones o construccionesse agrupan en una de las tres categorías genéricas de Campor de Identidad: Protagonistas, Antagonistas y Audiencias.

En el caso de los protagonistas, como actores representativos del grupo o movimiento social, los marcos de Diagnóstico son creados a través de negociaciones implícitas y para promover lo que desde su punto de vista es la mejor interpretación del problema existente. Este campo de identidad tambien produce marcos de Pronóstico y Motivación que especifican lo que debe hacerse para resolver ese problema y las razones por las que es necesario actuar al respecto. “Estos procesos de creación de marcos representan ideologías emergentes que anticipan el contenido de sus pretenciones de identidad” (Hunt, Benford y Snow, 1994; pp 231). Como efecto, en el transcurso de la creación de determinados marcos de diagnóstico, pronóstico y motivación, los miembros del grupo o movimiento situan sus organizaciones y opiniones dentro de un campo específico de acción, en relación con el cual distinguen quienes están dentro o fuera del grupo y encasillar a otras organizaciones dentro de específicos parámetros ideológicos, geográficos y estratégicos. “Esos intentos de situar a la propia organización en el espacio y el tiempo con relación a otros grupos, pueden considerase un proceso de creación de Marcos Deli­mitadores o marcos que definen limites (boundary framing)”. (pp. 232). Constantemente se recuerda a los miembros de un grupo o movimiento social la serie de cualidades que los distinguen de otros que no son miembros del grupo o movimiento.

Lo anterior evidencia como los procesos de atribución de significados que delimitan un movimiento y sus actividades en el espacio y el tiempo, son esenciales en la construcción y mantenimiento de las identidades in­dividuales y colectivas de los actores de las organizaciones de movimien­tos sociales. Este proceso se puede reconocer cuando se observa la imputación de los as­pectos que se refieren a la conciencia y/o al carácter de sus seguidores o Marcos de Conciencia (consciousness framing). Como se indicó antes, las declaraciones que se refieren a la conciencia de los seguidores permiten aclarar aquellas cosas sobre las que los indivi­duos y los grupos tienen un conocimiento previo, conduciendo la formación de un marco de diagnóstico y pronóstico inicial. Por otra parte, estos marcos de conciencia facilitan a los miembros del grupo o movimiento social asignar determinadas características a individuos y grupos en el campo de identidad de los protagonistas, proceso en el que los miembros del grupo o movimiento interpretan las acciones individuales y colectivas como expresión de determinadas predisposiciones morales, cognitivas, estratégicas y afectivas, y suelen considerar sus marcos de referencia como “evidencias” de sus rasgos individuales o colectivos. Asimismo, estos actores sociales intentan no establecer marcos que puedan ser eventualmente percibidos como incompatibles o contradictorios con sus declaraciones anteriores sobre sus características individuales o colectivas (Hunt, Benford y Snow, 1994).

Con relación al campo de identidad de antagonistas, en tanto, Hunt, Benford y Snow (1994) plantea que se crean marcos de referencia de oposición (opositional identity framing), los que no sólo cumplen la función de atribuir responsabilidad o culpabilidad, si no que también retroalimentan o confirman la construcción de los campos de identidad de los protagosnistas. Cuando los actores de un movimiento determinan quién es responsable de determinados problemas formulan demandas implícitas sobre sus propias cualidades, modos de organización tanto como sobre las cualidades y modos de organización de los grupos o movimientos sociales de los antagonistas. Un ejemplo de ello seria cuando un grupo o movimiento social afirma que no esta dispuesto a tolerar la injusticia, el sufrimiento humano y cosas parecidas, a diferencia de lo que hacen las personas y grupos que se les oponen. Más aun, “las construcciones sociales que hacen los movimientos sobre la identidad de sus antagonistas son importantes porque orientan el análisis de los actores de los movimientos sociales sobre los puntos débiles y la fortaleza de sus adversarios, y son elementos fundamentales en su estra­tegia de acción” (pp. 239).

Tambien es posible reconocer construcción de marcos de referencia en el campo de las audiencias, que asignan valor al rol de observador que cumplen ciertos actores o grupos y consisten en parámetros para identificar que otros tipos de actores – y sus marcos respectivos - pueden tener influencia, que clase de evidencias son significativas para apoyar las demandas del movimiento y de que forma se pueden utilizar los símbolos culturales de las audiencias para impulsar esas demandas. Los marcos de referencias relativos al campo de audiencias imfluyen en el desarrollo de las estrategias y tácticas del movimiento.

Finalmente, Hunt, Benford y Snow (1994) plantean que en el transcurso del proceso de atribución de identidades a grupos relevantes de actores existentes en su entorno, los miembros del grupo o movimiento social también tienen que procesar las declaraciones que personas ajenas al mismo realizan sobre ellos y otras identidades de protagonistas de otros grupos asociados. Esta conformación de marcos para personas ajenas al campo de protagosnistas, antagonistas y audiencias puede tomar por lo menos tres formas: descalificar estas declaraciones como incorrctas por la distancia de los actores que las emites con relación a la dinamica del propio grupo o movimiento social y su “escenario” o espacio de existencia; representar estas declaraciones como algo que potencia el reconocimiento de la identidad cuando se considera que expresan adecuadamente sus identidades personales y colectivas; o enmarcar esas declaraciones como malentendidos producidos por imágenes distorcionadas por las propias organizaciones o actores del movimiento social. En este último caso las identidades atribuidas no se deben tanto a un aerronea interpretación del movimiento sino a la conducta de sus seguidores; el marco de referencia resultante significa la atribuciones de personas ajenas al movimiento como fruto de los problemas de imagen simultanemanete con especificar las acciones correctoras de esa imagen de grupo deteriorada.
*Licenciado en Psicología, Mg(c) en Desarrollo Regional y Local, Director de Proyectos AXXIONA Desarrollo Humano.
**Licenciada en Psicología, Mg(c) en Desarrollo Regional y Local, Directora de Operaciones AXXIONA Desarollo Humano.
[1] En el sentido de fijar, estabilizar.
[2] Estabilización.
[3] Escencialismo.
[4] Individualismo.
[5] En el sentido de lugar/locus, y todo lo sociocultural que implica, tanto como de asedio/apremio, dado el contexto de emergencia social generado por los regímenes dictatoriales que contextualizaron estas reflexiones.
[6] En cuanto a la incertidumbre como pérdida de sentido de la acción indivi­dual y colectiva en las sociedades contemporáneas se deben tener en cuenta como fuente de esta incertidumbre no sólo los altos flujos de información, sino también el proceso de cambio social acelerado al que están sometidas y que afecta tanto a la estructura y el modo de producción como a las formas de socializaciónn e incluso a la propia comunidad global como orden internacional.
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