viernes, 22 de diciembre de 2006

Transformación de región en sujeto

Diferencias regionales (Fernando Rozas)

Identidad y Territotio

IDENTIDAD Y DESARROLLO REGIONAL.
Germán Rozas
(REVISTA DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE CHILEVOL VI, 1997)
RESUMEN

Siendo el tema Identidad un objeto de estudio importante para la Psicología, paradójicamente no ha sido profunsamente investigado, especialmente los últimos años, especialmente en el área de lo social. Y precisamente interesa ubicar aquí dicho concepto en el ámbito del desarrollo poblacional, de comunidades, de comunas. Dicho de modo más directo, en el contexto de lo Regional. El Estado Chileno ha puesto en la mira las regiones de nuestro país, actitud que indica la necesidad , aunque sea por un momento, de no privilegiar el centro. Este artículo pretende mostrar ese proceso, fundamentalmente describiendo algunos aspectos de la realidad regional y paralelamente observando la configurasción de identidad. Se finaliza complementando con el aporte de mecanismos de acción y de cambio como son la Gestión Territorial y la Intersectorialidad.
I.- INTRODUCCION:
En Chile, a propósito de las políticas descentralizadoras del Estado, recién se comienza a asumir las realidades regionales en todas sus dimensiones y surge la necesidad de conocer de qué manera se expresa la identidad de la población con un territorio determinado.

No obstante, dicho tema ya ha sido trabajado desde la perspectiva cultural e histórica cuando se hace referencia a la identidad Latinoamericana. Aquí particularmente se orienta el análisis a señalar que nuestra identidad no es pura, y más bien desde la población autóctona, indígena, ha sufrido una profunda transformación desde la implantación del mundo Europeo. De manera que la tendencia principal es hacer referencia a una identidad nuestra de carácter Híbrida.

El Estado se encuentra en una política de desarrollo de las regiones, proceso que implica, tal como se plantea, fundamentalmente un desarrollo económico. Esto corresponde a una variedad de Diagnósticos que demuestran inequidad en la distribución del ingreso a nivel regional como así mismo una mayor concentración de la pobreza.

El desarrollo económico implica un crecimiento de la industria, la pesca, la agricultura, el turismo, etc. No obstante, éste constituye un planteamiento excluyente de otros ámbitos fundamentales. Como es el ámbito de la dimensión social, continuamente marginada o en el mejor de los casos mencionada de agregado. Constituye, sin embargo, un factor de la máxima importancia desde la mirada de las ciencias sociales, a incorporar en el rango que se merece en el diseño de políticas regionales.

En esta área, corresponde reflexionar sobre los sectores sociales más postergados, también sobre aquellos estratégicos, Como así mismo en relación a los procesos de capacitación y de cambio que debe vivir dicha población a efectos de su inserción en el desarrollo regional.

Lo señalado apunta a la construcción de identidad regional a través de actores sociales. Sin embargo, en las regiones nos encontramos con actores diferentes, asociados a distintas historias y también a intereses diversos. Ello no ausente de conflictos ni de duras pugnas entre los ejes de poder a nivel regional. Por lo mismo es que surge, de manera significativa, en relación a la configurasción de una región, el tema de la negociación.

La negociación ha pasado hoy día a ser el mecanismo más relevante a la hora de llevar adelante un proyecto de desarrollo regional. La presencia de estereotipos, de prejuicios, implica la necesaria intervención para generar palancas de comunicación y de interacción; así mismo este proceso debe conducir a acuerdos, los que requieren transitar secuencialmente por varias etapas hasta una satisfactoria conclusión.

Este proceso además, involucro actores institucionales, particularmente gubernamentales, los cuales también alojan pugnas entre sí. Por lo mismo su participación en los procesos de negociación es esencial y especialmente en vinculación a las instancias de decisión regional, a saber, los Municipios, los diferentes servicios regionales de los ministerios como educación, salud, economía, minería, vivienda y otros; vale destacar de suyo la intendencia y la gobernación.

Esto último se indica por cuanto recientemente han surgido en el país ciertas metodologías de trabajo en dirección a la negociación de actores a nivel comunal y regional. Se alude a la Gestión Territorial y la Intersectorialidad.

El presente artículo busca hacer referencia a los temas señalados y a otros vinculados. Estos en la perspectiva de desarrollar una visión del desarrollo regional con la necesaria incorporación de la dimensión social particularmente la Psicosocial, es decir al plantearse el tema de crecimiento territorial, paralelamente debe existir un desarrollo de las personas de la región y consecuentemente de su subjetividad, en este caso el desarrollo del fenómeno de la identidad junto a otras dinámicas, todas las cuales permitirán apropiarse culturalmente y estratégicamente de los avances propuestos por el estado para el desarrollo regional.

II.- MODERNIDAD E IDENTIDAD REGIONAL:

Al incorporarse a trabajar el tema de la regionalización, aparece apropiado revisar su vinculación con dos dimensiones relevantes, la comunidad y el territorio.

Su análisis permite observar la estricta asociación del desarrollo y crecimiento de la comunidad con el aspecto espacio geográfico. De está relación nace un producto que se va constituyendo en base a las experiencias de la población con las posibilidades y oportunidades que le brinda su territorio de asentamiento, este producto es la identidad, o dicho de otra manera su identificación con un espacio determinado.

La comunidad se "enfrenta" con el territorio de modo de extraer recursos para su sobrevivencia. La Zona geográfica, las posibilidades y alternativas varían de región en región, aspectos esenciales que limitan o potencian el desarrollo de la comunidad, la cual desarrolla estrategias, técnicas, conocimientos y en definitiva experiencias que definen la historia de la misma.

La historia comunitaria es el proceso de construcción de sí misma y en esta dinámica desarrolla autoconsciencia de cuáles son los aspectos que la definen. Es decir, se conforma en la evolución de sus vivencias como grupo, una identidad.

Dentro de diferentes ámbitos de las ciencias sociales la definición de comunidad se hace en referencia a sus características físicas o territoriales.

El concepto de lo local, en auge a partir de 1985 (Revista de Desarrollo Local) y símila en algunas comparaciones a la dimensión comunitaria hace referencia al aspecto geográfico. Al decir de Teresa López (1991, pág. 42) "Cuando hablamos de lo local, nos estamos refiriendo a un espacio, a una superficie territorial de dimensiones razonables para el desarrollo de la vida, con una identidad que lo distingue de otros espacios y de otros territorios y en el cual las personas realizan su vida cotidiana: habitan, se relacionan, trabajan, comparten normas, valores, costumbres, representaciones simbólicas".

Para Guajardo (1988, pág. 84) lo local es "Un territorio de identidad y de solidaridad, un escenario de reconocimiento cultural y de intersubjetividad en tanto lugar de representaciones y de prácticas cotidianas... Necesidad de construir toda dinámica de desarrollo a partir de una identidad cultural fundada sobre un territorio de identificación colectiva y de solidaridad concretas".

El territorio es una variable muy trascendente en la definición de la identidad comunitaria, sin embargo no es la única variable. Del análisis que hace Sánchez Vidal (1991) de diferentes estudios sobre la definición de Comunidad llega a concluir los siguientes factores básicos que la constituyen: 1) Localización Geográfica; 2) Estabilidad Temporal; 3) Un conjunto de Instalaciones, servicios y recursos materiales; 4) Estructura y sistemas sociales y 5) un componente psicológico de carácter identificativo y relacionar.

Para Mier (1988), la identidad es identidad cultural, la cual "se desarrollará así como una ideología unificadora del grupo social frente a otros. De esta manera la lengua, la tradición histórica, la raza, el territorio y otros elementos adquieren el carácter de símbolos distintivos de la identidad y se convierten en valores sociales cuya reproducción se propicia y se defiende" (en Viola Soto, 1990, pág. 30).

Al decir de Viola Soto, desde una perspectiva amplia plantea que "La identidad de un grupo étnico, necesariamente, tiene que ser bío-psico-socio-cultural, y tendría además las siguientes características:

-Ser un percepción y un sentimiento personal, aceptado por quien lo manifiesta.
-Ser una forma de afirmación y signicado colectivo.
-Actuar como factor de integración.
-Manifestarse a través de ciertas concompartidas (formas de pensar, sentir, actuar), entre las cuales estaría lo lingüístico.
-Ser Producto de haber compartido un desarrollo histórico, en un cierto ámbito geográfico, unido a factores tales como lo racial, entre otros.
-Configurasrse en valores sociales, que supuestamente se defienden y propician." (Viola Soto, 1990, pág. 30).

Como se observa, diferentes aspectos de carácter social son indudablemente fenómenos de una incidencia fundamental en la construcción de la comunidad. Corresponde también señalar las variables o las dimensiones institucionales, es decir, los mecanismos como el estado, que expresados en diversas instituciones generan una relación con la población a través de sus diferentes programas y en ese proceso aceleran o desfigurasn la construcción de la identidad comunitaria.

La evolución del proceso de construcción de identidad sufre un impacto desestabilizador al emerger en el campo social el fenómeno de la modernidad.

La sociedad moderna, con la incorporación de la ciencia y su racionalidad produce un cambio en sus estructuras medulares, de modo que se desatan dinámicas explosivas de transformación social, cultural y de concepción de lo territorial.

Según el sociólogo alemán Ferdinand Tonnies (1947) las sociedades tradicionales rurales o preindustriales (de base comunitaria) se han transformado hacia sociedades modernas, asociativas y urbanas con declive de la "comunidad".

Donde por un lado, el industrialismo y la urbanización expresada en la producción y consumo de bienes, en una nueva división del trabajo, en la movilidad laboral y geográfica, en la democracia igualitaria, etc., ha provocado la disolución de la comunidad tradicional.

Ello ha permitido hacer la diferencia, que según Munné (1979), existe entre comunidad o agregación comunitaria y agregación asociativo. En la primera está la finalidad afectiva, de base espontánea, con pautas organizativas microsociales, con escasa movilidad geográfica, social, estratificación simple, con predominio de grupos primarios, de relaciones directas y duraderas. En cambio en la agregación asociativo hay pautas organizacionales macrosociales, basadas menos en vínculos tradicionales y mucho más en relaciones contractuales, movilidad geográfica o territorial y social mucho mayor, relaciones sociales más indirectas y temporales.

La variable urbanización ha traído la presencia de otro tipo de Comunidades, a saber la comunidad de intereses. Esta perspectiva deja al margen el elemento localización geográfica y toma en cuenta objetivos comunes respecto de situaciones de vida, intereses, que pueden ir desde actividades socio-económicas hasta la agrupación para satisfacer necesidades humanas esenciales. Ejemplos como grupos profesionales, sindicatos, empresas, grupos políticos, etc.

2.1.- Modernidad urbano-industrial

La propuesta del desarrollo cultural del Decenio 1988-1997 de Unesco propone "tener en cuenta la dimensión cultural del desarrollo, afirmar y enriquecer las identidades culturales, ampliar la participación en la vida cultural y promover la cooperación cultural internacional".

Sin embargo, según Viola Soto (1990, pág. 4) "El paradigma de la modernización con que se trabajó a partir de la Segunda Guerra Mundial dio vuelta la espalda a toda reflexión sobre la cultura y la identidad. Obvió así la relación conflictiva entre los procesos de modernidad y cultura tradicional y los intentos de búsqueda de síntesis cultural y reajuste institucional".

El Paradigma de la Modernidad expresado en su estilo urbano industrial o conservador capitalista, ha demostrado su calidad de concentrador de la riqueza, excluyente, generador de grandes desigualdades sociales. Mas aún, como plantea el enfoque histórico estructural, problemas como: el dualismo, la extraversión, la desarticulación, el desequilibrio, la inestabilidad, la dependencia; son consecuencias graves que dejan secuelas profundas especialmente en nuestras sociedades latinoamericanas (Bouviers, 1989).

Por otro lado desde el punto de vista psicológico y cultural dicha modernidad ha implicado el atropello a las tradiciones, a los esquemas ancestrales de concebir el trabajo, a los mecanismos religiosos-políticos de control social, a los sistemas integrados de salud mental con lo político y social etc., y por cierto han producido y producen una destrucción de nuestras comunidades, especialmente las más autóctonas (Rozas, 1989).

Está presente aquí la degradación gradual de la función y el sentido de las comunidades y grupos sociales intermedios y primarios (familia, vecindario, comunidad local, redes religiosas,etc.) que cumplen un papel de conexión del individuo al cuerpo social y mantenimiento del sentido de identidad, apoyo y pertenencia, (Sarason, 1974).

En este sentido existen en la región comunidades deterioradas, fragmentadas, sin conducción, con pocas perspectivas desde el punto de vista de la identidad, sin símbolos unificadores. Poblaciones que no cuentan con iniciativas coherentes para impulsar un proceso de desarrollo, no disponen de su acervo cultural en tanto recursos de orientación.

La propuesta de modernización no necesariamente es destructora, todo lo contrario, es un estímulo al crecimiento y al desarrollo. Es parte de un proceso propio de la evolución de la sociedad humana.

El problema de dicho enfoque de modernización, es su perspectiva unilateral, es la manera como se implementa en las sociedades latinoamericanas. Introduciendo un concepto de sociedad y un estilo de vida basado en el mundo occidental y que se aplica sin contemplación y violentamente, por la fuerza, a otras culturas y otras sociedades que no comparten los mismos parámetros sociales. Es decir, en definitiva dicha modernización se transforma en el nuevo vehículo de la colonización y de apropiación, no del territorio sino de la cultura y de otras formas de comportamiento humano.

Se busca en dicha dinámica la homogeneización de distintas culturas bajo un mismo objetivo basado en la meta del desarrollo urbano-industrial. ¿Por qué ha de existir una forma y sólo unas reducidas orientaciones al crecimiento?. ¿Por qué no incorporar otros elementos culturales, sociales, históricos, emocionales a ese desarrollo?. No se trata de diversificar interminablemente, sino de cambiar el sentido subjetivo que un pueblo puede expresartras la idea del desarrollo. Se trata que la sociedad le ponga su sello personal y en eso mismo se inserte el proceso de la participación (Béjar, 1990).

La realidad de la identidad comunitaria sufre o está viviendo ya una vez más una gran transformación bajo la presencia de otro fenómeno propio de nuestra época, en los albores del siglo XXI, el denominado postmodernismo.

La asociación a un territorio geográfico presente en la comunidad se desdibuja profundamente en el posmodernismo.

García Canclini (1990) plantea que en el contexto del desarrollo, e incluso en el tema de la pobreza, hoy día se produce una hibridación cultural. Diferentes culturas se entremezclan para producir una especie de mosaico, donde se pierde la hegemonía tradicional de una cultura sobre otra.

En este proceso actúan como factores estimulantes la avanzada tecnología en el plano de las comunicaciones, como así mismo el vertiginoso desarrollo de la informática. Estos factores han acercado el mundo, han roto las fronteras, han acercado a lo local hechos y vivencias ocurridas a kilómetros de distancia; de la aldea local a la aldea global. No obstante, dichos procesos además han traslapado los fenómenos sociales. Una cultura incluye la otra, sin perder identidad, o aparece un producto híbrido que implica la transformación de las dos culturas anteriores.

Caminar por las calles de la ciudad permite ver transeúntes de cuello y corbata, al lado de jóvenes punk, ambos mirando artesanía vendida ilegalmente en la calle o dejándose llevar en un círculo de gente en torno al canto rítmico de un grupo de evangélicos.

La presencia del televisor en la casa de un pobre en un barrio marginal, ya no se interpreta como un equívoco en la opción de compra de los pobres, tampoco como falta de gusto de un campesino que en su vivienda con piso de tierra use zapatillas marca Power, sino como el producto de la multi-influencia cultural de la tecnología.

Según García Canclini "es posible construir una nueva perspectiva de análisis de lo tradicional-popular tomando en cuenta sus interacciones con la cultura de élites y con las industrias culturales". De modo que llega a concluir que "el desarrollo moderno no suprime las culturas populares tradicionales, ....sino que éstas se han desarrollado transformándose". También, por otro lado, señala que "Lo popular no es monopolio de los sectores populares... la evolución de las fiestas tradicionales, de la producción y venta de artesanías, revela que éstas no son tareas exclusivas de los grupos étnicos, ... intervienen en su organización los ministerios de cultura y de comercio, las fundaciones privadas, las empresas de bebidas, las radios, la televisión" (pág. 264).
La migración latinoamericana a los EEUU, ha sido tan relevante que muchos norteamericanos hoy día están preocupados por aprender español, de hacer sus vacaciones en México, de bailar salsa y merengue. Del mismo modo el rock, originario de EEUU, ha sido apropiado por innumerables grupos musicales de América del Sur como el Rock-latino.

La Hibridación según García Canclini (1990) es "la mezcla de las colecciones que organizan los sistemas culturales, la desterritorialización de los procesos simbólicos y las expansión de los géneros impuros" (pág. 264).

El desarrollo de la medicina occidental, que llevó a solucionar innumerables problemas de salud de la población del mundo a partir de los años 50, produciendo una aceptación de la misma y una convicción de su capacidad de sanar, no ha logrado desterrar la medicina tradicional, la cual incluso en muchos países desarrollados circula de manera alternativa. Ejemplo de ello es la relevancia del consumo de hierbas medicinales, e incluso el uso por parte de sectores medios y altos de la homeopatía, la acupuntura y otras alternativas híbridas.

El territorio comienza a perder su asociación a una cultura específica vinculado a una población determinada, por cuanto el ingreso de poblaciones portadoras de otros referentes culturales produce un cambio en las orientaciones y valores que sustentan un modo de vida definido. Las necesidades y problemas de un territorio se ven trastocados por influencias externas que en un momento particular pasan a ser parte de la misma zona geográfica.

En lugar y territorios rurales cercanos a Santiago; Paine, Buin, Pirque, Melipilla, etc., donde las autoridades, profesores y padres hacen esfuerzos por educar a su población juvenil en función de habilidades rurales y capacidades apropiadas a las demandas económicas del campo, y orientadas a los recursos de explotación de esa zona geográfica, se ven desdibujadas por intereses diferenciados de los jóvenes que desean alejarse de lo rural, distanciarse del modo de vida campesino, separarse de la producción agropecuaria para buscar capacitación en computación, en diseño gráfico, en técnicas de comunicación audiovisual.

Fenómenos como el post-modernismo son parte de la realidad que empezamos a vivir en los albores del año 2.000 Sin embargo no constituye un hecho mayoritario en nuestra cultura latinoamericana, más bien constituye una parte del "pool" de fenómenos y realidades a considerar a la hora de la planificación social.

III.- DESARROLLO REGIONAL

3.1.- El problema de la desigualdad regional:

Uno de los temas que cruza lo regional es lo territorial, y además el tema de la comunidad o comunidades que pueblan dicho espacio geográfico. Y en ese sentido el desarrollo es un tipo de crecimiento integral, es decir, de todos los componentes de una región.

El desarrollo implica la explotación de recursos, pero de modo paralelo la preparación del recurso humano, la inserción de la población en el trabajo, sin dejar de dimensionar la sustentabilidad de los recursos.

Tampoco se puede obviar el tema de las instituciones, en su diversa gama, y sus relaciones con el desarrollo de la región: colegios, universidades, municipalidades, gobernación, Ministerios, empresas, comercio, etc.., todas las cuales tienen algo qué decir y mucho qué hacer en torno a apoyar ya orientar a la población en relación al crecimiento regional.

El desarrollo regional no nace además de la nada, tienen una historia, la cual planteada desde una visión general no está libre de desigualdades.

Algunas de dichas situaciones están expresadas en el cuadro siguiente. En el que se aprecian, por ejemplo, relevantes desigualdades entre Santiago, en tanto Capital, y las otras regiones del país.

3.2.- La descentralización

Uno de los temas de mayor envergadura en lo regional es la propuesta de Descentralización del país.
Ver cuadro:
Fuente: El Mercurio 4 de Diciembre de 1994 Extraída del INE del Censo de 1992t Rev Creces Junio 1990, Banco Central Tesorería 1978-84, Corchile 1985-91.
Asimismo, datos de Cires ("Descentralización y Regionalización, 1993) señalan para la REGION METROPOLITANA los siguientes razgos generales:

- 40% de la población del país
-40% del productor Geográfico
-50% del producto Geográfico Industrial
La Ley Orgánica Constitucional sobre Gobierno y Administración Regional (Ley N° 19.175, de 1992) propone la conformación de una administración territorial descentralizada y desconcentrada.

Los gobiernos regionales deberán ejercer funciones de ordenamiento territorial, de fomento de las actividades productivas y de desarrollo social y cultural de la región.

El Consejo Regional, órgano que forma parte del Gobierno Regional, es presidido por el Intendente e integrado por un número variable de Consejeros elegidos por los Concejales Municipales. Entre sus tareas se encuentra la de aprobar el plan de desarrollo de la región y resolver la asignación de los recursos de inversión.

Aparece particularmente interesante el quehacer del gobierno regional en materia de Desarrollo Social y Cultural: entre otras tareas, establecer prioridades regionales para la erradicación de la pobreza existente en la región; participar en acciones destinadas a facilitar el acceso de la población de escasos recursos o que viven en lugares aislados, a beneficios y programas en el ámbito de la salud, educación y cultura, vivienda, seguridad social, deportes y recreación y asistencia técnica; distribuir entre las Municipalidades de la Región los recursos para el financiamiento de beneficios y programas sociales; realizar estudios vinculados a las condiciones, nivel y calidad de vida de los habitantes, etc. (Galilea y Guzmán, 1994).

Como así mismo al gobierno regional, en materia de ordenamiento territorial, le corresponde establecer con las organizaciones territoriales las políticas y los objetivos para el desarrollo del sistema de asentamientos humanos de la región; fomentar y velar por la protección, conservación y mejoramiento del medio ambiente; fomentar y velar por un buen funcionamiento en el transporte intercomunal, interprovincial e internacional; fomentar y propender al desarrollo de áreas rurales y localidades aisladas en la región, procurando la acción multisectorial en la dotación de infraestructura económica y social, etc. (Galilea y Guzmán, 1994).

En su esencia la descentralización apunta a la diversificación de los centros de decisión y de poder, tiene la orientación de vehiculizar la democracia hacia las regiones y las comunas, en la perspectiva de dinamizar y desarrollar las organizaciones comunitarias. De allí que, democratización, descentralización y participación se refuerzan entre sí.

Al decir de Víctor Maldonado (pág. 81, 1992) "Descentralizar implica, entonces, crear centros de decisiones autónomos que estén facultades para definir tareas y asumir responsabilidades".

Indudablemente el proceso de descentralización a nivel regional no sólo es una cuestión de mayor ordenamiento administrativo del territorio, sino además un proceso de mayor participación social.

Y por ende, en ese proceso, se encuentra involucrada la construcción de indentidad regional.

3.3.- El desarrollo de la identidad regional:

Según Sergio Boisier (1988) el desarrollo regional fundamentalmente es una construcción social, donde lo más relevante es el ser humano y no el territorio. En este sentido, el crecimiento regional en la etapa de descentralización en la cual nos encontramos es el paso de la región objeto a la región sujeto. Lo que se expresa en el cuadro siguiente:
El crecimiento del ser humano en la región es el desarrollo de la organización social, como así mismo de una clase política.

La construcción social de la región es potenciar las capacidades de la población en sus posibilidades de auto-organización, transformar una comunidad inanimada, segmentada por intereses sectoriales, poco perceptiva de su identificación territorial y en definitiva pasiva, en otra organizada, cohesionada, consciente de la identidad sociedad-región, capaz de movilizarse tras proyectos políticos colectivos, de modo de transformarse en sujeto de su propio desarrollo.

En este sentido en la relación gobierno y región, ningún recurso del estado en un territorio es capaz de provocar un desarrollo si no existe realmente una sociedad regional, compleja, con instituciones verdaderamente regionales, con un clase política, con una clase empresarial, con organizaciones sociales, sindicales, con proyectos políticos propios, capaz de trabajar colectivamente en pos del desarrollo.

Hay una contradicción cuando se dice que sólo el estado puede desarrollar una región. La propuesta señalada, al contrario, pone el acento en que una región fuerte puede acceder de mejor manera y con mayor impacto cuando tiene un configurasción propia, una identidad, una planificación estratégica de su desarrollo y especialmente una población detrás como motor de su crecimiento.

Si bien la construcción social es construir políticamente las regiones, la cuota de poder político y económico entregado a la región no debe tener como receptor sólo una estructura formal o sólo un grupo dominante y tal vez retardatario. Se requiere un receptor "socialmente adecuado" y tal receptor no puede ser sino la sociedad o comunidad regional organizada y representativa.

La construcción es de naturaleza social. Sin embargo, es claro que no toda forma de organización regional es funcional a un desarrollo equitativo y democrático.

Por lo mismo, en el crecimiento regional es condición una sociedad organizada bajo el signo de la participación social.

La complejidad del escenario regional hace pensar en que debe ser intervenido mediante procesos estratégicos (Matus, 1972).

A continuación se propone una metodología general dirigida a la planificación estratégica como una parte importante del desarrollo, involucrado el proceso de evolución de la identidad regional.

3.4.- Alcances sobre un Modelo Estratégico de Desarrollo Regional:

A) Diagnóstico

El diagnóstico regional es una tarea de alta complejidad que debiera realizarse una o dos veces en un período de 10 años y que permite valorar los diferentes aspectos sociales, económicos, geográficos, políticos de una región. Debe ser realizado por un equipo de expertos de una amplia diversidad técnica (expertos en desarrollo productivo; planificadores físicos; ecólogos, economistas, cientistas sociales, etc.), de modo que se recojan todos los elementos fundamentales presentes en el rico mundo regional, y al mismo tiempo su realización debe tener el carácter de un estudio.

Un estudio no solamente es la recopilación de información, la misma se busca para ser utilizada y con ello determinar las líneas de desarrollo de la región. Ello exige que el nivel de producción del estudio vaya más allá de la información, debe contemplar el ordenamiento de la misma, pero, especialmente un tipo de resultado que es la propuesta de programas de desarrollo.

B) Plan de Desarrollo Regional

La orientación básica de un Diagnóstico de este tipo, de carácter regional, es entregar líneas de acción para la implementación de una Propuesta de Desarrollo. En este sentido los resultados debieran apuntar especialmente a determinar Areas y Sectores Sociales estratégicos, luego, en segundo lugar avanzar en la propuesta de Programas, los cuales son básicamente de dos tipos:

Programas de Apoyo y Programas de Desarrollo.

3.4.1.3.- Resolución: Gobierno Regional

El Consejo Regional aprueba el Plan Estratégico de Desarrollo Regional a proposición del Intendente. Pero dada la significación del mismo es fundamental que lo estudie, que lo reflexione, realizando las modificaciones necesarias, o en su defecto solicitando las modificaciones a la comisión elaboradora del Plan.

3.4.2.- Implementación del Plan:

La implementación del plan, una vez aprobado por el Consejo Regional y las instancias correspondientes, no es un tema que luego recae en estructuras operativo, quienes lo llevarán a cabo de manera independiente y ajena del consejo y el Gobierno Regional. Eso constituiría una visión de la implementación y del mismo Plan de carácter segmentado y abierto a una mala comprensión y pérdida de calidad en su ejecución.

Por un lado el Gobierno Regional debiera desarrollar un trabajo de seguimiento de la ejecución del Plan. Ello implica una evaluación periódica mediante el análisis de informes entregados por parte de instituciones especializadas.

Está presente la tarea de dirigir y convoca otras instituciones, quienes vía gobierno regional, mediante inversiones directas, contarán con fondos, y actualmente los tienen (Educación Salud, Vivienda, etc.), para involucrarse en la dinámica de implementación del plan.

Esto implica coordinación inter-institucional en base a áreas estratégicas de desarrollo; fuego, en segundo lugar, negociación con las mismas en base a integrar recursos, densificación financiera y recursos humanos; en tercer lugar, la puesta en marcha de programas ya preparados y modificados por la discusión del proceso mediante una real complementariedad de las metodologías de acción, con equipos de diversas profesiones, recogiendo e incentivando la sinergia de los resultados. Junto a lo anterior, impulsar la búsqueda de impacto social, mayor participación, no sólo de la población beneficiaria, sino de los grupos objetivos indirectos.

Finalmente, a continuación se presentan dos aspectos de la implementación que dan cuenta de una forma de trabajo desde una perspectiva intersinstitucional.

3.4.2.2.- Gestión Territorial

La Gestión Territorial pone el acento sobre un territorio, el cual es previamente seleccionado en función de objetivos específicos. Pudiendo ser la comuna, varias comunas, una región. igualmente, un actor importante es el Municipio, pero también otras instancias como el Gobierno Regional.

La definición de un territorio es un proceso flexible, que está mediado por el ciclo territorial de un problema o de un objetivo de desarrollo. Es decir, el diseño de una acción depende del análisis que se haga de un tema determinado. Las causas y consecuencias pueden estar dentro y fuera del territorio, ello plantea la necesidad de aumentar o disminuir un espacio geográfico definido.

En su desarrollo actual la Gestión Territorial pone el acento en los actores. Y para ello no cualquier actor es un sujeto de apoyo al proceso de desarrollo regional o de resolución de un problema. Aquellos más directamente vinculados, y particularmente aquellos con recursos financieros o humanos, son los actores privilegiados.

Aquellos elementos que caracterizan la Gestión Territorial son los siguientes:

a) El Concepto de Gestión: Constituye el acto de articular y potenciar la participación de varios actores de un territorio en función de un objetivo de desarrollo o la solución de un problema.
b) Territorio: Consiste en un espacio geográfico en el cual existe una red comunicacional, identidades culturales, actores sociales y otros, características físicas específicas.
c) Negociación: Proceso mediante el cual es posible poner de acuerdo a dos o más instituciones en la resolución común de un problema. Este Proceso ha pasado a constituir la dinámica estrella de la acción interventiva. El lograr un trabajo conjunto de una o más instituciones o actores genera sinergia y potenciamiento del impacto en la población.
d) Estructura Institucional y Equipo. La Gestión territorial exige la conformación de una estructura y un equipo articulado territorialmente, de modo de atender los diferentes actores en base a propuestas de acción común.
e) Acción Interventiva: Consiste en la acción de implementar uno o varios programas, proyectos o propuestas, que en su despliegue pretenden atacar causas y efectos que están vinculados con la eliminación de cierto problema o la potenciación de elementos de desarrollo.
f) Evaluación de Impacto: El complejo proceso de impacto está orientado a los resultados evidenciados en los grupos concretos asociados al problema definido. Sin embargo ello va más allá; se trata de evaluar los cambios producidos en el territorio, en las causas del problema, en los actores y los procesos participantes de su producción. Ello parte de la orientación presente en la gestión territorial en cuanto metodología de intervención, cuya acción busca no sólo resultados sino que impacto.

3.4.2.3.- Intersectorialidad

Nuestro país puede ser clasificado como centralista, pero también como sectorialista. Cada sector, como salud, vivienda, educación, deportes, obras públicas, etc.. funciona de manera independiente y autónoma del resto de los sectores. Existe una cultura de identidad propia y de autoprotección respecto de la invasión de campo por otros sectores e incluso por otras profesiones no asociadas. De alguna forma existe una arena social donde cada sector debate por intervenir, por definir las cosas desde su perspectiva, por poner a sus profesionales como los indicados para resolver los problemas.

Sin embargo, es claro que lo que interesa es la realidad social y la misma no puede en rigor subdividirse en segmentos, áreas o sectores sin alterarla. En el fondo los problemas o el desarrollo de un territorio requiere de un modo de enfrentamiento integral, de lo contrario se está actuando de modo reduccionista. Y es eso lo que ha estado ocurriendo históricamente en la estructura de políticas sociales de nuestro país, se ha pretendido atomizar lo social para ajustarlo a un enfoque centralista y sectorialista.

La propuesta de intersectorialidad es generar un proceso de acercamiento entre dos o más sectores de modo de implementar programas de manera compartida.

Hay gestiones de intersectorialidad que en su apariencia lo son, sin embargo sólo constituyen espacios propios ocupados por otro sector. Un ejemplo son los programa de Salud como vacunación, salud bucal, prevención del embarazo precoz, etc., realizados en el sector educación, en los colegios. Estos programas de Salud son desarrollados en la sala de clases con alumnos del colegio pero sin integración de las medidas de prevención en los programas escolares. Habitualmente las charlas de salud son dadas por funcionarios del consultorio o del hospital pero nunca por profesores del colegio. Menos con la participación de la comunidad. ¿Hay aquí integralidad y complementariedad? Probablemente ello no ocurre por cuanto el impacto es leve, no se cumplen los objetivos, no se producen cambios de comportamientos reales en la población.
La intersectorialidad es una metodología que busca producir un real ensamble entre programas, intercambiando recursos financieros, humanos y técnicos de forma de producir mayores efectos de impacto en la realidad social.

Finalmente, las estrategias señaladas no son las únicas, tal vez si son las más relevantes hoy en día, por cuanto aluden y buscan resolver lo que las dinámicas institucionales y sociales hoy demandan. Los temas de coordinación, de negociación, de participación, de intercambio y de trabajo compartido, son al parecer los nuevos sujetos de consideración desde una perspectiva territorial, es decir, desde las realidades sociales de una región a partir de una mirada multidimensional.

domingo, 17 de diciembre de 2006

La nueva Pobreza

LA POBREZA DE LOS MODERNOS
TEMAS SOCIALES 3, MARZO 1995 - Boletín del Programa de Pobreza y Políticas Sociales de SUR

José Bengoa

La pobreza parece acompañar a la modernidad. Son dos conceptos que han caminado indisolublemente a lo largo de la historia moderna. Es verdad que siempre ha habido pobres, sin embargo, la modernidad produce un nuevo tipo de pobreza: pobres por atraso, a quienes el “progreso” va dejando atrás; y pobres por modernización, quienes son “producidos” por el propio desarrollo. Atrás queda un conjunto de población sometida a la pobreza y adelante se producen nuevos pobres.
Las medidas de superación de la pobreza en uno y otro caso serán claramente diferentes. Este número de Temas Sociales, quisiera presentar una reflexión conceptual en torno a este tema. El artículo analiza las principales tendencias en el tratamiento de la pobreza moderna o pobreza de los modernos. Se afirma que las tres tendencias más importantes son la heterogeneidad, la internacionalización y la privatización de la pobreza. La tendencia de los procesos de modernización es a provocar una creciente heterogeneidad en las situaciones de pobreza. Al mismo tiempo la pobreza moderna, tiende a ubicarse en todas partes del mundo, a ser consubstancial con el desarrollo. Se produce también una tendencia hacia la privatización de las políticas sociales, perdida de la responsabilidad social y creciente aparición de la responsabilidad individual. De estas tres tendencias, heterogeneidad, internacionalización y privatización, surge una nueva categoría social de “pobres” que tienden a afirmar su identidad en la carencia y hacen del “testimonio” la base de su discurso.
El actual discurso modernizador, tiende a reemplazar de los antiguos actores sociales populares, por definición entendidos como sujetos con propuestas especificas ( obreros, campesinos, etc.) por una categoría genérica de “pobres”, basada en la carencia, que existe en todas partes (Internacional) y en forma estable y cuya responsabilidad sería asunto de cada individuo. Esta es una tendencia a la disolución en el mercado de los actores colectivos.

1. HETEROGENEIDAD DE LA POBREZA

La pobreza en un concepto relativo por definición. Es un observador externo el que determina las carencias de un grupo humano, sector, o territorio. Hay una pobreza absoluta que tiene relación con la carencia de los medios básicos para sobrevivir. Salvo situaciones extremas, al hablar de pobreza no se está refiriendo a ese nivel sino a la pobreza relativa. A medida que existe crecimiento económico, acceso a nuevos bienes y servicios, modernización de las relaciones económicas y sociales, las carencias se vuelven complejas y la pobreza se hace más heterogénea. Seguramente en el siglo diecinueve todos los “pobres” eran mas parecidos entre sí, la pobreza era más homogénea. Hoy en día hay pobres que sobreviven en medio de la modernidad y otros que no la conocen.
Hay áreas de pobreza tradicional donde el crecimiento económico, por si solo, no suele llegar. Están quedan estancadas, suspendidas en el tiempo, no tiene ni servicios, ni bienes materiales modernos. Muchas veces el mayor efecto es la migración de los jóvenes hacia áreas más modernizadas. Sin embargo, las consecuencias de la pobreza moderna, no llegan hasta estos apartados lugares en forma tan extrema. Muchas veces a pesar de la miseria material se conservan formas antiguas de convivencia y sociabilidad, que permiten sostener una calidad de vida que ya se quisieran quienes sufren los efectos directos de la modernidad. (Ver Temas Sociales 1).
Hay áreas donde el desarrollo deja actividades productivas obsoletas; por ejemplo, el caso del carbón: una sociedad, una cultura, construida en torno a la producción carbonífera, observa como sus conocimientos, técnicas y productos no tienen valor en el presente. Junto a la pobreza objetiva producto de la desvalorización de la actividad se encuentra la desvalorización social y cultural, el sentimiento subjetivo de perdida.
La pobreza moderna, producto de la modernización es diferente. Es un mundo heterogéneo, donde conviven numerosos sectores. Por ejemplo, existe un sector de “pobres modernos” que son insensibles a los efectos de las políticas sociales, el aumento de plazas en el mercado de trabajo, incluso el crecimiento económico. “Pobreza dura” podría denominarse. Es una línea sutil que los separa de otros sectores igualmente pobres. Son personas y familias que han sido antecedidas muchas veces por generaciones con reiteradas experiencias frustradas de integración social. Se transformaron con el tiempo en un tipo de “subcultura de la pobreza”, como señalo Oscar Lewis. Poseen fuerte identidad. Muchas veces hablan un lenguaje propio, ininteligible para los que no pertenecen al grupo, suelen menospreciar a los “integrados” al sistema. Tienen orgullo de ser marginales. Mundo muy difícil de comprender para el observador externo. Son la gente que “perdió la esperanza“ y se rearticuló en la simple supervivencia.
También existe la pobreza que es “sensible” a las políticas sociales, a las variaciones en el empleo, a los planes de capacitación, a los aumentos en los salarios, en fin a las políticas económicas. Es mucha gente la que esta en esta situación. Es gente que busca una oportunidad. Las investigaciones realizadas por Javier Martínez, de SUR Profesionales, acerca de la “dignidad de los pobres” muestran que este enorme conjunto de personas no quiere ser pobre, no quieren identificarse con la pobreza. Quieren y buscan distinguirse del grupo anterior de los pobres permanentes; quieren que sus poblaciones sean bien consideradas, seguras, quieren el progreso, quieren vivir bien; están dispuestos a realizar todos los esfuerzos, ahorros incluso, para ello. Es un sector de pobreza que busca la integración al sistema, que confía en las posibilidades de movilidad.
Es necesario constatar que el crecimiento económico actual es desigual, provoca desequilibrios, es productor de pobres. Diferentes a los que quedaron rezagados en los pueblos, caseríos y campos apartados. En las ciudades principalmente surgen de la atracción producida por la modernización urbana, y también, y de modo creciente, por el deterioro de los medios urbanos. Es la pobreza urbana.
Las mujeres que trabajan realizando las terminaciones de las prendas de vestir que se exportan, son un ejemplo concreto y cada vez más masivos de las características de la actual pobreza moderna urbana.
La modernidad, sin embargo, si combina con la tradicionalidad. Muchas veces se nutre de ella. Por ello la pobreza moderna no es solo monopolio urbano. Lo prueban los villorrios ligados a las actividades agrícolas exportadoras o a las faenas mineras. Es pobreza asalariada, a diferencia de lo tradicional que es pobreza de autosubsistencia. Pero las remuneraciones o son muy malas o las faenas son solo de temporada. Es la pobreza moderna no urbana.
La heterogeneidad de la pobreza es cada vez mayor. Hay diversos tipos o sectores de pobreza tradicional. Y hay también una diversidad de pobreza moderna. Ya no se puede dividir la pobreza entre urbana y rural, ya que hay cruzamientos mucho más complejos. Esta es una nueva situación que ocurre en muchos países.
Se podría postular que mientras más acelerado sea el crecimiento económico, se irán produciendo situaciones de pobreza más diferenciadas. La superación de la pobreza requerirá, por lo tanto, un cuidado un cuidador mayor en el tipo de desarrollo. Es un cuidado de la gente, de las personas, de la población.
Es necesario tener presente estas consideraciones a la hora del ingreso de las economías latinoamericanas y chilena, es especial, a los sistemas de libre comercio, el NAFTA, el Mercosur, etc. En un probable mayor dinamismo económico habrá mayor heterogeneidad y desequilibrios, y sin duda, mas pobreza junto a la riqueza. Es función del Estado prever estas consecuencias y velar por el bien común de los ciudadanos. De todos.

2. LA INTERNACIONALIZACION DE LA POBREZA.

La pobreza es un tema internacional emergente. En todos los países se habla del asunto. Los organismos internacionales se especializan en ello.
Las razones de esta reemergencia, de la preocupación por la pobreza parecieran ser muchas. Entre éstas parecieran ser muchas. Entre éstas pareciera interesante explorar una constatación. Me parece una explicación del porque la pobreza se ha repuesto en la escena mundial en la actualidad.
El desarrollo capitalista, lo sabemos, se levanto como una solución contra la pobreza de las grandes masas medievales atacadas por las hambrunas cíclicas. Los grandes sacrificios a que fueron llamados los pueblos, se hicieron en función de consolidar un estado de bienestar generalizado cuyo fin último consistía en la erradicación de la pobreza. Como ello no ocurriera, rápidamente Marx y los socialistas señalaron que la causa se encontraba en la aprobación privada de la riqueza. Socializando las fuerzas de producción se lograría rápidamente llegar a la era de la abundancia, el reparto equitativo y por ende al fin de la miseria.
Capitalistas, liberales, socialistas y comunistas, durante décadas confiaron en la posibilidad histórica de resolver los problemas de la pobreza. El “desarrollo” implicaba necesariamente la “superación de la pobreza”.
Esta afirmación hoy día no es verdadera. El crecimiento económico, el llamado vulgarmente desarrollo no implica necesariamente, la superación de la pobreza. No hay una relación de causalidad, de necesidad, entre crecimiento, desarrollo y eliminación de la pobreza.
La prueba de ello esta en la experiencia de los países desarrollados. Hasta los años cincuenta en Estados Unidos se podía sostener, sin grandes polémicas, que el crecimiento económico implicaría tarde o temprano la superación de la pobreza. Se hablaba de “bolsones de pobreza” producto principalmente del atraso. Eran las áreas de población negra campesina, sobre todo en el sur, las que se mantenían rezagadas en la miseria. Se le agregaban otras áreas de carácter urbano a donde esos mismos pobres habían migrado: el Harlem neoyorquino y otros ámbitos específicos e identificados. Esto cambió a partir de los setenta. La pobreza se ha generalizado en los países desarrollados. Ya no es pobreza por atraso solamente, sino principalmente, pobreza por modernidad. El desarrollo allí también produce pobres.
J. Galbraith en su ensayo reciente “La República de los satisfechos”, muestra la necesidad existente en los países desarrollados de que existan personas pobres, nuevos pobres. En especial la necesidad de los migrantes de países pobres. Muestra con claridad que hay una serie de oficios en los cuales los “nativos” no se ocupan, por no ser fuente de prestigio social, por ser rutinarios o por exigir mucho desgaste físico. Señala que en Estados Unidos los primeros en ocupar esos puestos fueron los irlandeses. Le siguieron las oleadas migratorias italianas y europeas. Continuo con la migración de los negros del sur. Señala que Detroit se transformo en unas décadas en una ciudad de raza negra. Y la creciente integración de los norteamericanos de color, condujo a la migración de latinos que fueron ocupando los puestos de servicio de menores niveles de productividad y, por tanto, de salarios más bajos. Galbraith se pregunta si es inexorable esta situación.
El desarrollo de grandes partes del mundo se lo ve hoy día como un gran fracaso. África es sin duda el caso más evidente. Desde los años de la descolonización en los cincuenta, se han realizado todo tipo de planes para desarrollar esos países. Hoy por hoy sufren una situación de extrema miseria, aún mayor que en esa época.
Las hambrunas son mayores y como se ha visto recientemente son poblaciones enormes sometidas a condiciones infrahumanas de existencia. En vez de desarrollarse se infradesarrollan. De América Latina se podría decir otro tanto. A pesar de la llamada “década perdida”, el continente muestra altas tasas de crecimiento desde la Segunda Guerra Mundial a la fecha. Sin embargo, y a pesar de guarismos estadísticos, existe conciencia de que la pobreza en lugar de disminuir, se incrementa.
Con la excepción siempre señalada de los “felinos” del Pacifico que se nutren, también, de la pobreza de sus hinterlands subdesarrollados, el resto del mundo está sometido a la misma dura realidad. La capa de seguridad que habían implantado los Estados protectores socialistas sobre partes de su población, se derrumbó dejando a la vista la existencia de grandes masas pauperizadas en los países del Este.
China crece a expensas de expulsar a los caminos, literalmente, a gigantescas masas de desplazados. Son campesinos que anteriormente se encontraban con algún grado de protección al interior de las “comunas populares”, disueltas en los últimos años en el proceso de “privatización” de la economía rural. El comercio informal en China puede llegar a cifras inimaginables en los próximos años, como forma de supervivencia de las poblaciones desplazadas producto del quiebre de la economía planificada.
El mundo está paralogizado con esta constatación: el desarrollo actual no conduce al desarrollo de todos. Se teme que se deberá convivir con la pobreza, como un mal necesario y permanente. Junto con declarar el “fin de la historia”, los modernos deben reconocer el fin de la esperanza, de la utopía de la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos, cuna tanto de las ideologías socialistas como de las capitalistas, en especial liberales modernas.
No sirven, a modo de explicación, las teorías añejas acerca de la inevitabilidad de la acumulación en pocas manos de la riqueza social. Hay que reconocer que hay un cambio. Un cambio en la percepción. Un cambio en la conciencia y en la cultura, producto de la internacionalización del fenómeno de la pobreza.

3. LA PRIVATIZACIÓN DE LA POBREZA.

Volvemos a las antiguas teorías y practicas de la caridad. En la antigüedad los pobres eran parte del paisaje social. En toda sociedad los había. Se les denominaba menesterosos, limosneros, mendigos, se reunían a la salida de las Iglesias, en las “puertas” de las ciudades.
La piedad y la horca es el nombre de un gran libro acerca de la historia de la pobreza en occidente. Los pobres eran tratados con estas dos varas: la horca para los pobres que se salían de los marcos debidos de la mendicidad pasiva; la piedad, sentimiento generoso de los ricos, para los pobres que se mantenían en ese marco.
“El pavor hacia los vagabundos y hacia los indigentes en los países de la Europa moderna constituía a veces el argumento para justificar las actividades caritativas, pero, con mas frecuencia, suponía un pretexto para emprender acciones de represión y aislamiento” (B. Geremek, Historia de la miseria y la caridad en Europa).
Por siglos y siglos los pobres estuvieron a cargo de la piedad, de los piadosos, de los frailes que buscaban la perfección en el contacto, con los desheredados de este mundo. La antigua filantropía religiosa también hizo laica. De los conventos paso a los hombres de buena voluntad, filántropos. En Chile fue un movimiento de gran importancia en el siglo pasado y en especial a comienzos de este. Temor a la pobreza, reverencia de la pobreza, piedad como resultante de ambas direcciones encontradas.
Fue una lucha muy larga la de los pobres el convertirse en sujetos sociales, en obreros, en proletarios, en campesinos. Fue una lucha muy larga para desprivatizar la pobreza por transformarla en una responsabilidad social. La gran lucha por la vivienda obrera consistió, por ejemplo, en transformar la creencia de que aquello era un asunto particular que le competía a cada familia y transformarlo en un asunto social que le compete al estado.
La “piedad” fue expulsada del paraíso. Se desacreditó a la caridad. Se la denominó peyorativamente "asistencialismo", "compasión", "paternalismo". Incluso se llegó a señalar que dar una limosna era una maldad ya que reproducía la miseria del pobre, lo envilecía.
El Papa Paulo VI fue a las Naciones Unidas, en plena era de los años sesenta, y sostuvo que el nuevo nombre de la caridad era “el desarrollo”.
En los últimos veinte años ha ido cambiando la mirada de los hombres sobre su sociedad. Se ha ido produciendo un cambio de mentalidad cada vez mas profundo. Surge de la convicción que el Estado de Bienestar, tanto capitalista como socialista no es posible. Se han derrumbado los dos muros. El del socialismo, simbolizado en Berlín, como es evidente para todos y el de la utopía capitalista, de manera no tan evidente. El capitalismo se ha convertido en el régimen dominante, no cabe duda, pero ha perdido su utopía central: la esperanza de poder otorgar bienestar a todos los que participan en él. Incluso en los países desarrollados esta utopía se está derrumbando. El liberalismo pierde su fuerza creadora y se transforma sólo en ideología de restauración.
Las consecuencias de este cambio de mentalidad la conocemos. Se privatiza la producción. Se considera que los privados son más eficientes. Se privatiza crecientemente la “reproducción”. Los sistemas de reproducción, como la educación, la vivienda, la alimentación, la salud, en fin, todo aquello que permite que se reproduzca la población, vuelven a su espacio “normal”. Al mundo privado. Se transforma así el carácter social de la reproducción.
Lo último que queda es, por lo tanto, la privatización de la pobreza. La responsabilidad de los pobres reside en ellos mismos y las decisiones que tomen los privados movidos por la piedad, el altruismo o la solidaridad.
No es que estemos necesariamente en contra de la solidaridad individual y la acción de los privados, en el ámbito de la superación de la pobreza. Es fundamental y necesario. Pero es preciso llamar la atención sobre el fenómeno ya que puede conducir a la supresión de la responsabilidad social. Nos encontramos ante un proceso concomitante.
Privatización de la economía en el ámbito productivo y reproductivo y surgimiento de una nueva filantropía, de un nuevo sistema de hacer el bien. Nos enfrentaremos en los próximos años al resurgimiento de las “fundaciones” de los entes privados encargados de hacer obras y acciones en favor de los pobres.
La nueva pobreza privatizada es, sin embargo, muy diferente a ala antigua, lleva la marca de la frustración. Es una pobreza de personas que fueron convocadas a la igualdad, la democracia y la fraternidad. Que vieron la oportunidad de acceder a la modernidad y frustraron su intento. Es por ello que existe en el mundo moderno una “conciencia de la pobreza” diferente a la antigua. Es muchas veces una “mala conciencia”, un sentimiento cultural de derrota. Los pobres interpelan al éxito económico, lo relativizan. Aunque no tengan alternativas políticas que ofrecer, ponen un manto de duda sobre la estabilidad del sistema, acerca de su eficacia y perdurabilidad.

4. LA POBREZA COMO CATEGORÍA LIMITE

Los pobres también se privatizan. Se convierten en una categoría. Es una categoría social definida por la carencia. La aparición de esta categoría definida por la carencia se produce como efecto del quiebre de las argumentaciones. Se percibe crecientemente que de nada sirve plantear el problema de la pobreza frente a las categorías insensibles de la economía. La ciencia económica, en las ultimas décadas se ha desplazado desde el ámbito de las ciencias humanas y sociales, incorporándose crecientemente en las ciencias antiguamente denominadas exactas. Parecieran tener reglas propias, independientes de las necesidades humanas que le dan sentido y explicación. Es por ello que el diálogo se dificulta.
Vivimos un tiempo en que la razón pierde su potencia, se debilita, se ofusca. La categoría de pobre es el triunfo de la disolución de los sujetos sociales, de los actores, de los movimientos sociales dotados de propuesta y personalidad. Es el triunfo de la carencia. La nada transformada en absoluto, sin tiempo, sin esperanza, sin relación con la historia. Una definición a través de lo que no se tiene.

5. EL TESTIMONIO COMO ARGUMENTO DE LOS POBRES.

El discurso de los pobres es, por lo tanto, el testimonio. Las personas requieren de identidad, tanto así que aquellos que tienen solo carencias, están adquiriendo la identidad negativa. No se identifican por lo que hacen, sino por lo que no hacen.
Ha sido la característica también de la pobreza en la antigüedad. El pobre que solicitaba limosna a la salida de las iglesias, debía mostrar con expresividad las causas de su pobreza. Testimoniaba con su dolencia. Llamada a la conmiseración. Hoy en el discurso es diferente, aunque se basa en el mismo principio: llamado de atención, expresión testimonial de la carencia.
Se entrega muchas veces, el testimonio con dignidad y honor. A veces con violencia vamos a empezar una época terrible en la que el argumento racional no va a ser mas valorado. Se piensa cada vez mas a menudo. ¿De qué sirve el argumento?. Solo se obtiene un nuevo contraargumento. Es tu opinión contra la mía. En cambio, el testimonio es irrebatible. Yo no puedo decir que no es verdad. Puedo quedarme callado frente a un ordenamiento a todas luces interesado de los datos, pero no puedo negarlos, porque no lo conozco, porque el testigo testimonia con su vida.
En el caso de la pobreza es evidente. La reflexión racional, como se ha visto, no ha servido de mucho. Muy poco influye en el ámbito socio cultural. El caso de Rwanda es un buen ejemplo. Solo reaccionó el mundo cuando “vio” el hambre en las pantallas de televisión. Habían sido escritos numerosos informes por parte de Naciones Unidas. No había reaccionado occidente. El testimonio en las pantallas de televisión es muchas veces el único argumento.
Algo trágicamente parecido ha ocurrido este año que termina en Chile (1994), con los mineros del carbón. Su ingreso testimonial y suicida al fondo de la mina fue más evidente que numerosos discursos, diagnósticos y argumentos.
El pobre sólo muestra su pobreza. Su discurso es el testimonio con dignidad y honor.

6. LA PIEDAD, LA HORCA, O LA JUSTICIA.

El gran desafío d este tiempo es juntar el discurso microeconómico de la superación de la pobreza. Con el discurso macroeconómico del desarrollo de la economía. Porque se habla de eliminar la miseria, pero nada se dice de lo que se va a hacer coherentemente en la conducción de la economía mayor, de los grandes números, de los recursos, de la distribución, de los salarios, de los ingresos de la gente pobre. Allí reside el desafío: superar la actual esquizofrenia.
Sería lamentablemente que el trabajo por superar la pobreza fuera entregado exclusivamente a los privados; o a la policía, cuando sus acciones sean insuficientes. Los privados tienen grandes responsabilidades: deben tomar iniciativas en todos los terrenos. Debe haber un marco adecuado para que los pobres puedan surgir por sus propios medios, sin requerir de la piedad de nadie.
Sería una ofensa a los pobres ¾y al país en¾ que el trabajo por superar la pobreza se transformará exclusivamente en un elemento comunicacional. Que no hubiese recursos, y que quedara en las palabras. Que no se atacaran los aspectos fundamentales que se producen y reproducen la pobreza.
Primero. Si el país quiere acabar con la pobreza debe necesariamente realizar un esfuerzo de pensamiento, de creatividad. Establecer una relación entre desarrollo y riqueza y entre crecimiento y pobreza. Se debe analizar el tipo de desarrollo que se quiere tener, el ritmo de crecimiento del país, el tipo de distribución territorial, en fin, el efecto de la economía sobre las personas. Esto implica necesariamente analizar los niveles o tasas de ganancia, los tiempos de retorno del capital, los impuestos, los salarios, las condiciones de trabajo, la responsabilidad de las empresas en el desarrollo, en su entorno físico, habitacional, ambiental. Implica, en fin, establecer en un gran debate nacional de donde van a salir los recursos para superar la pobreza. De lo contrario el discurso puede quedar vacío y volverse como en el “ aprendiz de brujo” contra sus propios encantadores.
Segundo ¾y como consecuencia de lo anterior¾ se debe ver que tras la pobreza en cada caso. No más pobreza a secas: hay pobres y pobres. "La pobreza" es una generalización absurda y de consecuencias imprevisibles. No es una entelequía, una categoría surgida de la carencia abstracta.
El país, esta sociedad, no pude caer en el irracionalismo absoluto. No puede usar como categoría de análisis lo carente de todo. Cada cosa vale por lo que es. La pobreza rural del secano costero, se llama desde siempre, "campesinado". Hay que tener políticas hacia el "campesinado". Hay que decir si esta sociedad quiere mantener el "campesinado" o quiere eliminarlo. Esa es una pregunta seria y racional. Decir que se quiere eliminar la pobreza del secano costero es una generalidad sin contenido. Se la elimina, y así se está haciendo, plantando pinos, secando las vertientes, comprando las tierras de los campesinos y enviándolos a vivir a poblaciones callampas como la que hay en los cerros de Constitución, antiguo balneario de la Provincia de Talca, y hoy capital de la pobreza forestal producida por la riqueza de la celulosa.
En muchos casos se acabará con la pobreza y con los pobres. Si se quiere superar la pobreza en Chiloé es necesario saber si se va a acabar con la cultura chilota y con los chilotes. Es bueno decirlo y saberlo. Es un derecho humano de la gente que allí vive. Lo mismo se podría decir para la pobreza indígena, que posee historia, personalidad propia y derechos.
Si se va a acabar con la pobreza de Tirúa, por ejemplo, hay que hablar de “reconversión”. Porque las tierras del Fundo El Canelo, donde trabajan sembrando papas y hortalizas una buena cantidad de tiruanos, fue comprada por Volterra (empresa forestal japonesa), y plantada en eucaliptos, arboles que crecen solos, que no necesitan ser trabajados, que no requieren casi mano de obra porque están “sembrados” de tal suerte que se los “cosecha” con una maquina sin requerir demasiada gente. Nada de esa riqueza quedará en Tirúa.
Tercero. La sociedad debe abrir espacios a los pobres, para que prosperen mediante su propio esfuerzo, esa es una obligación del Estado. Esto significa democratizar la sociedad Chilena que aún mantiene fuertes rasgos oligárquicos. Mucha gente pobre tiene capacidades, se ha educado, y por su condición misma, se le limitan las oportunidades.
Democratizar el acceso a los conocimientos es el primer paso. La apertura de los espacios educativos al conjunto de población y el mejoramiento de su calidad es un ámbito de políticas que al estado le cabe desarrollar, junto a los privados que son los principales interesados.
Democratizar la economía, es el segundo paso para la superación de la pobreza. La dictación de leyes normativas que permitan limitar el carácter concentrador de las actividades económicas, esta en el meollo del problema de la relación entre crecimiento y desarrollo del país. Por ejemplo, la promoción y el fomento de la mediana, pequeña y microempresa, debería ser el objetivo principal de un programa de gobierno de verdadero carácter nacional (Ver Temas Sociales 2).
Democratizar el acceso al trabajo. Aún no existe un mercado de trabajo transparente en Chile. No hay información, no hay regulación, no hay en muchos casos condiciones de trabajo decentes. Esto conduce a que cada submercado de trabajo se comporte en forma desigual. Las empresas forestales funcionan con contratistas, en condiciones increíbles de explotación, inseguridad y de ausencia total de oportunidades de capacitación, entre otros. Las actividades fruticolas tan importantes en la nueva economía chilena, no marchan tampoco hacia la contratación de mercados de trabajo dignos, capacitados, salvo pequeñas excepciones. Algunas ramas industriales quizá, tratan de construir sus propios mercados de trabajo ya que sus requerimientos de personal calificado son mayores.
La superación de la pobreza pasa, a lo menos, por plantearse seriamente estos tres niveles señalados. Unir lo macroeconómico con lo microeconómico en un esfuerzo creativo que no fundamente el desarrollo armónico del país, es un “espontaneo chorreo”. Mas de una década de crecimiento sostenido de la economía chilena, muestra que las cifras proporcionales de la distribución de los ingresos no se modifica. En segundo lugar es preciso que se adopte con claridad la opción de que el desarrollo pueda tener un mayor equilibrio territorial. Que se respete la diversidad de espacios que existe en el territorio y sociedad nacional. Que el desarrollo pueda tener ritmos diferenciados que pueda haber respeto por las identidades particulares de determinados sectores sociales del país. Y tercero, tener en cuenta que la superación de la pobreza pasa por democratizar la sociedad abriendo oportunidades. Este es un asunto de justicia.
En este 1995 que se inicia, miramos el futuro con esperanza y con angustia. Esperanza porque es posible y entusiasmante tratar, a lo menos, de superar la pobreza de aquí al final del siglo. Con angustia, porque todo puede ser mentira. La voluntad puede ser falsa, la globalidad del fenómeno parcializada y la realidad de las cosas mistificada. Frente a la expectativa de un futuro con modernidad no quisiéramos encontrar una sociedad escindida donde una enorme proporción de pobres deba ser considerada un mal necesario del progreso.

Pobreza y Desigualdad

SEMINARIOS CORDAID: Pobreza y desigualdad.

Panelistas:
Javier Martínez, ex director SUR (Moderador).
Ana María de la Jara, miembro del directorio de la Asociación Chilena de ONG, Acción.
Francisca Márquez, investigadora SUR.
Álvaro Díaz, ex investigador de SUR y actual subsecretario del Ministerio de Economía.

Javier Martínez
Quisiera comenzar refiriéndome a la época en que fui director de SUR, entre 1982 y 1984. Fueron años en que, además de una dictadura extremadamente dura, vivimos el período recesivo más intenso en la economía chilena de que se tenga memoria, al menos desde los años treinta. El país llegó en esa época a tasas de desocupación abierta cercanas al 20 por ciento de la fuerza de trabajo, a lo cual había que sumarle toda la gente que estaba trabajando en empleos de emergencia, Programas de Empleo Mínimo, Programas de Ocupación de Jefes de Hogar. La desocupación real alcanzaba, así, a algo más de un tercio de la población activa. Eran años en los cuales la responsabilidad de las organizaciones no gubernamentales consistía no solamente en tratar de pensar alternativas, sino, al mismo tiempo, en hacer alternativas todos los días. Eran los tiempos en que la cooperación internacional fue muy decisiva para nosotros, para experimentar formas de organización popular de subsistencia y, a la vez, pensar en alternativas de más largo alcance. Por esas épocas, me tocó investigar y escribir algunas de las primeras cosas sobre el tema de la desigualdad y las transformaciones que estaban teniendo lugar en la estructura social chilena. Es un tema que nunca he abandonado, porque es aquello por lo cual uno está en lo que está, y no dedicado simplemente al mercado y a ganar dinero.
Pobreza y desigualdad son dos temas muy profundos. No quiero decir que lo sean para las personas que estamos acá, sino muy profundos en la sociedad chilena. La sociedad chilena se pensó a sí misma, se imaginó a sí misma, al menos durante el siglo veinte, como una sociedad mesocrática; una sociedad en que el mérito de las personas podía hacerles recorrer la escala social y darles una capacidad de movilidad ascendente. Nos vimos mucho en el espejo de Uruguay, de Argentina, de Costa Rica; nos veíamos más en el espejo de Europa que en el de Estados Unidos. Buscábamos construir —y ésa fue la orientación de gran parte de los gobiernos chilenos de la segunda mitad del siglo veinte, sobre todo—, si no un Estado de bienestar, al menos un Estado de asistencia; un Estado que tuviera la capacidad de reconocer los derechos sociales de las personas y proveer las cuestiones centrales que significa la ciudadanía social: educación, salud, vivienda, sanidad ambiental…
La sociedad chilena, desde mediados del siglo veinte hasta comienzos de los años setenta, era una sociedad pobre. Si comparamos el ingreso per cápita de entonces con el de hoy, vemos que era claramente una sociedad mucho más pobre. Tenía de sí misma una idea muy igualitaria y, sin embargo, escondía grandes desigualdades. En Chile como en ninguna parte, la hacienda campesina mantenía desde los años treinta su estructura feudal y no fue tocada por las transformaciones de la clase media. Es cierto, entonces, que teníamos una visión de nuestro país mucho más igualitaria de lo que era en realidad, pero era una visión compartida por el conjunto de la clase política, que aspiraba a un país cada día más igualitario. Esto fue lo que principalmente se rompió durante la dictadura militar; no sólo la libertad, también la idea de que era bueno, posible y necesario avanzar hacía un país más igualitario.
Con la dictadura, el espejo dejó de ser Europa, pasó a ser Estados Unidos. La noción de igualdad fue estigmatizada como germen de socialismo, de comunismo. Se logró generar una ideología en los propios sectores medios en la cual la igualdad era enemiga de la libertad. Ése fue uno de los grandes debates en el terreno ideológico que llevamos adelante durante los ochenta, los noventa, y que espero que sigamos llevando hacia delante, porque es una batalla en la que todavía estamos muy lejos de tener una victoria.
Cuando hoy hablamos de pobreza y desigualdad, habría que preguntarse si son dos temas o es uno. Hay sociedades en las cuales el criterio de definición de la pobreza es un criterio relativo, no absoluto. En varios países de Europa, la pobreza se mide a partir de un dato relativo. En nuestro país, hemos adoptado una especie de metodología de definición de la pobreza que se ha hecho popular, porque es la utilizada por los organismos internacionales y a partir de la cual se deciden políticas en los organismos multilaterales. Se trata de un criterio absoluto para medir la pobreza que tiene que ver con las necesidades básicas insatisfechas o con una cierta línea definida por el precio de los productos básicos, aquellos con los que puede vivir una persona o una familia. Esto nos ha llevado a pensar que pobreza y desigualdad son dos cuestiones distintas: la pobreza, como una categoría absoluta que mide la cantidad de gente que está por debajo de una cierta línea absoluta; y la desigualdad, referida más bien a la distribución de los ingresos, de las oportunidades ocupacionales, educacionales, culturales, etcétera.
Yo diría que, en realidad, pobreza y desigualdad son dos aspectos de un mismo problema, y que lo realmente definitorio de la pobreza no es una cierta cantidad de dinero e ingresos, sino la imposibilidad de tener ningún tipo de movilidad social autónoma. Por lo tanto, es una ubicación dentro de un sistema de desigualdad en el cual no existe ninguna posibilidad de que las personas, familias o grupos superen la desigualdad por sí mismos. Yo diría: la pobreza es el extremo dependiente de una escala de desigualdad. Dependiente, y de lo que se trata ahí es saber: dependiente de quién. En sociedades más tradicionales, como la que tuvimos hasta antes de los cuarenta en Chile, era básicamente dependencia de la oligarquía. No había una dependencia directa del Estado, del gobierno. Es el reinado de la clase media lo que, de alguna manera, entre comillas “libera” a la población más pobre de Chile de la dependencia directa de la oligarquía, y traslada la dependencia hacia la acción del Estado.
Una primera cuestión, entonces, es saber cuán dependiente es la población en estado de pobreza. Ésa me resulta una pregunta más relevante que saber cuántos son los pobres, contarlos una vez más, o saber cuál es el monto de subsidios que el Estado gasta en ellos o el nivel exacto de sus ingresos. Lo que interesa saber es hasta qué punto estamos actuando sobre la dependencia de la población en estado de pobreza; es decir, hasta qué punto estamos entregando una posibilidad de autonomización y, por lo tanto, de integración, en una sociedad tan desigual como lo es la chilena.
Una segunda cuestión sobre el tema de la desigualdad es que se la puede definir de muy distintas maneras, y a veces nos enredamos en muchas discusiones que tienen que ver con la definición. Tal vez una pregunta naïve es: ¿qué es la igualdad? Se puede decir: la igualdad es que cada uno tenga lo mismo. Otra posibilidad es decir que cada uno tenga lo suyo, lo que implica que alguien tiene que definir qué es lo suyo, lo cual es el clásico tema de la equidad. Uno puede decir que la igualdad es que todos tengan la misma posibilidad de rascarse con sus propias uñas, y así en adelante. Podemos tener muchas definiciones de este tema y, por consiguiente, muchas maneras de mirar los indicadores de igualdad o desigualdad. Yo simplemente querría decir en dos o tres pinceladas lo que nos ha pasado con el tema ‘desigualdad’ visto a partir de una estricta medida, la distribución del ingreso, donde lo que ha ocurrido es que se enfrenta el imaginario del Chile antiguo con la realidad del Chile de hoy.
Tenemos la idea de que en Chile ha aumentado mucho la desigualdad. Efectivamente, si comparamos cualquier medida de distribución del ingreso, beneficios, antes de los setenta con el Chile posterior a los años ochenta, vamos a encontrar que las medidas de desigualdad tienden a crecer, todas. La distribución del ingreso se hace mucho más inequitativa, y así en adelante. Al mismo tiempo, sin embargo, las cantidades absolutas de ingresos son completamente distintas; es decir, se ha pasado de un país pobre a uno que —digamos— rasca la posibilidad de acercarse a una especie de clase media pobre del mundo. Entre los años cincuenta, sesenta, setenta y los años noventa en adelante, hay más que una duplicación del ingreso per cápita. Entremedio, hubo una transformación muy profunda de la sociedad chilena. Hace un tiempo, con Alvaro Díaz tratamos de describir en un libro qué había pasado, pero en verdad uno siempre se queda corto cuando intenta describir lo que pasó en Chile entre los setenta y los ochenta, porque cambió toda la arquitectura de la sociedad chilena.
Entre nosotros, hoy día existen muchas discusiones acerca de qué tanto más podríamos hacer para acortar las brechas de desigualdad que se generaron durante los setenta y los ochenta, y muchas veces tendemos incluso a mirar las cifras con lentes deformados. En términos gruesos, diría que si uno mira lo que ha pasado desde el año noventa hasta el día de hoy —lo decía ayer el Presidente Lagos en una reunión que tuvo con nuestros amigos—, encuentra que lo que ha pasado es básicamente que se duplicó el ingreso; que en cada uno de los quintiles de la distribución del ingreso, se duplicó el ingreso monetario. Creció algo más en el quintil más alto y en el quintil más bajo. Hablo de quintiles, porque un quintil es el 20 por ciento de la población y nuestro nivel de pobreza, de acuerdo con las mediciones estándares hoy día, abarca el 20 por ciento de la población. No me refiero, así, solamente a una medida estadística, puesto que el primer quintil es también el segmento más pobre de la población. En el período en que se duplicó el ingreso per cápita en general, en este primer quintil también se duplicó el ingreso monetario per cápita —el ingreso autónomo— y al mismo tiempo casi se duplico el aporte del Estado en políticas sociales a las familias del primer quintil.
Se podría decir, entonces, que hay algún avance en el acortamiento de la brecha de la desigualdad. Sin embargo, es un avance que no es producto de la reproducción cotidiana de la actividad económica, sino que requiere de una continua intervención del Estado. Y, por cierto, hay mucho que aprender de lo que han sido estos doce años para saber cuáles son las mejores intervenciones del Estado y cómo, al mismo tiempo, no sólo aumenta estadísticamente este ingreso imputable a prestaciones o subsidios estatales, sino también cómo estas prestaciones, estos subsidios se dirigen efectivamente hacia la autonomización de la población pobre; o sea, a su capacidad de valerse por sí misma.

Ana María de la Jara
En primer lugar, quiero agradecer a los amigos de SUR por convocarnos a pensar y reflexionar en torno a temas y preocupaciones que han marcado el camino de nuestras historias de vida, tanto en el ámbito profesional y personal como en el social y político. Asimismo, quiero, en nombre de Acción y de las ONG que son parte de esta asociación, agradecer a Cebemo, hoy Cordaid, su leal, comprometido y respetuoso apoyo y acompañamiento en nuestras búsquedas y trabajos durante tantos años, desde los años más duros de nuestra historia.
Las reflexiones que quiero compartir en este espacio surgen fundamentalmente de nuestra experiencia de intervención social, desde el trabajo realizado en las ONG. En este sentido, es necesario señalar que, si bien es estimulante para mí compartir esta mesa con amigos que han estado permanentemente aportando en el plano de la investigación y análisis social y cultural, ello también se me hace difícil y me es exigente; sin embargo, la confianza que se tiene entre amigos me llevó a optar por traer aquí nuestra visión, cuya percepción por parte de nuestros intelectuales es, sin duda, también importante.
Para las actuales ONG de desarrollo, que corresponden a los antiguos centros de investigación y educación popular, y a otros creados posteriormente con sentidos similares, los temas de este Seminario fueron precisamente los que motivaron nuestro surgimiento. Los intelectuales, profesionales y promotores sociales que a fines de los años setenta e inicios de los ochenta nos juntábamos para formar estos centros y pequeñas organizaciones, lo hacíamos buscando continuar con el compromiso que habíamos asumido desde las universidades y el trabajo en la década anterior al golpe militar. Justamente la no aceptación de la injusticia que causa la pobreza, y la aberración humana que significa la pobreza y la desigualdad de oportunidades sociales y de acceso a la toma de decisiones, fueron —entre otras— las preocupaciones y motivaciones que nos llevaron a incorporarnos en ese entonces a la construcción de una sociedad y un país distinto, con más justicia social, con más participación real, con más diversidad y aceptación de los otros.
El contexto en que surgimos la mayoría de las ONG a las que apoyó con gran solidaridad y voluntad la cooperación internacional, sin duda era de grandes pérdidas de todo tipo y de profundos retrocesos históricos. Retomar, por tanto, esos temas y grandes desafíos significó reafirmar un compromiso social y político.
Hoy, en un contexto muy distinto, con un país que ha tenido un crecimiento económico inusitado durante una década, con la normalización de las instituciones democráticas, con un gasto social multiplicado y una gran diversificación de las políticas sociales destinadas a superar la pobreza, los problemas de fondo —a nuestro juicio— siguen siendo los mismos. En cambio, los desafíos que enfrentamos para aportar a transformaciones más profundas sin duda son otros, acordes a estas circunstancias. Sin embargo, debemos reconocer que las ONG no siempre hemos logrado identificar con claridad dichos desafíos, lo que nos ha llevado en ocasiones a una cierta paralización, y otras a un desdibujamiento de nuestra razón de ser, que han debilitado nuestros vínculos con las organizaciones sociales y nuestra pertenencia y presencia en la vida social del país.
Al detenernos a mirar nuestra realidad social, podemos constatar que, si bien la pobreza ha disminuido considerablemente en términos cuantitativos, para muchas familias excluidas hoy es mucho más difícil vivir y enfrentar la realidad de la pobreza en la vida cotidiana. La pobreza se ha complejizado, afectando muchas más áreas de la vida de las personas. El miedo, el desamparo, la inseguridad, la incertidumbre en que se desenvuelve una parte importante de la población, cala muy hondo en las familias que viven en situación de pobreza. No se trata tan sólo de tener más o menos ingresos, acceder a un trabajo o tener más servicios sociales. Se trata de vivir en un contexto permanente de aislamiento, desconfianza y estigmatización; de un cierto abandono de parte de la sociedad representada en determinadas instituciones —como la Iglesia, la policía, la escuela, el consultorio—, que ciertamente cumplen entregando servicios, pero que no están presentes en los hechos que cotidianamente hacen la vida social, lo que va produciendo una constante frustración y dificulta generar una asociatividad básica en las comunidades. A esto se agrega la retirada de los partidos políticos como agentes de construcción de sociedad, de ideas y propuestas, que jugaron hasta el plebiscito un papel tan importante en la cultura de este país.
Podemos constatar también que en nuestras poblaciones, donde conviven pobres con menos pobres y con no pobres, emerge y se instala con fuerza un fenómeno de desintegración social, fruto precisamente de la desconfianza de unos con otros, de la diferenciación económica interna promovida por el sistema económico, de prácticas sociales frustradas, del escepticismo en relación con la acción colectiva y con el buen uso de los fondos financieros por parte de algunos dirigentes sociales. El tejido social se ha visto tremendamente debilitado, lo que constituye un cuello de botella para elaborar críticamente su reconstitución, o su constitución. Y ése es nuestro principal desafío.

Francisca Márquez
Cuando se me invitó a participar en este encuentro, estuve pensando en tres temas distintos sobre los cuales hablar, sin poder decidirme. Finalmente, creo que voy a referirme a los tres. Y fueron tres temas por lo siguiente: en un minuto pensé hablar de mí, de mi entrada en SUR, pero me di cuenta de que no iba a dar para tanto y decidí hablar de lo que ha sido el pensamiento de SUR desde que yo lo conozco. Después cambié y me dije que iba a hablar un poco de lo que yo veo en SUR. Y finalmente, me referiré a las tres cosas, bastante brevemente.
Fue en 1987 que puse por primera vez los pies en SUR, recién titulada de antropóloga y en busca de un trabajo. Ese año entré a formar parte del equipo del Fondo de Pequeños Proyectos Productivos, y por primera vez escuché hablar de la economía solidaria. Venía de Antropología de la Universidad de Chile, donde a duras penas leíamos los viejos y polvorientos libros de la Margaret Mead, Malinowski, Mauss… y con suerte a Claude Levi Strauss. Autorreferida y reprimida, la vida y los aprendizajes se hacían en lo esencial más allá de las aulas del aquel entonces Pedagógico. Para los que teníamos diez años el 73, los espacios de aprendizajes eran otros: la calle, las protestas, las poblaciones, la Radio Cooperativa, las ONG, tal vez los partidos…
Fue en SUR donde inicié mi segunda escuela. Una escuela que se hizo a punta de recorrer poblaciones en micro, de ir a La Pintana, San Gregorio… Ahí, independientemente de que creyéramos en la solidaridad de la economía o en la economía de la solidaridad, se nos empezó a mostrar una ciudad, una ciudad llena de vida, y también de resistencia: mucha olla común, mucho taller, que en esa época no se hablaba todavía de microempresa. Ésos fueron mis primeros y más serios trabajos de terreno, y fue allí donde, a punta de calor y modorras de trayectos en micro, me autotitulé de antropóloga urbana, pese a la incredulidad de algunos antropólogos que insistían en que la antropología no podía sino construirse entre etnias y comunidades indígenas.
Fue por ese entonces que percibí la desigualdad en todas sus facetas, en todas sus caras. No voy a olvidar nunca el día en que Eugenio Tironi nos pagó a Jorge Razeto y a mí, que éramos jóvenes, un curso con Fernando Flores; un curso porque se terminaba la dictadura y se iniciaba la democracia y de alguna manera había que ponerse al día. El curso se llamaba Comunicación Directa para la Acción, y se daba en los elegantes salones del Hotel Carrera. Recuerdo que partimos con Jorge, después de haber estado años recorriendo poblaciones, a este curso, donde me tocó presenciar una escena que para mí fue muy marcadora, que nunca voy a olvidar, donde se hizo patente cómo la desigualdad podía cambiar su cara, podía modernizarse, pero finalmente persistía. Esta imagen que guardo de las largas jornadas junto a Fernando Flores es la de una secretaria, pequeña, gordita, bonita, parada en el pódium junto a Fernando Flores, afanada en seguir las recomendaciones de aprender a decir que no cuando se desea y aprender a decir que no al jefe, cosa que era bastante difícil. Los ejercicios se sucedían unos tras otros. Fernando Flores le enseñaba con una música de fondo, que era Carmen. Le enseñaba a resistir las peticiones y mandatos desmedidos del jefe, como por ejemplo la de sobrepasar las ocho horas de trabajo, y ella seguía, ya de manera hábil, los ejercicios. Ensayaba, Fernando Flores hacía de jefe, ella hacía de secretaria, Y al final, cuando ya terminaba el ejercicio, ella se paró frente a Fernando Flores y a nosotros que la mirábamos, y dijo: “Si yo hago todo esto, me van a echar”. El ejercicio terminó con una gran risotada de todos, porque era evidente: al final de cuentas, ninguno de esos ejercicios que parecían tan modernos y aparentemente tan fáciles de hacer, ella podía hacerlos. A pesar del despliegue escénico, la desigualdad estaba ahí claramente, disfrazada de modernidad en salones elegantes. Para mí fue un claro aviso de que lo que se venía no era fácil, a pesar de la democracia que se anunciaba.
Pensando en esta intervención, me conseguí algunos viejos números de la revista Proposiciones para echarles una mirada y recorrer un poco el pensamiento de SUR en los años ochenta, principalmente. El primer volumen que me encontraron fue uno del año 82, de ésos con una reproducción de la Mafalda de Quino en la tapa. Empecé a hojear estas revistas —encontramos varias, en realidad— y lo que empezó como un hojeo se me empezó a hacer un poco largo, porque me las leí enteras. Me puse hasta a tomar apuntes, pero lo que más me sorprendió —estamos hablando del año 82, 84, me quedé en el 86—, lo que más me impresionó fue esto: la actualidad, la sensación de que finalmente lo que yo estaba leyendo ahí podría haber sido publicado en una Proposiciones del año 2000. Sin embargo, más allá de unos conceptos y algunas palabras que surgen con reiteración en estos textos, hay algo que ha cambiado, algo en que hay una diferencia brutal y que no podría estar en un texto de hoy: es el tema de la esperanza.
Sin duda, todo lo que se escribía en Proposiciones en esos años apuntaba a la esperanza, a lo que ya viene. Lo que se hablaba era siempre lanzando invitación; todos los textos terminan invitando, invitando a una acción, invitando a un camino. Por ejemplo, el año 82, encontré un texto de Alfredo Rodríguez en que preguntaba —y estoy segura de que esa frase la tiene también en algún número de actual boletín Temas Sociales— qué hacer frente a una ciudad que nos segrega, disgrega, atomiza cotidianamente, frente a una cuidad que ha dejado de lado la previsión colectiva de su futuro. Me sorprendió esa pregunta, porque hoy día también la podríamos hacer, y Alfredo la hizo y la sigue haciendo. Y a continuación nos invitaba a pensar alternativas a esta realidad autoritaria y a descubrir que, a pesar de todo, hay gente que en distinto orden de cosas está realizando obras que muestran nuevos caminos, gente que realiza experiencias portadoras de futuro. En eso, diría, puede haber un cambio, una diferencia: no sé si podríamos decir lo mismo hoy día, después de diez años de democracia. No estoy segura.
Después, en un número del año 84, aparecía un texto del Colectivo de Trabajadores Sociales, que me parece fue escrito por Andrea Rodó. En ese texto, ellos daban cuenta del temporal de ese año, y hablaban de las ollas comunes y del orden que se imponía el invierno del 84. Me sorprendió mucho, porque en el libro La desigualdad, José Bengoa escribió justamente sobre el temporal del año 97 como un hito donde finalmente, en este país que cree que crece —y que crece efectivamente a pasos agigantados, que se moderniza—, los hechos climáticos, como son los temporales que de vez en cuando nos azotan, dejan entrever, en este caso fundamentalmente a través de los medios de comunicación, una pobreza que creíamos ya superada. El texto del año 84 es similar al texto del 97 de Pepe, y eso también me pareció absolutamente actual.
En el mismo año 84, Vicente Espinoza se preguntaba por las condiciones para que algunos procesos de conflictos urbanos —las protestas de esos tiempos— derivaran en la configuración de actores sociales. Esa pregunta y ese debate ya son viejos. Sin duda, no es un debate actual. Sin embargo, ya en aquellos años invitaba a superar la categoría de ‘poblador’ como pobre o como carenciado, para reemplazarla por ‘habitante de la ciudad’, vale decir, ciudadano pobre. Y argumentaba que no era la carencia lo que podía constituir a los pobladores como movimiento, sino la referencia más global a sus derechos como habitantes de la ciudad. Éste sí es, sin duda, un debate absolutamente actual. Tal vez el concepto de ‘movimiento social’ ha sido superado por uno mucho más tecnocrático, mucho menos insinuador, el de ‘participación’. Éste ha venido a reemplazar y a empobrecer de alguna manera el concepto de movimientos sociales, pero no por ello ha perdido vigencia.
Después están los textos de Eduardo Valenzuela, que habla de la rebelión de los jóvenes, entendida como el más claro síntoma de la frustración modernista, una reacción a los desequilibrios que ella provocaba. Si la empresa de la modernización consistía en constituir y alentar las disposiciones hacia la movilidad (secularización) y ofrecer los recursos necesarios para realizar tales disposiciones, Eduardo nos advertía que en los ochenta la única participación tolerada era aquella realizada individualmente en el mercado. El principio de la integración era el que resultaba entre sujetos mutuamente orientados hacia la satisfacción de sus propios fines. El Estado había dejado de proveer los mecanismos de integración necesarios, negándose a ejercer protección y control sobre la operación del libre intercambio. Ya a mediados de los ochenta se advertía que el resultado de la aplicación de estos modelos no era solamente el acrecentamiento de las desigualdades y la marginalización creciente de los estratos populares respecto de las posibilidades de movilidad, sino también la desintegración de la vida colectiva, reducida a relaciones privadas de mercado, o la atomización de las relaciones sociales.
En 1986 Eugenio Tironi levanta la sociología de la decadencia —la decadencia como un concepto y una categoría de análisis social de lo que pasaba en esos períodos— en oposición a una sociología de la modernización. Los fenómenos de anomia, violencia y apatía colectiva eran interpretados como signos de la disolución de las formas institucionales y simbólicas que constituían nuestra sociedad. Disolución social y Estado autoritario, nos advertía Eugenio, como dos fenómenos que se superponían mutuamente.
También releí una estupenda encuesta, la del año 85, sobre los pobladores del Gran Santiago. Aparece ahí una radiografía de lo que sucedía en nuestra ciudad, de los ‘pobladores’, para usar la terminología de esos tiempos, entendidos como los que están en la ciudad pero no participan de sus beneficios. Ya en aquellos años se advertía que en nuestro país se había aplicado en los hechos la política del apartheid. Pese a todo, el estudio advertía que en los pobladores prevalecía una clara voluntad de integración social y de movilidad, proceso que se asociaba claramente a la democracia. Respecto de esta encuesta, diría que hay un debate central que marca el pensamiento de SUR. Por supuesto que los datos duros que ella trae pueden ser leídos de mil maneras, y enfrentadas a los mismos porcentajes, las interpretaciones pueden ser distintas. Desde aquí, distingo dos posiciones en SUR. Una es la de aquellos que advertían que, tras las cifras, habría pruebas del valor de la solidaridad y del espíritu de progreso que persistía entre los pobladores. Representante de esta visión es, sin duda, Luis Razeto, con su Economía del ‘Factor C’ (Confianza, Comunidad, Cooperación), vista como el capital más innovador de los pobladores al servicio de la creación de una fuente de trabajo, pero también de un nuevo modelo de lo social.
Frente a esa posición, estaban quienes insistían en la crisis de los modelos seculares de identidad y de integración social. Es el caso de Eduardo Valenzuela, que rescataba la importancia que adquiría la religiosidad en el mundo popular y en el declive de la participación social. Debate que me sorprendió mucho, porque hoy día la derecha, especialmente Arturo Fontaine y el CEP (Centro de Estudios Públicos), levantan aproximadamente esta misma hipótesis. Para ellos, lo que está sucediendo hoy día es una resistencia brutal frente a la modernidad secular: vemos cómo las capas más altas, el empresariado de elite, se organizan y refuerzan su mirada más católica, la apostólica romana; cómo la Iglesia Evangélica ocupa un espacio central en las vidas de las capas más bajas…
El debate de esos años sobre la ciudad y la pobreza era contradictorio, profundo, mucho más profundo de lo que es hoy día, y sorprendentemente actual, con preguntas que siguen vigentes. Y aquí entro a la tercera y última parte de lo que quería decir hoy día: la pregunta que me queda dando vueltas después de leer estas revistas Proposiciones, finalmente tiene que ver con qué es lo nuevo aquí. ¿O es que no hay nada nuevo, finalmente? Porque de repente pareciera que todas las preguntas estuvieran aún aquí dando vueltas, las miradas puestas sobre aquellos que confían y tienen mucha esperanza en la modernización y en el modelo de este país, y aquellos que insisten en denunciar las perversiones que él tiene.
Tratando de responder un poco a qué es lo nuevo, o a la posibilidad de que no haya nada nuevo, quiero plantear que la desigualdad en este país, más que una categoría socioeconómica, más que una categoría dura, de alguna manera se ha transformado en una categoría de representación y de orientación cultural que guía no solamente nuestras acciones cotidianas, sino también nuestra manera de imaginar el país. Y tal vez ni siquiera esto es nuevo. Probablemente la comunidad de los desiguales, como escribía José Bengoa, ha existido siempre; y probablemente no hemos avanzado mucho en eso, y quizá tampoco se ha agravado. Pero lo que sí creo nuevo es que, durante estos diez años, hemos aprendido a creernos y a desearnos modernos y competitivos. Yo diría que ahí está el sello, la diferencia con los años ochenta. En un Seminario sobre el Chile que viene al que asistí recientemente, los dos conceptos más nombrados, que más se analizaron y se acariciaron, fueron sin duda los de modernidad y competitividad como las claves de este país. El último, sobre todo, es un concepto que no encontré en la revisión de la revista Proposiciones.
Sin duda hemos aprendido mucho; hemos aprendido a ser modernos y competitivos, y las cifras no lo desmienten. Pero no sólo ahí está lo nuevo. Durante los años noventa, este país se ha llenado de patios traseros. Y si bien los hubo durante la dictadura, hoy día, en tiempos de democracia, esa realidad se ha exacerbado. Los patios traseros persisten, remozados y acordes a los nuevos tiempos.
Cuando digo ‘patios traseros’, estoy pensando fundamentalmente en espacios de esta sociedad, espacios de tabú, espacios de ocultamiento, espacios de ‘no dichos’. Hoy se intenta mostrar un país con una fachada moderna y competitiva, y todo aquello que atente contra la competitividad y la modernidad pasa a ocupar ese patio trasero; pasa a ser, de alguna manera, la basura del país, y ello sea cual sea el costo que tenemos que pagar. En el libro La desigualdad, las biografías recopiladas dejan muy en claro que el costo de esos patios traseros es altísimo; y, sin embargo, muchas veces estamos dispuestos a pagarlo.
Son muchos los casos que muestran que Chile continúa siendo una sociedad desigual, que Chile continúa teniendo patios traseros. Y también son numerosos los estudios que señalan que los chilenos perciben que la desigualdad es inherente a las relaciones sociales y que ella va a existir siempre, porque la distancia entre ricos y pobres de ninguna manera va a disminuir. Pero, en verdad, la percepción de desigualdad no tiene que ver necesariamente sólo con la cantidad de pobres —hay casi tres millones de personas de un total de quince que viven en condiciones precarias— ni con las distancias entre los sectores sociales. La percepción de desigualdad nace, primero, de la evidencia de que en este país hay categorías de ciudadanos diferentes; en otras palabras, de que la carta de ciudadanía no es igual para todos. En concreto, esto quiere decir que hay una homologación clara entre origen social y ciudadanía; remite a la importancia que adquiere la familia de origen. De ella depende el que cada uno logre cierta movilidad social, logre ejercer plenamente sus derechos económicos, sociales y políticos. En Chile, la familia de origen sigue siendo clave.
En segundo lugar, la percepción de la desigualdad se fortalece, y también se reproduce, por la evidencia que nos otorga la propia experiencia respecto de que el esfuerzo personal no necesariamente lleva al éxito, y tampoco asegura igualdad de derechos. Esto aparece muy claramente en la encuesta de Marta Lagos, donde se muestra que un buen contacto — un buen ‘pituto’, dicho en chileno— puede valer mucho más que la innovación, el ahorro y el trabajo. Los chilenos confiamos mucho más en el contacto que en el propio esfuerzo, y sentimos que para surgir y ser alguien en la vida, más que contar con el apoyo y la confianza de los demás, se necesita tener los contactos adecuados. Por lo tanto, para quienes nacieron pobres y con pocos contactos, con pocos vínculos, son altamente probables las posibilidades de reproducirse en la pobreza.
Tercero, la percepción de la desigualdad se reproduce también de la evidencia de que, en Chile, ser alguien en la vida es un esfuerzo solitario, individual, y altamente vulnerable en una sociedad que se muestra competitiva y exigente, y donde las oportunidades no se reparten por igual. En una encuesta que acabamos de terminar con Vicente Espinoza, en la cual comparamos lo que sucede en Santiago, Montevideo y Buenos Aires, queda patente que los chilenos, los santiaguinos en particular, perciben que para surgir en la vida es necesario competir, y que para ello se requiere no sólo tener las metas personales claras, sino también distinguirse de los demás y mostrar lo mejor de sí.[1] Es una labor de estratega, y fundamentalmente solitaria. Diferente es el caso de Montevideo, donde también se percibe que para surgir en la vida hay que ser competitivo y estratega, pero el límite a esas características está puesto por la confianza y el respeto de los demás. La alternativa de ser confiable y respetado para poder surgir en la vida muestra el más bajo porcentaje de preferencias en Chile. Lo sorprendente, sin embargo, tal vez no es esta dimensión, sino la brutal distancia que existe en Chile —y esta encuesta lo muestra muy claramente— entre el ‘deber ser’, entre los valores que orientan la vida, y lo que se percibe como efectivamente conveniente para surgir en la vida. Hay una enorme distancia entre una mirada valórica muy conservadora —la fe en Dios, por ejemplo, o un discurso sobre la familia unida y el trabajo como valores abstracto y heredados— y un hacer absolutamente competitivo, moderno, que incluso está dispuesto a sacrificar ese viejo mapa heredado de los padres en aras del éxito. Podría pensarse que esta esquizofrenia es un rasgo de la modernidad. Sin embargo, mirando Buenos Aires, en medio de la gran crisis que vive, y mirando Uruguay, descubrimos que allí esta esquizofrenia no existe. En Uruguay —una sociedad fundamentalmente laica—, se percibe que los valores que la guían se relacionan básicamente con el esfuerzo, pero que al momento de competir por la igualdad y el acceso a los espacios del mercado, las personas se plantean la necesidad de ser congruentes con ciertos principios básicos de sociabilidad. En Chile la competencia es más solitaria, más individual; por lo tanto, no es extraño que en la encuesta, al igual que en el Informe de Desarrollo Humano del PNUD sobre Chile hecho en 1998, aparezcan los más bajos índices de apoyo y confianza en el vecino, en comparación con los de Argentina y Uruguay.
En una sociedad donde la invitación a competir y a mostrar lo mejor de sí vuelve especialmente vulnerables a quien tiene poco que mostrar, está claro que el peso de los orígenes, señales como el color de la piel, por ejemplo, o ciertos rasgos, signan y a menudo fijan a quien los tiene en su posición inicial. Los temas de la apariencia, del buen vestir, de aprender a hablar bien, nos aparecieron en esta encuesta con un porcentaje altísimo dentro de los santiaguinos, cosa que no ocurre ni en Buenos Aires ni en Montevideo. La apariencia, el aparentar ser integrado, el aparentar, el teñirse el pelo, el buscar parecerse a la raza aria o europea (por lo menos la del norte), es hoy día una estrategia central para integrarse a esta sociedad, para encontrar un empleo. Por lo tanto, ocultar los propios orígenes pasa a ser, sin duda, un recurso de competitividad. Todo ello no puede sino ser comprendido como expresión de una sociedad que sabe que la clase social, los orígenes, son un recurso central en una sociedad altamente competitiva y desigual.
Y tras la desconfianza y el ocultamiento que se instala y acrecienta en cada uno de nosotros, en este teñirse el pelo, en este hacerse como que se vive en otro barrio —ocultar, por ejemplo, el nombre del propio barrio si se vive en uno muy pobre—, lo que está siempre agazapado es el temor a terminar ocupando el patio trasero. Competitividad, desconfianza y apariencia son los rasgos que hoy día signan la cultura de nuestro angosto y desigual país.

Álvaro Díaz
Al igual que los expositores que me antecedieron, quiero agradecer la invitación de SUR y felicitar la presencia de los amigos de Cebemo, cuya contribución al desarrollo de SUR, especialmente en la década de los ochenta, fue tan importante.
Soy economista y sociólogo, y mi ámbito central de preocupación ha estado constituido por los temas del desarrollo. En el tema que ahora nos ocupa —el de la desigualdad, la heterogeneidad y, por lo tanto, también la pobreza—, quiero comenzar mi presentación diciendo que en el transcurso de la década de los noventa, los ingresos per cápita se duplicaron, y también lo hicieron en cada uno de los quintiles de ingreso. De esta forma, la distribución del ingreso en el año 1990 y en el 2000 esencialmente se mantuvo igual, aunque hubo una reducción en la pobreza. Según la forma en que medimos en Chile la pobreza, se pasó del orden de los cuatro millones y tanto de pobres a principios de los noventa, esto es, cerca del 40 por ciento, a entre 22 y 23 por ciento. Pero también es necesario considerar que actualmente ya no estamos creciendo al 6 por ciento; éste es el quinto año en que el crecimiento está en torno al 3 por ciento, por lo que es muy probable que la encuesta Casen de diciembre de este año indique que hay o igual número de pobres que en la última medición, o se incremente esa cifra.
La encuesta Casen del año 2000, si bien mostraba una disminución de la pobreza, señalaba un incremento de la indigencia. Es mi intuición que la encuesta Casen del año 2002 mostrará un incremento de la pobreza. Esa encuesta se procesará a medidos del año 2003, y va a estar rondando todo el debate del 2004, hasta que tengamos una nueva encuesta en diciembre de ese año. Entonces, posiblemente el tema de la desigualdad y la pobreza estará en el debate nacional en los próximos años; y la Concertación, este gobierno, no tendrá —como lo tuvieron los gobiernos anteriores— grandes disminuciones de pobreza. Habrá estancamiento, por lo menos, en el nivel de la pobreza, y probablemente mantenimiento de la desigualdad, medida como distribución del ingreso.
Lo anterior es cuestión de extrema relevancia, porque los que estamos acá no hemos trabajado sólo por la transición democrática, sino también por un país que crezca con mayor igualdad, con mayor protección social, como decimos hoy día. Ése es uno de los grandes temas de la coalición de partidos que llegó al gobierno, que nos lleva a volver a preguntarnos por qué se reproduce la desigualdad y por qué se reproduce la pobreza.
Estructuralmente, hay dos grandes causales. Una, clásica entre los economistas, es la llamada heterogeneidad estructural. Ciertamente hay desigualdad en la productividad de las grandes empresas y las pequeñas empresas; ciertamente hay una concentración territorial del producto en la Región Metropolitana en comparación con las regiones. Ciertamente hay ciertos sectores que son más competitivos que otros. Y todo eso explica parte de los temas de la desigualdad.
Sin embargo, hay otra dimensión en la desigualdad y la pobreza que los economistas —sobre todo aquellos de orientación ortodoxa—, no muestran, y que los economistas más heterodoxos —entre los cuales creo situarme— sí mostramos, aunque no con suficiente fuerza; y es la dimensión institucional o de asimetría de poder, de información y de organización que están presentes en nuestra sociedad. Éste es un tema que de alguna forma los economistas evaden. El poder no es una categoría económica, no es medible económicamente y no entra en el análisis económico; sin embargo, es una categoría central de toda organización económica. La economía no es puramente mercado; el mercado no es una abstracción, está fundado en instituciones, en normas, en convenciones, y esas normas y convenciones generan mayor o menor simetría. Éste es un tema crucial para ser discutido en nuestro país. Creo que no es la pobreza la causa de la injusticia, sino que la injusticia causa la pobreza. Los pobres no son pobres porque tengan pocos ingresos, sino porque tienen poco poder. Esto es lo que hay en el trasfondo de la heterogeneidad, de la desigualdad y la pobreza. Ello constituye una materia que, en mi opinión, recorre nuestra institucionalidad y forma parte de un debate que no se refiere sólo a la institucionalidad democrática, que no apunta únicamente a terminar con los senadores designados, con los enclaves autoritarios aún presentes en nuestra institucionalidad; se refiere al autoritarismo que se reproduce tras los muros de la empresa o en las comunidades o en muchas partes de la sociedad. Éste ya no es un tema de herencia de la dictadura, sino del tipo de economía, del tipo de capitalismo existente en el mundo, porque no se trata de algo que sólo ocurra en Chile.
Me parece esencial tomar en cuenta estas dimensiones estructurales que explican la constante reproducción de la desigualdad y la pobreza. Ahora, hay también factores dinámicos —de dinámica histórica— que están en continuo desarrollo. En Chile, como en pocas sociedades en América Latina —o al igual que el resto de América Latina, pero con una exacerbación muy notable—, se han dado procesos de emergencia de nuevas estructuras dinámicas, competitivas, de sectores que obtienen más ingresos, que consumen más, y ello junto con una desestructuración permanente. Un ejemplo de ello, que siempre traigo a colación, es lo ocurrido en los años 1990 y 1998, en que el empleo industrial creció al 2 por ciento anual. Sin embargo, tras ese 2 por ciento había una creación de nuevos empleos industriales de 17 por ciento al año, y una destrucción de un 15 por ciento al año, también de empleos industriales, variaciones que se daban en distintas rama del sector.
En promedio, la sociedad chilena ha elevado sus niveles de ingresos; pero si uno se adentra en esos promedios, ve enormes fluctuaciones —crecidas de ingresos, caídas de ingresos— en la vida productiva de las personas. Y eso desestructura la sociedad civil. La sociedad civil no emerge de la noche a la mañana. Por ejemplo, construir sindicatos no es una tarea fácil, todos lo saben. Los sindicatos existen precisamente en los sectores que están en declinación, no en los sectores emergentes; ello ocurre en todos los países del mundo, y en Chile se dio y se da de manera muy aguda.
Una segunda cuestión que comparto, es que la pobreza se ha complejizado. En la actualidad la seguimos midiendo según la canasta básica establecida en 1990, pero si la midiéramos con respecto a la canasta de consumo de hoy, nos daríamos cuenta de ciertas carencias que se han hecho mucho más patentes. Hoy día el gasto de una familia en electricidad, en teléfono y agua potable, es muy superior al de hace diez años atrás. Y el flujo de pagos que el acceso a esos servicios significa impacta en el nivel de vida, pues es dinero que antes se destinaba a comprar comida o a pagar la escuela. Ser pobre hoy no es lo que era ser pobre hace diez años atrás. Hoy día ser pobre es no tener teléfono; y en diez, quince años más, la pobreza va a ser no tener acceso a internet. Es algo que va más allá de los indicadores, algo que tiene más que ver con la psicología social, con la percepción de cada uno.
Y en tercer lugar —junto con el proceso de estructuración / desestructuración y la existencia de una pobreza más compleja, más diversa— está el marco de una sociedad civil que percibo más débil que antes, pues no es lo mismo ser pobre sin partidos políticos que defiendan, a serlo contando con ellos. La UDI (Unión Demócrata Independiente) está haciendo trabajos políticos muy claros en las poblaciones —curiosamente, la UDI ha reforzado el sistema de partidos políticos—, pero, en general, los partidos políticos no discuten el tema de la sociedad civil o la vinculación con la sociedad civil.
Yo creo que estas tres dimensiones dinámicas explican la reproducción de la desigualdad y la pobreza. Ahora, esto se da en el contexto de una economía que se ha mantenido en crecimiento durante más de una década, y donde se ha expandido sistemáticamente el gasto social. En ningún país de América Latina ha ocurrido eso, en ningún país de América Latina el salario ha crecido sistemáticamente en términos reales, y esto es lo que ha ocurrido en Chile. El gasto en salud, el gasto en educación son constantes de la década y siguen siéndolo, más allá de todos los debates sobre la real crisis de esos sistemas y de los modelos neoliberales en que se fundan. Estos sistemas están en crisis, y ya no responden a las demandas de la población. Y subsisten por estar subsidiados, lo que significa un real gasto social de parte del Estado.

Intervenciones.

Javier Martínez
En un intento por acotar los temas, creo que se han planeado tres cosas muy gruesas. Una es la fuerza que tiene entre nosotros, en el movimiento que surgió desde las ONG, desde la sociedad civil, el valor de la igualdad; y concomitantemente, la incomodidad que sentimos hoy día con el país que estamos viviendo, con lo que estamos haciendo desde las ONG, desde el Estado, desde la cultura, desde la política. Hay una fuerza muy potente que nos mueve y que nos tiene incómodos, y en torno a esto hay que repensar el tema de cómo se trabaja a favor de una sociedad más igualitaria, desde cada uno de los distintos ámbitos de acción.
La segunda cosa mencionada acá de distintas maneras y que me parece muy importante, tiene que ver con la complejidad de la pobreza actual, en comparación con la que teníamos años atrás. Como decía el viejo profesor Aníbal Pinto, como que hemos superado la etapa fácil de superación de pobreza, y entramos a la etapa difícil. El Presidente Lagos decía ayer en la reunión que hay un conjunto de instrumentos que permitieron bajar la pobreza del 40 al 20 por ciento, pero probablemente son otros los que nos llevarían a bajarla del 20 al 15 por ciento. Es una pobreza distinta, cada día más dura, la que tenemos que ir enfrentando. Es más compleja, y al mismo tiempo es una pobreza que hay que ver y medir en términos más relativos, que no puede definirse solamente a partir de ciertos criterios absolutos de estándares vitales.
Por último, quería contarles una rareza que de alguna manera resume lo que planteó Francisca Márquez. Es una frase que me parece una rareza en el mundo. Alguien dijo que la verdadera igualdad no es la que tenemos los seres humanos a los ojos de Dios, porque eso solamente podría comprobarlo Dios, y nosotros no podemos saberlo; que tampoco es la igualdad que los seres humanos tenemos ante la ley, porque eso sólo podrán decirlo en algún momento los jueces. Que la verdadera igualdad entre los seres humanos es la que sentimos cuando nos miramos unos a otros a los ojos. Esta frase, que tiene que ver con la igualdad, apunta finalmente a una dignidad en el trato, una relación entre seres humanos. Y no la dijo ni Carlos Marx ni Juan Pablo Segundo. Curiosamente, la dijo Ronald Reagan.
Hay, entonces, estos tres temas —nuestra incomodidad frente a la desigualdad, la complejidad creciente de la pobreza, y la multidimensionalidad del tema de la desigualdad—, que apuntan a buscar las causas de la pobreza en ámbitos distintos al meramente económico, y una forma de vida distinta de la que estamos viendo hoy día en nuestra sociedad.

Fernando Muñoz, Movimiento Unificado de Minorías Sexuales (MUMS).

Pertenezco al Movimiento Unificado de Minorías Sexuales, y quisiera plantear un par de preguntas y un par de inquietudes. Debido a la especificidad del tema que trabajamos, nuestra desigualdad, más que en lo económico, siempre se ha manifestado en el ámbito de la aceptación de la diversidad, la aceptación del otro; en la forma en que nos relacionamos con el poder y el acceso que podemos tener a ese poder. Es desde esa perspectiva que querría plantear la pregunta sobre el rol de las ONG y de los movimientos sociales.
Hay, al respecto, dos cuestiones interesantes. Una se refiere a cómo las personas pueden relacionarse o abrirse paso en torno al poder. Se planteaba que la ciudadanía y la participación eran algo lejano; que existe ciudadanía y participación cuando se tiene algo de ese poder, cuando se tiene acceso a los medios de comunicación, cuando existe posibilidad de respuesta, cuando la institución tiene la capacidad de enfrentar el punto que se le plantea.
Lo otro que me interesa se refiere al tema del diálogo, en el sentido de cómo nos relacionamos con el poder. Se mencionó que muchas veces estamos dialogando con un interlocutor que no quiere escuchar, y que eso es parte de las sorpresas del actual período. En el período anterior, autoritario, nos planteamos contra el Estado y contra el gobierno; en el período actual, inicialmente nos planteamos como junto al gobierno; y hoy no sabemos exactamente en qué parada estamos. Porque parece que no nos entendemos, no dialogamos; o, por lo menos, ésa ha sido la experiencia que nos ha tocado a nosotros. Es un diálogo que te pide incondicionalidad, que te pide adscribirte a las políticas, que te pide muchas veces no disentir demasiado; o, si se disiente, hacerlo sólo privadamente, en reuniones y no públicamente.
Ésas eran algunas inquietudes que yo quisiera poner sobre el tapete, recogiendo algo de lo planteado por los expositores.

Luciano Padrao, CERIS-PAC (Rio de Janeiro, Brasil).
Creo importante que la mesa esclareciera dos aspectos. El primero se refiere a la dimensión de la pobreza, considerando que se trata de un concepto que puede tener muchas interpretaciones. El segundo, qué contingente de personas en Chile pueden ser hoy catalogadas como pobres o como marginalizadas. En Brasil, actualmente se habla mucho de la pobreza, de los excluidos, pero no se sabe efectivamente quiénes son estos excluidos. Los programas específicos que son destinados a las personas clasificadas como excluidas no llegan a ellas, porque no hay un sistema que permita identificarlas claramente.
También me gustaría saber si hay en Chile efectivamente programas sociales, económicos, destinados específicamente a este contingente que es clasificado como excluido; programas sociales, de educación, programas destinados a combatir la pobreza.

Ana María de la Jara.
Me preocupa la cita hecha por Javier Martínez al final de su intervención, la frase de Reagan, porque creo que es tremendamente conservadora. Implica que frente al tema de la igualdad, el Estado no tiene ningún papel que desempeñar. Creo que eso es algo que nos debe preocupar, porque ese texto supone que la igualdad es un problema entre nosotros, y que entre nosotros —entre nuestros ojos— nos arreglamos.

José Bengoa
Según el director del Instituto de Economía de la Universidad de Chile, si se considera a quienes están en la frontera de arriba de la línea de pobreza, en Chile los pobres llegan a cuatro millones y medio. Y todos los datos muestran que esas personas, aunque estén bordeando hacia arriba o hacia abajo la línea de pobreza, no están en ningún proceso de movilidad de ninguna naturaleza. Aquí, tal como lo señaló Francisca Márquez, estamos ante un proceso de discriminación; el fenómeno más importante que se ha instalado en la sociedad chilena hoy día, es un proceso de discriminación. Discriminación que en muchos casos es racial, como ella misma lo mostró, en el sentido de que la apariencia física, la manera de hablar, de gesticular, la manera de ser, se transforman en impedimentos para la movilidad. Estamos ante una sociedad hiper-conservadora, una sociedad que se ha estratificado, que se ha dividido ya no en clases, sino en estratos extremadamente rígidos. De ahí que en La desigualdad planteáramos que la sociedad chilena, desde comienzos del siglo veintiuno, se parece más a la sociedad del siglo diecinueve que a la del siglo veinte. Es una situación muy complicada, que exigiría una conciencia y una claridad de acción cultural, pero también una conciencia de parte del Estado, de parte del gobierno. Porque el problema del conservadurismo en Chile hoy día no es un problema puramente cultural, relacionado con el divorcio, el aborto y la píldora del día después. El conservadurismo en Chile hoy día tiene que ver con esto que estamos hablando en este Seminario: la discriminación como factor generador de la desigualdad, la marginalización y la pobreza.

Lucinda Pichicona.
Vengo de Temuco, y no sé si es rabia lo que tengo, pero continúa la pobreza y continúa la desigualdad con mi pueblo. Eso es muy triste para nosotros, porque muchos pelean, hay grandes conflictos en mi pueblo, por la tierra. Pensamos que la tierra es la que nos da la vida y, por lo tanto, muchos decíamos, “si tengo que pelear, doy mi vida por mi tierra, por acabar con la pobreza”. Queremos vivir. Sin embargo, no nos escuchan. Se habla de igualdad, de desigualdad, se habla de pobreza. El gobierno ha dicho que la región donde nosotros vivimos es la más pobre, y muchas veces se dice que somos un lastre para el desarrollo. Eso quiero decir.

Ana María de la Jara
En cuanto al tema pobreza y desigualdad, creo que la pobreza es también una percepción de frustración de la vida. En ese sentido, la pobreza no es sólo un problema de número, de más o menos políticas sociales. Pueden seguir llegando muchas más políticas sociales, y la sensación es, a veces, que los pobres son como árboles de pascua a los que se les van colgando y colgando proyectos y recursos.
En nuestro trabajo como trabajadoras sociales y como trabajadoras de una ONG, tal vez la diferencia que ha habido a partir de la generación de la cual formo parte y con la que me siento identificada, es que vivimos una posibilidad de cambio social. Se trata precisamente de considerar que la condición de ser pobres, en términos de carecer de los recursos para estudiar o para alimentarse mejor, no inhabilita para ser también ciudadano. Ciudadano en términos de tener acceso al poder, acceso a una cuota de poder de decisión sobre lo que queremos ser, sobre lo que queremos construir, sobre el tipo de relaciones que queremos establecer.
En esto, pienso, estamos ubicados en posiciones distintas. Me estoy refiriendo concretamente a las políticas sociales que emanan o que se deciden desde el gobierno, respecto de las cuales las organizaciones sociales tenemos una concepción y una manera de vivirlas y enfrentarlas distintas de la que tiene el gobierno. Y cuando buscamos un diálogo que nos permita incidir en ellas, encontramos una suerte de hermetismo. Eso va haciendo cada vez más difícil una verdadera interlocución, una participación que no sea sólo de opinión. También de opinión, pero no solamente de opinión.
En ese sentido, hay un diálogo que ha sido difícil —y aquí yo quiero insistir en una posición de autocrítica— y que nos ha llevado a las organizaciones sociales, y también a las ONG, a plantear los problemas fundamentalmente en el campo del otro: es el otro el que no me entiende, es el otro el que no me permite, el que no me da recursos. Eso es cierto, pero los problemas no están solamente ahí. También están en nosotros. Hemos sido, quizá, un tanto ingenuos, al haber apostado más de lo que se puede apostar a un gobierno que tiene que gobernar y que tiene que hacer un país gobernable, lo que le trae dificultades y formas de actuar distintas a las que nosotros podríamos tener. Nos estatizamos demasiado, e innecesariamente, y hemos jugado poco nuestro papel como ciudadanos, como parte de la sociedad civil. En nuestros discursos no lo hemos olvidado, pero en la práctica se nos dificulta desempeñarlo; abandonamos el trabajo más relacionado con hacer movimiento social, dejamos de aportar con conocimientos, de ayudar a crear una corriente cultural que se plantee en forma más autónoma, más propia, más independiente, y que esté en función del propio desarrollo.
En Cordillera, la institución a la que pertenezco, trabajamos bastante en la formación de dirigentes sociales; y allí, una de las cosas que más nos ha costado en el último tiempo, es desmontar la idea de que ser dirigente es conseguir proyectos y que mientras más materiales sean, mejor aún. Desmontar esa idea es muy difícil y, a nuestro juicio, ello ha obstaculizado enormemente la generación de tejido social, el trabajar más hacia dentro, en función de la creación de sentidos propios, de sentidos compartidos. Esto se ha ido sustituyendo por algo más exógeno, como es la oferta de proyectos y fondos concursables, que muchas veces constituyen la razón de ser y único motivo por el cual se mueven las organizaciones.
Finalmente, en relación con una de las preguntas que hacía el compañero de Brasil sobre quiénes son los pobres, creo que se sabe poco. Nos cuesta reconocer y re-elaborar nuestras concepciones anteriores. En esto las ONG hemos hecho un aporte, y lo continuamos haciendo. Por ejemplo, hay investigaciones de SUR muy valiosas en ese sentido, hechas y publicadas acá. Los aportes de otras ONG quizá son menos completos como discurso, pero también son valiosos. Sin embargo, de la diversidad que incluye la pobreza, de la heterogeneidad tanto en términos de déficit como de potencialidades, es algo que se sabe poco. Por lo general se tiende a conocer a los pobres desde la perspectiva de la carencia de determinados servicios, criterio que ha sido bastante poco constructivo de movimiento social. Se insiste en la focalización de los programas sociales en aquellos que están en mayor condición de riesgo; y lo que importa, entonces, es conocer ese riesgo más que conocer a la persona, conocer a la familia en su dinámica, en su interacción con el barrio, con su gente, también con su trabajo y su medio ambiente.

Álvaro Díaz.
Comparto la idea de que desigualdad y pobreza son como dos caras de una misma moneda. Sin embargo, a mi juicio, la pobreza expresa una desigualdad, pero ésta no es toda la desigualdad. La desigualdad es un concepto más amplio. La desigualdad es también una cuestión de capas medias. La enfrenta el pequeño empresario cuando le está vendiendo a un supermercado, y el supermercado de la noche a la mañana cambia las condiciones de pago de las facturas: en vez de pagarle a treinta días, le paga a noventa días. La desigualdad se manifiesta con los productores de leche cuando repentinamente les bajan el precio. La desigualdad se manifiesta en los consumidores que tienen dificultades para organizarse en asociaciones de consumidores. Es decir, tiene múltiples dimensiones que están todos los días presentes y patentes. Son desigualdades que derivan de diferencias en la capacidad de organización, diferencias de acceso a la información y conocimientos, y desigualdades ante la ley.
El gobierno maneja un conjunto de políticas en cuanto al gasto social, en especial las destinadas al fomento productivo, que buscan compensar las desigualdades que otra institucionalidad está continuamente reproduciendo. En ese sentido, creo muy relevante discutir cambios en el marco regulatorio de, por ejemplo, el sector salud, o el sector del agua potable. Ahí también se está discutiendo qué capacidad tienen los sectores con menos poder, de llegar a tener un espacio autónomo en un sistema económico como el nuestro. Comparto el criterio planteado por Javier Martínez, porque, a mi juicio, se ha tendido a separar pobreza y modernidad, a decir que el problema de la pobreza radica en que esos sectores no están integrados en la modernidad. Y eso es falso. La modernidad produce pobreza. El problema no es que aquí haya sectores que no se han integrado al crecimiento. El crecimiento también produce pobreza. Aquí hay ciertos mitos que es importante que sean desarticulados. En esa vinculación que hace Javier se reconstruye una relación más de fondo, es decir, la reproducción de la desigualdad. Y la desigualdad de poder también reproduce condiciones para la pobreza. Creo que esto es vital, porque la gran tarea inacabada, y que siempre va a ser inacabada, más que la transición, más que terminar las grandes tareas de la transición democrática o las grandes batallas culturales, está en este campo, el de la reproducción de la desigualdad que reproduce las condiciones para la pobreza.
Y respecto de todo esto, comparto el enfoque de que las ONG son precisamente portadoras de información, de conocimiento, de nuevas aproximaciones, de nuevas miradas sobre este tema. Pero hoy es escasa su participación en los debates que se dan al interior del sector público. Por ejemplo, en la discusión sobre si tenemos o no tenemos que rotular los productos transgénicos —materia de debate en Europa, aunque en Chile no todavía— participan sólo los ministerios de Economía y Salud, y no las organizaciones de consumidores. La experiencia de participación es todavía pequeña. Hay que expandirla, porque eso transforma las políticas. Y aunque muchas veces no hay canales de participación, igual hay que expresarse.
Una segunda tesis de Bengoa que creo muy importante discutir, es el concepto de precariedad. No fue mencionado explícitamente, pero cuando alguien está apenas por encima de la línea de pobreza y se mantiene ahí, es que está en una situación precaria, se puede caer. Yo planteaba al comienzo que actualmente hay procesos de estructuración y desestructuración; hay gente que tiene empleo y le va bien, pero de repente se le corta ese empleo y no encuentra otro durante cuatro o cinco meses. Hay un segmento de la población que está entrando y saliendo del mercado laboral, y eso no lo medimos estadísticamente. Lo que siempre se tiene es una fotografía fija, no la trayectoria de una persona a lo largo de sus entradas y salidas. Seguramente si viéramos dinámicamente el panorama, tendríamos entradas y salidas permanentes. Esto hace difícil identificar la pobreza, y lleva a que los conceptos de focalización del gasto sean útiles en ciertos aspectos —es útil intentar concentrarse en los que tienen una situación precaria, y en algunos casos se los puede identificar, como en los subsidios al agua potable—, pero la focalización como concepto de política pública social no es suficiente cuando se trata, por ejemplo, del sector salud.
Otra idea planteada por Bengoa que es bueno revisar es aquella de que nos parecemos más a la sociedad del siglo diecinueve que a la del siglo veinte. Pero, cuál es la idea de sociedad del siglo diecinueve: ¿es la “moderna” que no entiende que la modernidad tiene sus lados oscuros, o es la sociedad del latifundio? Porque el Chile del siglo diecinueve era una sociedad congelada. Ésta no es una sociedad congelada. Ésta, al igual que el resto de América Latina, es una sociedad en plena transformación, una sociedad que está siendo impactada por diversos procesos, una sociedad en pleno cambio. El cambio es una variable instalada, ya no es una cuestión ajena. Éste es un país que está modificándose continuamente y, sin embargo, es rígido socialmente. Y, en mi opinión, este tema debe alimentar la reflexión de ahora, de este siglo, de principios de siglo veintiuno. Es a explicarse este tema que debe contribuir SUR, éste debe ser su aporte para construir políticas sociales de nuevo tipo, porque cómo es posible que una sociedad en constante transformación sea al mismo tiempo una sociedad rígida, donde hay discriminación por apellidos, por sexo, por raza, por etnia, etcétera.
Debemos entender, sin embargo, que no somos Francia ni somos Alemania; no vamos a construir un Estado de bienestar, concepto que sigue siendo muy importante, de gran economía de matriz completa. Pero podemos construir redes de bienestar o redes de seguridad social, redes de protección social en una economía abierta sometida a continuos shocks externos. Ése es el tema de esta próxima década: la existencia de continuos shocks externos que van a generar nuevas dinámicas de desigualdad, nuevos fenómenos de empobrecimiento. La pregunta es, entonces, qué redes sociales hemos construido para soportar esos shocks. El país que no logre hacerlo, si nosotros no logramos hacerlo, vamos a entrar en un ciclo muy complicado, cualquiera sea el gobierno después del 2006. Éste es el tema crucial que se está tejiendo con la reforma de la educación, la reforma de la salud, la reforma previsional, el seguro de cesantía; éste es el tema que está en juego: que en tres, cuatro o cinco años, este país —que es un Estado fuerte— va a tener que construir una red social capaz de aguantar los continuos shocks externos, que impactan en la calidad de vida de la gente. Y es a esto que tienen que contribuir las organizaciones como SUR.

Javier Martínez.
Querría hacer una aclaración sobre el sentido al que yo apuntaba con la frase de Reagan, con aquello de que la igualdad se reconoce finalmente cuando nos miramos el uno al otro a los ojos. La idea es que una persona no parta desde abajo diciéndole patrón al otro, o, al revés, alguien parta mirando al otro y estigmatizándolo inmediatamente, tratándolo inmediatamente como un no igual. Si no servía la frase, no importa; para nada quería decir que en último término se trate de un cambio interno de cada uno de nosotros y que, por lo tanto, no se pueda hacer nada. Al contrario, se trata de decir que hay siempre un horizonte que se va alejando, y que nos obliga a acercarnos cada vez más a ese punto.
Sobre el tema de desigualdad y pobreza, creo que hay que hacer una distinción entre lo que puede ser un concepto más del ámbito de la teoría, que nos aclare las cosas, y lo que son las definiciones operacionales con las que se puede trabajar, las mediciones. En el concepto teórico, uno podría decir: en la sociedad existe una cantidad de sistemas, o de mercados, que reparten recursos desigualmente. Existe un mercado económico que reparte ingresos desigualmente, existe un mercado político que reparte poder político desigualmente, existen recursos de fuerza que están desigualmente repartidos, existen recursos educacionales que están desigualmente repartidos; existe capital social, relaciones sociales, que están también desigualmente repartidos. Cuando se superponen todas estas desigualdades, cuando uno encuentra un segmento donde se superponen todas las peores condiciones de los sistemas de reparto, cuando se superponen las peores posiciones en estas escalas, eso es la pobreza. Al contrario, se puede tener un recurso en un tipo de reparto, que permite superar la falencia en otro tipo de reparto. Alguien puede tener plata y no tener educación, pero entonces, mediante ese recurso, puede hacer que los hijos se eduquen o puede dedicarse al comercio; y no importa que no tenga la suficiente educación: le puede ir mejor que a otro que no tiene dinero, aunque tenga educación. Cuando esto ocurre —esto que se ha llamado ‘incongruencia de estatus’—, hay posibilidad de movilidad. Y cuando hay una congruencia completa en las desventajas en todos los sistemas de reparto, hay pobreza. De ahí que pueda decirse que la pobreza es básicamente una situación de dependencia, porque no hay ningún recurso en que la persona pueda tener una ventaja relativa para moverse en los sistemas de movilidad social.
Ahora, lo anterior puede sonar claro cuando se lo dice en teoría. Pero, por cierto, hay otras desigualdades que no tienen que ver con repartos; hay desigualdades que tienen que ver con diferencias que se han transformado en desigualdades por el peso del poder de un grupo dominante. Ocurre, por ejemplo, cuando la identidad de un grupo está definida sobre la base de cosas que tienen otro significado que entre la gente que se reparte las cosas. La tierra, para el pueblo mapuche, tiene obviamente otro significado que para el maderero. No se mide solamente en tamaño de tierra, se mide en la relación que se tiene con la tierra. Aquí el significado de la tierra es otro, no es un significado económico solamente. No se trata, entonces, de que haya más o menos tierra. Es una cuestión absoluta: hay relación con la tierra o no hay relación con la tierra. Y cuando alguien ha puesto la bota encima de este tipo de diferencias, ellas estallan después como movimientos que no son solamente movimientos de pobreza, sino movimientos también culturales, sociales, étnicos, nacionales, sexuales. Ése es el lado de la desigualdad que tiene que ver con la diferencia, a la cual a su vez se le ha puesto la bota encima. Es un tema que no se relaciona directamente con el de la pobreza, aunque puedan superponerse, y habitualmente se superponen. Las así llamadas “minorías raciales” suelen ser pobres. El movimiento negro en Estado Unidos era un movimiento de pobres, pero también era de la reivindicación de la igualdad en los derechos civiles.
Entonces, un plano en que nos movemos es ése en que hablamos de la pobreza como de superposición de desigualdades. Y nos movemos en otro plano cuando definimos para tener un termómetro, un instrumento para medir. En este caso tenemos que acercarnos al criterio teórico, pero hay muchas cosas que no podemos medir. El capital de relaciones interpersonales, por ejemplo, es una cosa muy difícil de medir. Sí podemos medir años de educación formal, podemos medir ingresos, podemos medir acceso a determinados recursos públicos y, por lo tanto, es a partir de ahí que se arman los indicadores empíricos para decir que una persona está en tal estrato, o en tal otro.
Ya el año 84 escribimos en la revista Proposiciones sobre el tema de las oscilaciones de la pobreza, sujetas a las oscilaciones mensuales de la tasa de desocupación, particularmente en períodos en que el crecimiento económico era muy escaso. Y efectivamente, cuando uno traza una línea para definir la pobreza, quedan muchos arriba y muchos abajo. En 1984, cuando planteamos no medir la situación económica de la población en quintiles, con segmentos del mismo tamaño, sino en tramos de ingreso, e hicimos la medición en tramos de 4 y 8 UF, lo que descubrimos fue que la distribución del ingreso no era en Chile como una pirámide, sino como una palmatoria: una pequeña base abajo, luego un gran plato, y después una vela hacia arriba, y al final una finísima línea. Entonces, cuando uno trazaba la línea de pobreza a partir de los criterios típicos de los organismos internacionales —ingresos equivalentes a dos canastas básicas como indicador de pobreza; una canasta, de indigencia— caía en el lado más ancho de la distribución, donde había más gente. Se puede seguir haciendo ese ejercicio todos los años, pero la novedad de los últimos diez años es que esa línea de pobreza ya no pasa por el estrato más ancho de todos, sino por el que le sigue un poco más arriba. Esto significa que hay muchas personas que están en condiciones de caer en la pobreza o salir de ella, dependiendo de las condiciones de crecimiento económico, y en particular de lo que ocurra con el desempleo. Y en esto hay que tener presente lo que decía Álvaro Díaz respecto a la creación y destrucción de empleos en la actual sociedad —y aquí voy a hacer otra cita, esta vez referida a Clinton—. Hace algunos años apareció una caricatura en el New Yorker, referida a que Clinton había dicho que gracias a la “new economy” se estaba creando algo así como dos millones de empleos al mes. Entonces, en la caricatura, un trabajador decía: “Sí, yo perdí cinco empleos, y ahora acabo de conseguir tres”. Y ésa es la fluidez de esta nueva economía. No sólo hay que considerar, entonces, sólo la gente que cae en el desempleo o encuentra empleo, sino también los empleos que se van transformando, la calidad de los empleos que se van generando, etcétera.

Álvaro Díaz.
Me quedó pendiente una reflexión sobre la tesis de José Bengoa. El tema que planteaba era que nos parecemos más a la sociedad del siglo diecinueve que a la del siglo veinte, en que elementos como apellido, raza, etnia, género, son factores de diferenciación. Y en una economía dizque de mercado —o más de mercado que nunca antes en la historia del país— los factores de diferenciación y de rigidez de la estructura no provienen del mercado, sino que son factores del “pre-capitalismo”, estamentales. Pero también hay factores de diferenciación por desigualdades de acceso a la información, al conocimiento y a situaciones de poder. Esto constituye un tema de reflexión importante, es el debate que se está dando en Europa, en Estados Unidos, en el resto de América Latina, y por cierto en el Medio Oriente. Un debate que apunta a que los procesos de marginación se explican por otros mecanismos, no necesariamente por el mercado, en abstracto. Es un tema que tiene muchas consecuencias, tanto teóricas como políticas.
Tomando otra dimensión, ¿a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos del rol de las políticas del Estado? Para asegurar una mayor igualdad de oportunidades, una de las grandes cosas que tiene que hacer el Estado, aparte de inducir procesos continuos de democratización, es proveer bienes públicos. Hay dos tipos de bienes públicos: los bienes públicos clásicos —la educación, la salud, el agua, el hábitat urbano, información—; y otros bienes públicos que son tan cruciales para la sociedad como los mencionados, y que son la confianza, la dignidad, la posibilidad de asociarse, y la solidaridad. Ésos son bienes públicos; son la forma en que una sociedad se defiende, evita que la destruyan, que la marginen. Lo que puede hacer en esta dimensión el Estado es abrir las puertas, despejar las barreras, facilitar los procesos. Pero su papel como gobierno tiene límites. Puede incentivar procesos de gestación de mayor confianza, de solidaridad, pero no los puede sustituir. Éste es también, en mi opinión, un tema crucial.

Javier Martínez.
Quisiera plantear algo respecto del punto de las redes sociales, y el tema Estado / ONG. Si me aceptan que lo esencial que nos permite definir la situación de pobreza es la dependencia, quiero pedir que me acepten también que es un paso civilizatorio el que alguien que es dependiente de la sociedad en general, salga de esa situación de dependencia. Reitero: una situación de dependencia de la sociedad en general, no de un particular. Porque el proletario se parece mucho a un esclavo, pero no es propiedad de un esclavista; el siervo de la gleba se parece mucho a un campesino libre, pero éste no es dependiente del señor.
Por qué, entonces, las redes sociales. El razonamiento progresista conduce a la necesidad de bienes sociales públicos, a la extensión de la ciudadanía social, porque la sociedad tiene que hacerse cargo de aquellos que no tienen posibilidad de funcionar por sí mismos y, sobre todo, tiene que evitar que caigan en la dependencia de particulares. Estamos hoy día a un tris de la recomposición de los viejos lazos de clientelismo —véase, si no, las campañas políticas, en especial las de la UDI—, de las organizaciones caritativas que traen amarrada la dependencia política, y así por delante. Esto es un retroceso claro hacia la desigualdad —que nos lleva a una sociedad ni siquiera del siglo diecinueve, sino de antes, incluso— y explica que el Estado tenga que preocuparse de construir una red social. Este deber del Estado, por su parte, significa que es exigible; esto es, que a quien está en la condición de dependencia se le entrega la titularidad de derechos, los cuales son exigibles. Eso diferencia la actuación del Estado de la arbitrariedad del particular, que puede ejercer su conmiseración en el momento que decida; y cuando no lo decide, no la ejerce.
El punto respecto de las ONG y de las redes sociales es que hubo un momento clarísimo en que la elite política chilena, de alguna manera, les dijo a las masas que el proceso de transición a la democracia era cosa de profesionales, de laboratorio, y que no debían producir demasiadas agitaciones. Fue un momento en que la clase política cortó sus lazos con las redes sociales constituidas previamente; y que coincidió con el momento en que las ONG vieron cortado su financiamiento externo, ya que éste comenzó a pasar por el Estado, y no de manera directa a ellas. El Estado empezó a tomar decisiones sobre qué iba a priorizar con los recursos de la cooperación internacional. Luego la cooperación internacional se retira, el Estado define hacia dónde va a focalizar sus recursos, y financia proyectos de las ONG sólo si éstas se dirigen a las mismas áreas en que él ha definido sus prioridades.
Es en este marco que querría plantear que podemos tener la mayor voluntad de decir “volvamos a tener una sociedad más activa, con organizaciones gubernamentales más activas; démosles mayor libertad”; pero, al mismo tiempo, tenemos que considerar que las organizaciones no gubernamentales son de todo tipo y que, entre ellas, hay las que buscan someter a la gente a nuevas formas de dependencia. Entonces, la posibilidad de hacer una sociedad más activa, con organizaciones gubernamentales más activas, depende también de cuál es la exigibilidad que puede tener la gente para reclamar derechos frente a organizaciones no gubernamentales que serían muy autónomas y libres para fijar sus objetivos. Mi punto es que las organizaciones no gubernamentales tienen que estar sujetas a la exigibilidad de la gente, porque si no, no estamos hablando de red social, sino de nuevas formas de organización de dependencia.

Ana María de la Jara.
En relación con el tema Estado, participación y políticas sociales, vemos que, desde el punto de vista del gobierno, la participación es para corregir, lo que está bien. Pero desde la sociedad civil —incluidas las ONG—, la participación no es para corregir, sino para vivir. Es para proponer, para hacer, para crear. Creemos que también tenemos derecho a ser parte de la construcción de un país y, por lo tanto, a acceder a los recursos estatales. Si el Estado invita a participar en las políticas sociales, pero ya todo está predefinido, eso no es participar, ni tampoco crear; es, apenas, ejecutar. Y eso, en definitiva, más bien se opone a la participación, porque no lleva a producir mayor solidaridad, mayor comunicación, restablecimiento de las confianzas. Todo lo que hay que hacer ahí es acercar servicios sociales, no crear sociedad. La sociedad no se crea por mandato; se hace, en la vida cotidiana, en las relaciones.

[1] Vicente Espinoza y Francisca Márquez, “Capital social y movilidad ocupacional en Santiago, Buenos Aires y Montevideo”. Proyecto Fondecyt Nº 1990818 (Santiago: Idea-Usach, 2001).